¡Que hermosa eres! Que belleza hay en tus pétalos; suavidad
sublime, olores maravillosos que endulzan los sentimientos y acarician el alma
de quien te respira. ¡Rosa! ¡Maravillosa rosa! ¿Cómo te llamas?
¿Que como me llamo? ¿Realmente eso te importa?
Y a ti, ignorante humano que me miras y admiras, que más te
da como me llamo. A ti te debe importar la belleza que hay en mí forma, en mis colores, en mi aroma. ¿Acaso tu por
tener nombre eres mejor que otro? ¿Es imprescindible tener un nombre? No te
basta con ser lo que eres, quieres destacar por adornos externos; y no te das cuenta
que la belleza está en la sencillez.
¡Rosa! No me juzgues mal. Así me educaron; me enseñaron a
destacar y a tener en cuenta cosas como: apellido, nombre, titulo, posesiones… Vanidad
al fin y al cabo. Me encanta rodearme de boato, destacar de los demás, tener un titulo nobiliario y un jardín lleno de vosotras.
Pero tu rosa, eres pretenciosa si te comparo con otras
flores. Necesitas tus espacios y no te conformas con las vulgares praderas
donde las florecillas de infinidad de colores tapizan los suelos.
¡Jaja, jaja! Humano, que inculto eres. Mis ancestros vivían
en los bordes de los bosques y en mitad de las praderas, tranquilos,
disfrutando del sol y del entorno, compartiéndolo con todos, incluso con vosotros. Y tuvisteis que llegar a manipularnos como si fuésemos maquinas, construidas y hechas a vuestro gusto. No os
conformasteis con nuestra belleza campestre, tuvisteis que modificarnos,
colorearnos, cambiar nuestras raíces y transformarnos. ¿Y dices que soy
pretenciosa?
¡Obsérvame; mírame!
¿Cuantas rosas distintas ves a tu alrededor? Somos todas iguales, pero
tus ojos necesitan ponernos nombres porque sois incapaces de llamarnos a todas
“bella rosa, preciosa rosa o rosa a secas.”
Pero rosa, ponerte un nombre es para distinguirte de tus
parientes cercanos, para poder venderte con títulos nobiliarios que te identifiquen, para que el
público te compre y disfrute de ti. Engalanaras así floreros, ramos, parterres y
jardines, como el de Josefina, la mujer de Napoleón que se gastó fortunas en
acondicionar con vosotras los alrededores de su mansión en los alrededores de París.
Sigues sin entender, humano. Sigues sin comprender que a mí
me da igual que tu seas un rey o un vasallo; que a nosotras las rosas nos importáis
por lo que lleváis en vuestro interior, no por vuestros títulos. ¿Acaso por el
mero hecho de ser pobre no puedes mirarme? ¿O por ser rico puedes destruirme?
Humano, aprende. La belleza está en el interior, lo de fuera es pasajero, como
mis pétalos que caen a los pocos días para cubrir los suelos. ¡Estúpido! No ves
que pasa el tiempo y mueres sin darte cuenta que la belleza es interna y que
todo lo que te recubre no es mas que otro experimento, otro intento de hacerte
distinto de los orígenes.
Piensa, humano, medita mis palabras y si quieres ponerme
nombre a mí me da igual, porque mis hermanas y yo seremos para nosotras siempre
rosas, sin mas. Tú, puedes ponerte todos los títulos que quieras y que
envuelvan como un disfraz tu vanidad, yo seré una rosa, una rosa bella, pero
solo una rosa.
Y mientras meditas, querido humano, intenta vivir y ser
feliz.
Una rosa sin nombre.
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