Para Silvia López, tertuliana de pro, que siempre te habla con una sonrisa.
Por las grandes
ciudades se puede pasear mirando a las calles, a los escaparates ventanas y
balcones, incluso a los vidrios de coches y carrocerías de motos. ¿Y qué
encuentras ahí? Os preguntareis.
Se encuentra un mundo
tan real como el nuestro, contrario a nosotros, inverso, unas veces nítido y
transparente como el nuestro y otras retorcido e intrigante que esconde un no
se sabe que.
Un mundo de vida sin
vida o, vaya Ud. a saber, con una vida tan transparente y parecida a la nuestra
que no somos capaces de separarla de la nuestra, de discernirla y poder
enjuiciarla, pues dura lo mismo que dura nuestra mirada ante cualquiera de los escaparates y vidrios sobre
los que observamos.
Como la materia y la
anti materia, lo positivo y lo negativo, existe también la imagen y la contra imagen,
llamémosle reflejo, que no es otra cosa que la visión del mundo que nos rodea
mas allá de nuestro campo de enfoque y de nuestra posibilidad de alcanzarlo. Al
contrario que la sombra, que no nos deja ni con la luna, nuestro reflejo nos
acompaña desde la primera entrada en el baño, aun somnolientos, hasta el
cepillado de dientes, pero a cada instante, es distante, está al otro lado del
espejo.
Hoy os he traído unos
reflejos cogidos en distintos paseos por Madrid. Unos son imágenes reales,
otras también, pero distorsionadas por unos vidrios capaces de convertir la
imagen real en una imagen de ensueño, del otro lado de nuestro mundo.
¿Empezamos con unas
cortinas? En la calle de Alcalá existen una serie de balcones que se engalanan
con cortinas maravillosas nacidas en otro espacio tiempo, al otro lado del
nuestro, como las de la foto que veis a continuación. La iglesia de San José
esta delante y con su fachada le presta esas cortinas de las que carece. Una
forma de entrar en este mundo de acciones distintas. ¿Verdad o mentira? Las
cortinas están ahí.
Las cortinas que le presta la iglesia de San José al ventanal.
¿Sois aficionados al
fútbol? El estadio Santiago Bernabéu, templo sagrado de los madrilistas,
presenta una serie de cristaleras encima de sus taquillas que nos introducen en
un mundo de extrañas y deformes acciones. Las formas no son lo que deberían
ser, como si una mano invisible estuviese colocando cada uno de los barrotes de
la Torre Picasso de una forma totalmente aleatoria. Quizá los ingenieros de más
allá difieran de nuestro concepto de líneas ortogonales y quieran mostrarnos
que se pueden hacer las cosas de muchas otras maneras.
En el Bernabeu a veces la realidad se distorsiona.
Cerca de Cuzco tengo la
sensación que se me está observando. Noto la mirada fría clavada en mis hombros
a la vez que distante. Noto perfectamente que alguien sigue mis pasos y me
vigila. Y son unos ojos grandes, escondidos que irradian misterio. Los descubro
de repente allí en lo alto. Escondidos
detrás del vidrio. Un fantasma que intenta comunicarse y con esa mirada de
asombro me observa. ¿Qué si no puede mirar así? Decido que tengo que captar la
escena y disparo. Una foto y queda plasmado. En la siguiente ya no están esos
ojos…
¿De quien serán esos enormes y extraños ojos?
Cerca de Álvarez de
Castro me sorprende una cristalera verde de la que salen las hojas amarillas de
lo que parecen unas acacias. ¿Quién está delante y quien detrás? Como en un
cuadro naif se entremezcla la realidad con la imaginación. Ramas a este lado y
ramas al otro, como si se intentase congeniar dos mundos iguales y distintos y jamás
unidos. Y las viviendas de los alrededores se sumen en el mismo juego y bailan
a un ritmo que impone el compas de los vidrio templados, moviendo sus fachadas
en un alborozado mostrarse a nosotros tal y como son al otro lado del reflejo.
¿Están las ramas dentro del reflejo? ¿Seguro que no?
Como una enorme ola, la
fachada de este edificio del centro Azca parece querer avanzar comiéndose y tragándose
todo aquello que se pone al alcance de sus vidrios, como un gigantesco tsunami que
quiere coger todo lo que a su alrededor existe y engullirlo; absorberlo y
comprimirlo dentro de su vorágine de ola reflejante creada por el hombre. Y
entre espacio y espacio ya solo quedan unos restos que con la caída de la tarde
serán devorados totalmente. En el mundo de los reflejos está claro que también,
como en el nuestro, unos se comen a otros.
Como una gigante ola va devorando os reflejos a su paso.
En Madrid se puede ver
de todo, pero hay que liberar la mente, hay que dejar que tus ojos acepten como
normal lo que a primera vista puede parecer grotesco, absurdo… Pero están ahí,
y como a nosotros les gusta realizar las mismas faenas y trabajos pero en
sentido inverso, girados ciento ochenta grados con respecto a nuestra forma de
ver y de pensar. Y si no que le pregunten al conductor de este autobús en que
estaba pensado paraqué su cabeza se volviese perecida al edificio Plaza. O ¿es que quizá quería el
edificio conducir el autobús? Vaya Ud. a saber.
¿Tendrá el conductor un gran dolor de cabeza o el edificio Plaza quiere quitarle el puesto?
Los maniquís están inmersos
en la circulación de los reflejos. Los vehículos del mundo invertido pasan
justo a su lado sin tocarlos. La Gran Vía de los reflejos solo dura lo que se
alarga el escaparate. Luego la circulación desaparece en un santiamén y no sale
al otro lado del vidrio como era de esperar. Allí queda solo la realidad de un
cartel de este lado que me recuerda que estoy aquí, no allí. En los escaparates
se mezclan reflejos, realidades y escenas a veces tan rocambolescas en la que
no se sabe nunca donde está la realidad y la ficción.
¿Cuantas veces has pasado por aquí y nos has visto esto?
Desde luego si una cosa
tienen las torres KIO es la particularidad, a parte de su inclinación, de crear
en sus fachadas una vistosa y extraordinaria forma de ver Madrid. Lo que a
simple vista debería ser un entramado perfecto de cuadriculas ordenadas y una
intricada mezcolanza de modernos y viejos edificios, se convierten ellas en un
muestrario extraño de enredos majestuosos.
A vista de pájaro sin moverme del suelo.
Como no iba a colocar
esta foto. El guardián del Paseo de la Castellana. El perro gigante que nos
vigila cerca de la plaza de Emilio Castelar, con su casquete y gafas de aviador
colocadas. ¿A qué juegan los reflejos para con solo las fachadas de enfrente
producir esta imagen? ¿Qué nos quiere decir? En el fondo no son más que
balcones y rejas que por el azar han formado una imagen bidimensional en la
fachada. Pienso que podría ser incluso un piloto de aquellos aeroplanos
triplanos de la Primera Guerra Mundial que quisiera volver a despegar en
cualquier momento…
El perro, el piloto, el fantasma de Emilio Castelar nos observa..
¿Quiénes son esos seres
sin volumen, planos, que están al otro lado del vidrio? Andan en mi mismo
sentido pero invertidos. Me miran, como si se encontrasen inquietos porque mi cámara
está intentarlos captarlos. Y no tienen tiempo para salir corriendo. La
Victoria alada de la esquina de Gran Vía nos vuelve la espalda y en el autobús,
como si quisieran sus vidrios participar también en esta entrada, infinidad de
fantasmas se reflejan en el.
Nunca podrás ver en la realidad la imagen en esta posición.
¿Dónde esta la realidad?
¿La verdad está a este lado del cristal o al otro? ¿Será aquello la antivida o la
vida al otro lado del cristal? No lo sé. Pero sé que cuando voy paseando por
Madrid me fijo en todas sus posibilidades, reales o irreales, del aquí o del
mas allá.
Nada mas por hoy.
¡Sed felices! Lo demás carece
de cualquier y relevante importancia.
Antonio
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