El jardín esta en
silencio. Hay un silencio absoluto, casi un silencio muerto.
Estoy solo, como casi
siempre, pero no me disgusta.
Si disfrutaría quizá más
si estuviese en compañía, pero no es el caso. Por lo tanto a disfrutar en la
soledad, mientas contemplo las bellezas que el rosal me ofrece.
Me fijo en él. Me fijo
en sus flores. Y es curioso pero me llaman más la atención las flores maduras
que los capullos formándose.
En el capullo se
refleja la inexperiencia, una belleza latente, pequeña, con ansias de grandeza.
Pero no es aun nada.
Los ojos solo me
permiten dedicarles unos segundos, los justos para una foto o dos.
Contemplo las roas ya
formadas. Me doy cuenta que son mucho más bonitas; hay experiencia en ellas;
hay ganas de vivir, de contagiar el aire con sus colores y sus perfumes.
Redondeadas, rosas,
rojas, blancas, amarillentas, todas preciosas.
El silencio sigue.
La soledad también.
Una rosa méllame la atención.
Luego unas cuantas mas. Parecen decirme algo; escucho, silencio absoluto.
Me pregunto ¿Por qué tanta
belleza para solo un instante de visión?
Allí están las rosas, aquí
estoy yo mirándolas. Ellas me perciben, saben que me tienen completamente
conquistado. Son maduras y bellas.
Algunos pétalos
demuestran la proximidad de un fin que esparcirá los pétalos por la parcela.
Belleza hasta el final.
Armonía de color. Muerte silenciosa sin el mas mínimo quejido. Y con su muerte
llegar la simiente de una nueva generación. Madurez, saber hacer.
Sigo solo, no me
importa. El silencio me agrada. La tarde corre.
Rosa-Rosae, primera declinación,
tercero de bachillerato en Gerona.
Frente al colegio, la
casa de la bruja llena de rosales. No
recuerdo a la bruja que nos cobraba diez céntimos por cada balón que caía en su
casa, pero sí recuerdo y veo aun aquellos maravillosos rosales.
Los rosales me llevan a
mi niñez o a mi entrada brusca en la pubertad.
Recuerdo tantas coas de
aquel tiempo al observar las roas que lago tienen que ver con mi memoria.
Quizá sean ellas la
memoria; quizás sean las neuronas que activan mis recuerdos.
Sigue el silencio a mi
alrededor, solo roto por la máquina de fotografiar. Me gusta sentir el ruido
del espejo en cada foto, y disparo, disparo… pero no mato, al contrario
conservo la belleza de las rosas que me están haciendo compañía.
Caigo de repente en la
cuenta quelas rosas me están diciendo que su belleza depende de su experiencia.
Han crecido, se han formado y están dando la vida al fruto que viene tras de
ellas.
Y pienso y comparo.
Cada vez lo tengo más claro; en la madurez hay belleza fruto del conocimiento, de la
experiencia, de la labor realizada.
Algunos pétalos caen volando
por el jardín. El césped comienza a teñirse como si de un tablero de ajedrez se
tratase.
Miro el rosal. Allí en
lo alto esta la rosa medio rosa y medio escaramujo.
Bajo el rosal sigo solo
y en silencio.
Me doy cuenta de mi
soledad. Me admiro de la belleza.
Divago, pienso,
recuerdo; quisiera tal vez en este momento una caricia, pero…
Admiro por ultimo a las
rosas.
Me fijo en una roja
dispuesta ya casi a cubrir de sangre el césped.
La fotografió; me
viene l mente de nuevo Gerona y mis once
años; la bruja. El rosal de la bruja.
No me importa volver a
mi pasado, no, siempre que sea contemplando la belleza madura de una rosa o de
una mujer.
Me encantaría que esa
mujer fueras tu.
Sed felices… con mirar
a una rosa se consigue.
Antonio
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