Es un día cualquiera de
un mes de mayo que ha arrancado frio, lluvioso y ventoso, haciéndose pasar por
marzo y abril. He cogido mis máquinas y me he ido a dar una vuelta por el Real
Jardín Botánico de Madrid, que para algo me hicieron mis hijos socio de la
Sociedad de Amigos del Real Jardín Botánico.
La contemplación de las
flores es una forma muy relajante de quemar los problemas cotidianos. Esa contemplación
que comienza en la vista llega muy adentro, profundamente, como un sedante
maravillosos. Según las vas contemplando y fotografiando
Muchas veces, incluso,
llegas a tener una extraña sensación como si introduciéndote en ellas estuviese
rompiendo su intimidad. Pétalos, estambres, aromas y movimiento se unen en un
concierto de luz y de color, con infinidad de estilos distintos que se ligan
para presentar un conjunto diverso y armonioso en todo el recorrido.
Y no hago distinciones
entre ellas. Todas y cada una de las plantas que ves tienen su belleza. Unas
escondidas entre sus ramas; otras por el contrario en exuberantes flores y
algunas pequeñas en la cantidad de flores dispersas por los suelos.
Otras como pequeños
astros quieren imitar a las estrellas y a la vez a las anemonas y mueven sus
brazos como si las corrientes de agua del fondo marino las estuviesen meciendo.
Y como niñas traviesas las margaritas nepalensis juegan animadamente a ras del
suelo sin importarles la condición noble de rosa de Ana de Geierstein.
Un mundo de vida, eso
son las flores, la belleza de la vida para que nuevas generaciones sigan
cumpliendo su misión de lanzar sus semillas en todas direcciones.
Y ahora mientras escribo
estas líneas y escucho la música de Mendelssohn en uno de sus conciertos de violín,
me doy cuenta que la armonía de las flores es otra musca que tenemos que saber
apreciar.
Cuidaros y muy buen fin
de semana
Antonio
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