El viernes pasado fue un día estupendo por muchas
razones.
Me di cuenta que en invierno hay que mirar arriba y
abajo; observar el cielo a través de unos árboles prácticamente desnudos y de
otros que anticipándose a la primavera aprovechan la luz para empezar a sacar
hojas nuevas. Y aquellos otros perezosos que quieren conservar a toda costa sus
hojas para dar color al cielo azul.
Pero también hay que mirar al suelo, donde las
sombras dibujan extraños túneles en los paseos que las parras de las vides
llenaran cuando las temperaturas y el sol, en un acuerdo que llega todos los
años, decidan que la savia tienen que volver a discurrir por las cepas viejas y
retorcidas de multitud de variedades distintas.
Y qué decir de las aves, palomas, mirlos, estorninos, urracas. etc. que encuentran entre las hojas, en el suelo de los cuarteles florales,
infinidad de alimentos, desde semillas a las lombrices que oxigenan y
enriquecen los suelos.
Los colores, esos maravillosos tonos distintos que
el invierno ha heredado de otras estaciones iluminan el horizonte, como si un
maravilloso paisajista hubiese cogido sus pinceles y pintado sobre el cielo
como lienzo, la belleza maravillosa del mundo vegetal.
Y allí en el suelo, un único agujero nuevo, estaba
preparado para recibir un rosal. Un rosal llamado Afrodita que enriquecerá esta
primavera con sus flores el lugar donde ha sido plantado.
Mirar arriba y abajo, en todas las direcciones que
quieran nuestros ojos y contemplar belleza. En un jardín botánico se puede
disfrutar también del invierno y sentir la belleza del mundo vivo que nos
rodea.
Y si a todo esto le agregas para rematar el día una
comida agradable…
Feliz día, cuidaros, y mirara arriba y abajo y veréis,
descubriréis, mundos fantásticos que se pierden muchas veces por nuestra falta
de interés, por conocer lo que nos rodea.
Antonio
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