sábado, 18 de julio de 2020

Bajo las ramas del abeto I.-


A ratos, bajo el abeto I.-



Estoy sentado esta noche bajo el abeto como muchas otras.
Este abeto maravilloso que no se ha rendido ante nada ni ante nadie, contemplándole tranquilamente después de cenar, sentado bajo esas enormes ramas con lo que parece que te va a abrazar.
Me gusta estar con él y contarle en silencio las penas y alegrías de cada día. Son tantos años juntos, tantos, que de vez en cuando me acerco, le abrazo y estoy así un rato transmitiéndole y recibiendo.
Esta noche hace aire y sus brazos como silenciosos abanicos parecen querer quitarme el calor de la jornada. Así como los plátanos y otros árboles del jardín son ruidosos con el aire, él, muy al contrario, quiere convertir el ruido en una suave melodía y dirige todas sus ramas como un auténtico director de orquesta.


Hace una noche deliciosa, fresca. Apagamos las luces del jardín y entre sus ramas podía divisar el carro de la Osa Mayor. Proteste porque no me dejaba ver el resto del firmamento y de las profundidades de su ser escuche una voz que me decía: ¡¿Te quejas cuando te doy sombra durante el día?!
Tiene razón.
Miramos las cosas con distintos puntos de vista los humanos. Perdóname amigo.
Medito mientras me abanica. Me encantaría saber escribir el sonido de su música al compás de los empujes del aire serrano. Pasa de repente de suaves compases, casi susurros, a intrépidos vivaces que parece que van hacer explotar todas las ramas del árbol, como si el director se hubiera vuelto loco.
Y sus brazos siguen cualquiera de los compases que el órgano del viento impone y parece querer dominarle y abrazarlo para bailar con él las distintas melodías que van apareciendo.
Mientras tanto, sentado bajo él, escucho absorto el concierto, dejando que recuerdos agradables fuesen  recorriendo mi mente: bailo al compás del viento, ahora en mitad de una tempestad en el Mediterráneo, o en la calma chicha de una noche en el desierto de Bujaraloz. Y entre medias, como imagines salidas de los rincones de mi cerebro, infinidad de amigos que fueron y que lo son, que vienen a recordarme momentos maravillosos aquí debajo de él o allá en la lejanía de los horizontes que nos rodean por todas partes.


El abeto sigue con su danza y yo con él, esperando el momento en que el concierto acabe, esto no será hasta bien entrada la noche, ya de madrugada, cuando los vientos de la meseta sur se estabilicen con los más fríos que llegan a través de las montañas de la sierra del Guadarrama, vientos que caen en cascada por el Alto del León y más duros desde la Peñota..
El viento ha rugido un momento, como si estuviese enfurecido consigo mismo, y ataca a todo lo que a su alrededor le impide el movimiento. El abeto lo envuelve dulcemente, lo amansa y lo va durmiendo poco a poco, poco a poco. Parece que lo ha conseguido. Y me esta durmiendo a mi también.
Me despido de él hasta mañana con pereza y el concierto comienza a diluirse en la platea nocturna del jardín. Parece que sus brazos también quieren descansar. Nos saludamos y nos despedimos en silencio. Un último movimiento de sus brazos. Un adiós de los míos. Y al salir bajo su cobijo descubro con sorpresa un maravilloso cielo lleno de las más brillantes luciérnagas que se pueda uno imaginar…
Sé que mañana estará ahí esperándome.
--o0o--
Sed felices
Antonio