Estoy sentado en mi
mesa y por la ventana luce una extraña luz que me obliga a mirar hacia ella.
Descubro que el cielo está comenzando a adquirir los tonos para lo que puede ser
una bonita puesta de sol.
Cojo las maquinas y me
voy a un pequeño campo que hay delante de casa, al otro lado de unos chalets y
un centro comercial, desde donde tengo una relativa buena vista de un horizonte
que promete.
Miro al cielo y unas
primeras nubes suaves y deliciosas parecen querer invitarme a que las acompañe
al espectáculo que va a comenzar. Un espectáculo que, de vez en cuando, en
estas tierras castellanas adquiere la grandeza suprema de un adiós increíblemente
bello. Me parece que hoy va a ser un día de esos.
El sol está ya detrás del
horizonte y mirando al cielo me doy cuenta que la función acaba de comenzar: ¿queréis
acompañarme? ¡Vamos a verla! Solo hay que tener el espíritu abierto a
presenciar como un astro se acuesta en una escena que es difícil que sea
interpretada por otro actor distinto.
Las primeras nubes
comienzan a teñirse de distintos colores. Los efectos luminosos son
extraordinarios. Se pasa del dorado a los rojos y de estos de nuevo a los
dorados como si de un juego de ida y vuelta se tratase.
De repente las nubes
que están encima mío se convierten en oscuras manchas, mientras que las del
horizonte alcanzan un grado de brillo tal, que parecen pequeñas láminas de oro
que recubren el cielo como si de una maravillosa joya se tratase. Y realmente
es una joya.
Luego poco a poco esos
dorados dejan paso a unos colores de pasión, rojos, terriblemente fuertes,
señal inequívoca que la función está terminando.
Ya solo queda un
pequeño resplandor en el horizonte, pero los vidrios del centro comercial son
aun capaces de absorbe ese color y reflejarlo como si una hoguera estuviese
ardiendo en ellos.
Todo ha terminado y una
sensación maravillosa queda dentro del espíritu, dentro del pensamiento. La
retina aun esta impregnada de los colores que ha captado tras el objetivo de
las maquinas y a simple vista sobre ese horizonte maravilloso.
Me vuelvo a casa
pensando que la vida me ha hecho el mejor regalo que podía: hacerme disfrutar
sencillamente con toda esa belleza que día a día el mundo pone a nuestro alcance.
Y solo, lo único necesario, es la observación y estar atento a las
señales que surgen a nuestro alrededor.
Sed felices.
Antonio
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