Hoy he salido a pasear con Coco, ya tarde, en esos instantes
que el sol comienza a titubear y a hacerse un poco el remolón para acostarse. Y
Coco, esa preciosa Golden que tengo en casa de prestado, cuando comenzamos la
caminata le salen todos los inconvenientes posibles para andar deprisa. Lleva
su paso cansino, tan cansino que hasta me canso yo de esperarla.
Como es tarde, nada mas salir de casa, en los cables de Alta
Tensión, los niños cantores empiezan sus ensayos sobre el alambre. Está claro
que los dos de ambos extremos deben ser los que peor voz tienen y los otros
seis, cada trio a una cuerda.
Escondido entre las ramas de un arbusto de hojas caducas,
piensa que no soy capaz de verlo, y casi acierta pues hay tantas ramas que para
hacer la foto he tenido que buscar la posición por donde el disparo llegase a
su objetivo. Nunca un disparo fue tan objetivo.
Y en el paseo de hoy han predominado las aves porque no
había gran cosa que fotografiar.
Bueno ha habido un detalle que me ha llamado la atención.
Las plantas de hinojo hace tiempo que se han secado. Han cumplido su misión
anual y ahora solo esperan que las lluvias les tumben para depositar sus
semillas en la tierra húmeda.
Pero mientras tanto, como la mejor madre del mundo, las acoge en el seno de lo que fue su flor, ara que no se pierdan en tierras duras y secas. Así, cuando la madre caiga, las semillas volverán a sacar y lucir sus genes.
El sol está cada vez más bajo, tanto que tiñe el pelo de la
Pica pica, la urraca, que subida en las ramas desnudas del árbol observa el
paisaje esperando encontrar la última recompensa alimenticia para llevarse al
buche. Anda que no son listas ni nada. La máquina de fotografiar no les importa
que les mire, pero si fuese una escopeta haría mucho tiempo que no estaría ahí.
Eso me cuentan los cazadores.
¿Habéis presenciado el fuego de San Telmo? Yo sí. Hace
muchos años, bajando por la N-VI, había unas antenas de la radio al lado de la
carretera y cada vez que caía un rayo se encendía ese fuego misterioso en la
parte superior de la antena. Era una maravilla observarlo. Realmente de
misterioso no tenía nada pues se produce por la ionización del aire y la carga estática
de la antena.
Pero cuando me he fijado en el sol y lo he visto encima del
poste de la electricidad he pensado en aquel fuego de San Telmo que vi siendo
un zagal de 17 años. ¡Cómo pasa el tiempo!
Y Coco sigue con su cansino caminar. Ya la luz es la que refleja el cielo. El sol hace tiempo que ha desaparecido.
Junto al camino, hay unas encinas, relativamente jóvenes, y
sobre una de ellas un petirrojo observa sus dominios y busca un lugar seguro
para pasar la noche. Intento acercarme para fotografiarlo más de cerca, pero
este no es tan social como otros y la luz ya no me permite disfrutar de la foto.
Unos gorriones esperan que alguien les eche comida, pues a
esta hora no es normal que estén todos encima del arbusto de un jardín y
mirando al mismo sitio. Es prácticamente de noche para ellos.
Y Coco, que sabe que la entrada a casa está a la vuelta de
la esquina me adelanta y se pierde tras ella. Cuando llego da la sensación que
me dice: ¿Cómo tardas tanto? Eso sí, moviendo incansable el rabo.
En estos paseos en los que ando solo acompañado de la perra,
hay tiempo para pensar en mucha gente, en muchas cosas…
Sed felices. Cuidaros
Antonio