Ayer domingo, penúltimo domingo del mes de abril, como muchos fines de semana subimos a hacerle compañía a mi madre, que con sus casi noventa y cuatro, sigue teniendo unas ganas de vivir increíbles.
Tardes maravillosas de recuerdos que van saliendo de su cabeza, con las interpretaciones que ella con el paso de los años les va dando a las historias. No porque se invente cosas nuevas, si no porque en su soledad del día a día tiene muchísimo tiempo para pensar.
Y repetimos una y otra vez distintos pasajes de su vida y de la mía, que al fin y al cabo es mucho de la suya.
En un momento en que tengo un ratito para darme un pequeño paseo por los alrededores del jardín o de la casa, armo mi maquina con un objetivo de 60 mm con macro y voy a la caza de cosas pequeñas.
Ya ha llegado la primavera a la sierra y en las hierbas aparecen flores; en los tapiales pequeños retazos mas combinando los espacios entre musgos y líquenes abriéndose paso pequeñas espigas en las que hay que fijarse para poder verlas; los insectos comienzan a hacer su aparición y como no las flores se convierten en sus puntos de reunión obligados.
Las hormigas, esas diminutas hormigas rojas que durante el invierno han estado escondidas en los hormigueros, han salido para empezar la recolección de toso aquello necesario para el siguiente tiempo frio. Y andan por todos lados como si el mundo se acabase mañana. Tanto es así que resulta mucho más difícil fotografiar una hormiga que una avispa.
Y los tonos se acompañan unos a otros, pero son los verdes los que predominan en el suelo y los azules en el cielo del paisaje.
Hay que volver a casa. En cuanto me vea entrar por la puerta me preguntara que he fotografiado y le iré poniendo una a una las fotos para que las vea en el visor de la maquina.
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