Ha sido un día cuasi
perfecto.
Un maravilloso viaje,
visitando dos lugares ya conocidos, pero no por ello menos ansiados de
volver contemplar,
Los arcos visigóticos y
los románicos se han dado durante unas horas las mano en nuestra cabeza,
en nuestros pensamientos y en la devoción
que siento por el románico. Ha sido un día perfecto y lo hubiese sido más si
tu, mi querida Soledad, me hubieses acompañado. Pero…
Llego a casa y unas
pequeñas nubes me indican que algo está a punto de suceder.
Un silencio envuelve el
piso, solo roto por el sonido de una televisión encendida para que el aire y el
ventilador del techo del salón que lo produce, no se aburran.
Vuelvo a sacarlas
maquinas de su cartera y emprendo el camino de mis observaciones celestes.
Cuando llego al prado,
el sol acaba decolarse por detrás aun de Abantos, pero ya le quedan pocos días
para que esto suceda. Dentro de poco, en su lento descenso hacia el solsticio
de invierno, ira recorriendo el horizonte hacia el sur.
Y seguiré mirando solo
los ocasos del astro rey, de la misma manera que observo, poco a poco, mi ocaso
hacia mi solsticio de invierno. Cuan solo te sientes cuando sin compañía ves
avanzar el tiempo inexorable en un discurrir continuo de días que pasan como si
de meros instantes se tratasen.
El cielo se ha apagado
un poco más, pero aun brilla considerablemente.
Me acerco con el
teleobjetivo y observo como las nubes adquieren tonalidades que rayan los
dorados y los grises.
Unos tímidos rayos se cuelan vergonzosos entre las nubes
y el cielo parece empezar a bostezar, buscando un placentero descanso, merecido
después de tantas horas de luz y de calor.
Se ha vuelto a repetir
un nuevo atardecer, parecido al de hace unos días, pero distinto.
Hoy mis pensamientos,
entre nube y luz, están en aquellos arcos maravillosamente trazados hace unos
mil trescientos años y en aquellos otros de unos siglos después y en ti,
Soledad.
El cielo comienza a
dorarse. Pero no es un dorado limpio, maravilloso como el de otros días, no,
sus tintes rojizos le dan un aire de calor, da la sensación que los efluvios de
los infiernos eternos quieren apoderarse de él.
Pero eso no quita para
que la belleza que despide el cielo que parece inamovible, no sea fantástica.
Como un pequeño cometa
un avión deja su estela en el aire, como si quisiese orbitar alrededor del sol.
Unos instantes más tarde, ese cometa terrestre está un poco más alejado hacia
el sur. Su estela, su corta estela, denota prisa, todo lo contrario de la necesidad
que tengo ahora mismo de que el tiempo transcurra plácidamente, tranquilamente.
Las nubes más grandes,
me indican que el tiempo del atardecerse está acabando y llega, poco a poco, el
tiempo de la noche, de esa noche en la que estoy sumergido desde hace tanto
tiempo.
Si, se ve claramente
que los tonos alegres que sembraban el cielo están pasando a unos cada vez más
grises. Aun se aprecia el resplandor en el horizonte, pero ya ha perdido
fuerza. Da la sensación de que cada tarde el astro rey desconecta la bombona de
gas, cierra el chiringuito y se va a dormir.
Seria fenomenal parar
el tiempo por las noches y volverlo a encender a la mañana siguiente.
Mi tiempo va pasando.
Ya ni soy el crio que se comía el chocolate escondido debajo de la mesa del
comedor, ni el muchacho que en sus primeros intentos de conquista salió más
trasquilado que la mula del campesino, ni el padre recién estrenado… Mi tiempo está
pasando, como está mandado; como por desgracia está mandado, porque ¿a caso no
es una desgracia que el tiempo este para cada uno de nosotros entre corchetes?
Las dudas, Soledad, sobre nuestro tiempo no terminan nunca. La existencia
después de la existencia, unas veces la veo posible y otras la mentira mayor
que se le ha contado al hombre; pero quiero creérmela, es mucho mas bella la
mentira que la realidad de un sueño donde no se sueña nada.
El cielo está coloreado
de tonos grises adornados con pequeñas bandas rojas. La luz ha perdido fuerza y
el color también. La noche ha llegado ya, ya no es necesario quedarse aquí observando
y testificando que lo que debía suceder ha sucedido: el sol se ha acostado.
Pero no sé si valdrá mi certificación porque no tengo testigos que acompañen lo
presenciado. Ni siquiera tú, Soledad, estabas allí conmigo para ratificar que
el sol se había acostado.
Cada vez que te miro a
los ojos, como cuando miro al sol, por dentro me ilumino; el problema es que tu
estas ciega y no puedes ver mi mirada, aunque a mí me veas. Nadie puede
certificar mi mirada, en cambio como cada puesta de sol, está ahí cuando tú
estas cerca.
Villanueva del Pardillo, 10 de
Julio de 2016
Sed felices.
Antonio
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