Estoy sentado esta
noche bajo el abeto como muchas otras.
Este abeto maravilloso
que no se ha rendido ante nada ni ante nadie, contemplándole tranquilamente
después de cenar, sentado bajo esas enormes ramas con lo que parece que te va a
abrazar.
Me gusta estar con él y
contarle en silencio las penas y alegrías de cada día. Son tantos años juntos,
tantos, que de vez en cuando me acerco, le abrazo y estoy así un rato
transmitiéndole y recibiendo.
Esta noche hace aire y
sus brazos como silenciosos abanicos parecen querer quitarme el calor de la
jornada. Así como los plátanos y otros árboles del jardín son ruidosos con el
aire, él, muy al contrario, quiere convertir el ruido en una suave melodía y
dirige todas sus ramas como un auténtico director de orquesta.
Hace una noche
deliciosa, fresca. Apagamos las luces del jardín y entre sus ramas podía
divisar el carro de la Osa Mayor. Proteste porque no me dejaba ver el resto del
firmamento y de las profundidades de su ser escuche una voz que me decía: ¡¿Te quejas cuando te doy sombra durante
el día?!
Tiene razón.
Miramos las cosas con
distintos puntos de vista los humanos. Perdóname amigo.
Medito mientras me
abanica. Me encantaría saber escribir el sonido de su música al compás de los
empujes del aire serrano. Pasa de repente de suaves compases, casi susurros, a
intrépidos vivaces que parece que van hacer explotar todas las ramas del árbol, como si el director se hubiera vuelto loco.
Y sus brazos siguen
cualquiera de los compases que el órgano del viento impone y parece querer
dominarle y abrazarlo para bailar con él las distintas melodías que van apareciendo.
Mientras tanto, sentado
bajo él, escucho absorto el concierto, dejando que recuerdos agradables fuesen recorriendo mi mente: bailo al compás del
viento, ahora en mitad de una tempestad en el Mediterráneo, o en la calma
chicha de una noche en el desierto de Bujaraloz. Y entre medias, como imagines
salidas de los rincones de mi cerebro, infinidad de amigos que fueron y que lo
son, que vienen a recordarme momentos maravillosos aquí debajo de él o allá en la
lejanía de los horizontes que nos rodean por todas partes.
El abeto sigue con su
danza y yo con él, esperando el momento en que el concierto acabe, esto no será
hasta bien entrada la noche, ya de madrugada, cuando los vientos de la meseta
sur se estabilicen con los más fríos que llegan a través de las montañas de la
sierra del Guadarrama, vientos que caen en cascada por el Alto del León y más
duros desde la Peñota..
El viento ha rugido un
momento, como si estuviese enfurecido consigo mismo, y ataca a todo lo que a su
alrededor le impide el movimiento. El abeto lo envuelve dulcemente, lo amansa y
lo va durmiendo poco a poco, poco a poco. Parece que lo ha conseguido. Y me
esta durmiendo a mi también.
Me despido de él hasta
mañana con pereza y el concierto comienza a diluirse en la platea nocturna
del jardín. Parece que sus brazos también quieren descansar. Nos saludamos y
nos despedimos en silencio. Un último movimiento de sus brazos. Un adiós de los
míos. Y al salir bajo su cobijo descubro con sorpresa un maravilloso cielo
lleno de las más brillantes luciérnagas que se pueda uno imaginar…
Sé que mañana estará
ahí esperándome.
--o0o--
Sed felices
Antonio
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