Las caminatas en las tardes de invierno, en Soledad,
sin la compañía nada más que del viento y el paisaje son momentos geniales para
el pensamiento, el recuerdo y la contemplación.
Me gusta andar por el campo descubriendo la belleza
que aportan las distintas plantas con sus variados colores, pero me llaman
poderosamente la atención los frutos rojos de los rosales silvestres y de los
espinos.
Los primeros son de buen comer para distintas aves
que los dejan abiertos tras haber comido su interior dulce una vez que han madurado
en condiciones y los segundos pueden alegrar la vista, en un paisaje de
tonalidades grises monótono, plano cromaticamente y desprovisto de alegría, con
sus fuertes colores encarnados.
Soledad del caminante por lugares donde el común de
los mortales no pasa. Fuera del bullicio de la ciudad o del pueblo es raro
encontrar a alguien interesado en mirar las plantas invernales. Soledad,
bendita soledad que me acompaña y me permite concentrarme en el paisaje que me
rodea.
Descubro unos espinos y me fijo en ellos. Como
lucecillas de Navidad están los arbustos, los majuelos, llenos de frutos rojos de un color intenso.
Me encanta mirarlos y verlos a través del visor de
la cámara. Te acercas o alejas un poco para buscar el detalle, para comunicarte
visualmente con lo que el arbusto te esta ofreciendo.
Unas veces unas sola pieza de la fruta sosa. Otras,
ramilletes impresionantes que parecen querer abandonar las ramas a las que están
enganchados. Pero todo es color, colores. Colores en un mundo gris, que me
rodea, que surge de cada planta ya vieja, de cada tallo de hierba que ha
cubierto su ciclo. Y junto a unos prados verdes de tierras mal cultivadas, animan
la vista los frutos de espino.
Crecen al borde del camino, perfectamente alineados.
Seguro que han sido plantados intencionadamente; aunque unos cientos de metros más
adelante, junto al río Guadarrama los veo formando una maraña increíbles.
El invierno se alegra con sus colores y me espíritu se regocija con ellos.
El invierno se alegra con sus colores y me espíritu se regocija con ellos.
Dentro de unos días, cuando vuelva por estos
parajes, seguramente los frutos del espino albar habrán caído al suelo; pero
dentro de unos meses, cuando vuelvan a ponerse las hojas amarillas los frutos
rojos volverán a alegrar el invierno.
Soledad, como se te echa en falta en mitad del
bullicio de la ciudad.
Sed felices.
Antonio
No hay comentarios:
Publicar un comentario