Atardece cuando estoy
volviendo de la farmacia de comprar los aerosoles que me ayudan a respirar.
De repente, como esos
soplos de aire que discurren en los días de calma, un ahogo repentino y fugaz
me indica que algo no anda bien.
Me detengo un momento; respiro
hondo; mentalmente me tranquilizo. El corazón se ha revolucionado algo, no
mucho, pero lo siento.
Una fina lluvia cae,
pero voy abrigado. Sigo andando; parece que mis bronquios han sufrido un ligero
despiste y con la humedad del ambiente se han aturdido y cerrado por un
instante.
Llueve al volver de la farmacia
Hasta casa me quedan
doscientos metros, quizá algo menos. Ando tranquilamente con la bolsa de las
medicinas colgando de la mano izquierda, y voy pensando en quien quiero, que
deseo… cuando de repente ¡otro ahogo! Eso ya no me gusta, pero no puedo correr,
sería mucho peor.
Palpo mi bolsillo y
allí está el aerosol de emergencia.
No lo dudo. Lo saco,
como el que saca un revolver para defenderse, y sin pensarlo dos veces aprieto
dos veces el imaginario gatillo y un fluido frio y gaseoso entra hacia mis
pulmones mientras contengo la respiración.
Ando ahora muy
despacio, La experiencia me lo ha enseñado y subo sin dificultad los seis
peldaños del portal y entro en casa.
Parece que la química
ha hecho funcionar a mis bronquios. Me tranquilizo.
Me siento ante el
ordenador porque hace un montón de tiempo que quiero escribir a Soledad y no
encuentro el momento ni la forma. Enciendo el ordenador. Miro el correo. Nada
importante. Decido abrir el tratamiento de textos y ponerme a escribir.
Estoy respirando sin
dificultad, pero noto que no estoy bien.
Son las siete de la
tarde.
La tormenta comienza.
Una sensación de frio me invade. Comienzan mis dientes, los que me quedan, a
chocar unos contra otros. Sé que llega la fiebre; ahora entiendo esos ahogos.
Algo no anda bien, Dejo pasar un rato, La tiritona va en aumento. Comienza a
dolerme el cuerpo, no sé si por el gripazo que se avecina o porque el cuerpo
regula el envío de oxigeno a sus elementos principales.
Cada vez tirito con más
fuerza y cada vez veo a la Soledad mejor.
Me acerco al botiquín y
me tomo una aspirina sin pensarlo.
Miro el reloj: las 8,30
de la tarde. Hace dos horas ya que empezaron los ahogos y vuelvo a palpar mi
bolsillo, pero no cojo la pistola de la vida.
Intento escribir en el
ordenador y los dedos recorren cada tecla sin hacerme caso.
So..mme…dad, est…y pensa….fo en ti.
Tengo que detenerme. No puedo seguir
escribiendo; me pone más nervioso, me cuesta respirar. Noto que sube la fiebre
y la fiebre me empuja a pensar en el mundo que me rodea.
Poemas amorosos y épicos se entrecruzan en mi mente...
Decido ponerme el
termómetro. ¡Treinta y nueve y medio!
Pero de momento sigo
respirando, me digo a mi mismo. ¡Puedo soñar! ¡Tengo fiebre, puedo soñar! Estoy
empezando a delirar.
Mi mente divaga en un
mundo que me gusta y las imágenes de Soledad se cruzan en el camino con
multitud de rosas que me saludan y sobre ellas infinidad de insectos que acompañan.
Poemas amorosos y épicos se entrecruzan en mi mente formando estrofas
maravillosas sin sentido. Poetas antiguos y modernos combinan sus versos en una sinfonía de rimas maravillosas de palabras para mi incomprensibles pero que me endulzan.
Griegos, romanos, celtas y otra multitud de
civilizaciones recorren delante mío los caminos sagrados de la historia.
Los grandes inventos se
me presentan de repente, como juegos de científicos infantiles que han
desarrollado juguetes misteriosos que no saben siquiera si van a poder dominar.
Veo conjuntos de batas blancas a mi alrededor de personajes sonrientes que
reciben premios imaginarios por labores conseguidas y que ofrecen al mundo en
total gratuidad.
Los insectos me saludan...
Y a mayores que juegan
en los parques junto a los niños. Disfrutan en esos espacios de las horas de
sol en los fríos inviernos y de vez en cuando recogen una pelota que un niño
les ofrece para que ellos también chuten en un imaginario campo de juego. Y veo
un mundo feliz donde vida y muerte se dan la mano en una existencia conjunta y
duradera sin temor y sin guerra.
Deliro en un mundo
perfecto que viene a socorrerme, un mundo donde todos compartimos alegrías y no
existe la tristeza, Cada rincón de ese mundo está limpio y a las puertas de
cada vivienda una flor.
...en cada puerta una flor...
Y me doy cuenta que en
las ciudades ya no hacen falta en las noches las farolas porque así podemos
iluminarnos mirando al cielo y contemplar ese maravilloso otro mundo que nos
rodea. Miles de estrellas se encienden como pequeñas luciérnagas y parecen
saludarme. Algunas incluso centellean ante mi alegría por verlas. Meteoritos
incandescentes pasan a cientos por mis ojos sin quemarme. Y gira el Universo
alrededor de la tierra en una espiral de luz y fuegos artificiales maravillosa.
Una alfombra de flores...
Y una alfombra de
flores se extiende por las aceras para que los pies anden desnudos sobre ellas.
Y los perfumes de la naturaleza invaden las calles.
Y tú también apareces,
Soledad, en la inmensidad de mi locura febril y te veo navegar en un mar encendido
por el cielo, que refulge en mil colores jamás vistos, gritando ¡amor, amor!
Veo a mis padres jugar
conmigo y mis hermanos como si la vida ni hubiese pasado y me doy cuenta de que
soy feliz. ¡Viva la fiebre! pienso para mis adentros mientras, ya en la cama,
la tiritona sigue adelante, como si aquello no fuera a tener fin. Y reconozco
aquella bicicleta heredada de no sé qué antiguo pariente en la que aprendí a
montar en una cuesta abajo.
Y sueño con despertar a
tu lado y sentir tu pecho entre mis manos en una eterna caricia de cariño al
despertar; pensando y sintiendo que fuera existe un mundo de total
belleza, de inmensa belleza natural, sin maquillajes ni coloretes que la
descompongan…
...de inmensa belleza natural...
Pasan por mi cabeza una
ambulancia con las sirenas encendidas. ¡No, otra vez no! No quiero ir al
hospital. Estoy sudando ¿de miedo? No lo sé. Son…no se qué hora es. Cojo de la
mesilla el Ventolín y disparo de nuevo dos veces. Por si acaso.
Sigo soñando despierto.
¡Viva la fiebre! De repente todos los problemas y las angustias se convierten
en banales circunstancias y frívolas preocupaciones. ¡La vida es más importante!
Son las cuatro de la
madrugada. Un antibiótico entra por mi garganta y le sigue un fuerte calmante.
Estoy despierto, No quiero apagar la luz. La miro constantemente como si fuese
mi sol en ese momento.
Es una esfera en
movimiento que orbita alrededor de mi cabeza, Calor desprende y su luz hiere
las pupilas llenándolas de extraña felicidad. Me ilumina, me trae tus recuerdos
y los momentos pasado juntos, Si los pasados contigo y con todos.
Una esfera de luz...
Quisiera
recuperar en esos instantes todos los momentos agradables vividos en mi vida y
juntarles en un solo instante de felicidad.
Son las cinco de la
madrugada. Parece que el calmante ha comenzado a realizar su función de bajar
la fiebre. Pero el reloj me sigue pareciendo gigante, extraño.
Mi mente empieza a
darse cuenta que lo vivido eran sueños aunque sigue medio inconsciente. Que
Soledad no estaba a mi lado y que las flores en las puertas de las viviendas
eran los cubos de la basura.
...las flores en las puertas de las viviendas eran los cubos de la basura...
Las que cubrían las aceras de las ciudades se van
convirtiendo poco a poco en suciedad olvidada en ellas. Y la lámpara que
parecía un sol que me guiaba hora molesta mis ojos: pero sigo sin querer
apagarla. Los juegos con mis padres se van difuminando y el cielo se apaga cada
vez más en la ventana cerrada; el despertar, entrelazados, tendrá que esperar
de nuevo y el mundo vuelve a convertirse en una desilusión de guerras y
humillaciones de unos a otros.
Poco a poco, muy poco a
poco, la fiebre va bajando.
Recuerdo más veraces me
van llegando de nuevo: un beso, una parada de autobús, una maquina de
fotografiar, Soledad, mis problemas, mis incertidumbres…
...el cielo se apaga cada vez mas...
Cierro los ojos.
Creo que son las seis
de la mañana cuando me quedo dormido.
Al despertar, cansado y
con el cuerpo dolorido, me acuerdo de mis sueños y pienso que a veces es buena
la fiebre. Algo ha reaccionado mi mente después de ella: quizá locura, quizá deseo,
quizá un bendito sueño de ilusiones.
Está claro que, si no
hay fiebre, habrá que intentar soñar de nuevo con ilusiones que hagan factible
concebir la vida como un instante maravilloso que debe vivirse a tope, sin
hacer daño, sin perderse en intrigas y odios que no conducen a nada. En fin en
soñar y convertir los sueños en realidades tangibles…
convertir los sueños en realidades tangibles...
¡Queda tanto por
soñar!........
¡Queda tanto por
hacer!.......
¡Queda tanto por
amar!.......
--o0o--
Feliz sueño a todos,
espero que para ello no os haga falta la fiebre.
Antonio
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