Tal de Tal a 10 de Enero de 2015
Querida Soledad:
Hoy ha sido un día extraordinario respecto a las fechas que estamos. Ha amanecido una ligera escarcha con dos o tres grados bajo cero, que gracias a la lumbre preparada para la matanza y al amigo "Manuel" que en cuanto ha salido por el horizonte hemos tenido que ir quitándonos prendas de abrigo, para terminar en mangas de camisa.
La matanza del pobre guarro, ha sido mucho más limpia de lo que pensaba. Es la guerra continua entre el depredador y la víctima para alimentarse. Pero realmente si te lo pones a pensar todos los días mueren cientos de animales para alimentar a la población mundial.
En la matanza, Soledad, se juntan las costumbres ancestrales con la supervivencia de una familia a lo largo de un año. Del cerdo se aprovecha todo, hasta los andares, como decía uno de los que estaban ayudando a su elaboración.
Abierto y limpio ya el cerdo, comienza una operación de extraordinaria pericia
Pasada esta fase del día, y ya con toda la carne preparada y las tripas limpias para embuchar, nos hemos sentado todos a comer al sol, solo faltabas tu, cubriéndonos bien la cabeza de un amigo que hoy ha subido la temperatura en Valencia de Alcántara hasta más de veinte grados. Se estaba a gusto, en una mesa en la que dueños y empleados y parientes compartían la alegría de saber que la matanza había ido bien.
Se ha comido y bebido; se ha disfrutado de las anécdotas de los lugareños, de sus bailes y sobre todo de sus conocimientos, que son muchos, por regla general, más que los nuestros del campo y su mundo.
Por la tarde ha llegado el momento de embuchar: había que preparar lo salchichones, los chorizos, las morcillas patateras, los chorizos, el buche que es una especie de morcón, separar la grasa de la manteca, preparar los inmensos lomos de un animal que pesaba casi 220 kg y los solomillos. Y dale que dale al manubrio de la máquina para embuchar, durante toda la tarde y parte de las primeras horas de la noche y mañana habrá que seguir con lo que ha quedado por hacer.
Ristras de chorizos y morcillas cuelgan en el secadero, resultado de otra matanza.
Cuando ya el frío comenzaba de nuevo a aparecer escondido en una maravillosa luz que venia de arriba, en un ocaso magnifico, como vas ver, me he acercado a la lumbre donde se cocían las morcillas. Daba gusto ese calor que parece escondido saliendo de las brasas.
El fuego se va consumiendo. La ultima olla calienta el agua por si hay que cocer mas embutido.
Y a última hora de la tarde, de un día completamente despejado, Soledad, unas pequeñas nubes han hecho acto de presencia en el cielo. Me he preguntado si no sería el espíritu del animal que subía al cielo.
Me he ido a un rincón de la finca y recordándote, he ido haciendo foto a foto, Cada imagen un pensamiento, Soledad, cada instantánea un deseo, Soledad, queriendo que el tiempo se parara repentinamente para que la visión y el pensamiento se enlazasen en un abrazo eterno, Soledad.
¿Te has fijado en los colores iniciales? Suaves y cálidos.
Para recrearme en ellos he avanzado unos pasos hasta una esquina de la huerta y allí, apoyado en uno de los muros de una dependencia, solo, en perfecta soledad, Soledad, contemplaba ese cambio maravilloso en el cielo.
Comienza un ocaso maravilloso
Primero el cielo se hace brillante: combina el brillo del oro con los grises de la oscuridad; da la sensación que parte de la nube disfruta y la otra, tímida, se esconde. Parecía que mechones de cabello recorrían el espacio.
Luego, Soledad, comenzaron los colores ocres; y después pasando desde el rojo del carbón encendido a la luz del día a rojo intenso de la brasa que queda en el fuego de la hoguera cuando ya la noche es cerrada.
Y entre nube y nube, tu, Soledad. Entre color y color, el recuerdo de tus miradas.
Y así poco a poco llego la noche Las nubes dejaron sus colores encendidos y cansadas de tanto boato celeste decidieron convertirse en grises rastros durmientes.
Me quede allí, con la mirada en el cielo, Soledad, y el pensamiento muy lejos… ¿Sabes dónde?
La temperatura comienza a bajar. El calor del día deja paso al frío de la noche. Las nubes han dado paso a las estrellas, que envidiosas, quieren cubrir el cielo con su manto de refulgentes chispas. Y lo consiguen, Soledad, pero han quedado allí solas, solo acompañadas por el frío, que ya no consiguen menguar las pocas brasas que quedan en la fogata. Yo me he refugiado en los rojos tintes que despedían las brasas de la chimenea…
Hasta pronto, Soledad. Un beso
Antonio
Bellas fotografías, amigo Antonio. Con ellas he recordado mis vacaciones de bachillerato en el mes de diciembre junto a mis tíos que anualmente repetían el rito matancero. La luz y el clima del momento, espectacular. ´"Tus cámaras" y tu visión amable y poética de la jornada son las responsables de esta entrada excepcional. Un abrazo.
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