Alguien me dijo un día que fuese intentando recordar cosas de mi pasado de cara a favorecer el desarrollo de mis células cerebrales de cara a mi vejez que por la naturaleza de nuestra existencia se va acercando inexorablemente.
Estos días, aburrido en la cama, desvelado por las noches, he recordado cosas de mi infancia y una de ellas es esta que os cuento; espero que os guste.
UN CAMPO DE FÚTBOL PARTICULAR
Todo empezó un día de principios del mes de agosto cuando el que narra la historia contaba con unos nueve o a lo sumo diez años de edad.
Mis padres tenían un chalet en Playa de Aro, en primera fila de playa, justo en mitad de la playa. A nuestro lado de poniente una fila de villas continuaba inexorable hacia Sagaró a lo largo de la playa.
Hacia Levante, una pequeña calle y luego un maravilloso pinar con arena de playa en su suelo, ideal para con unas "Bambas" jugar al fútbol. El solar, precioso, era propiedad del hotel que existía a continuación, y practicamente estaba durante el mes de julio despoblado.
Allí jugábamos unos entrañables partidos de fútbol a tres. Si tres eramos los componentes del partido: el entrenador,que era el chofer de mis padres, mi hermano pequeño, (había cuatro hermanos mayores y dos mas menores hasta un total de ocho), y yo que normalmente realizaba la función de portero, que los días que a Luis, así se llamaba el chofer entrenador, necesitaba desfogarse de algún agravio con mi padre, era un mal sitio para ocupar. Esos días los pepinazos del exfutbolista solían dejarme algo de dolor en alguna parte del cuerpo.
El mes de julio transcurrió maravillosamente. Casi todas las tardes a la hora de la siesta con entrenador o sin él jugábamos al fútbol, teníamos marcado el campo y a veces algún amigo se acercaba y entones los partidos podían ser a tres, cuatro o hasta un máximo de seis si el amigo Luis se había portado bien y le dejaban venir.
De repente nuestro campo de fútbol fue invadido por coches alemanes que se toman nuestra zona de entrenamiento como propia, nos pulverizan unas marcas maravillosas y no queda espacio para jugar. Había llegado lo que se llamo el BUM turístico y los alemanes habían ocupado al completo el hotel de enfrente.
Nuestro pasatiempo favorito teníamos que trasladarlo obligatoriamente a otro lugar y el único existente era la playa que en pleno mes de agosto después de comer solo provocaba a esas horas insolaciones y cortes de digestión.
Pues bien, habia que hacer algo para reconquistar nuestro estadio. Los pinos nos echaban en falta y nosotros a ellos y al fin se me ocurrió una idea maravillosa para reconquistarlo.
Sin encomendarme a Dios, y creo que si al diablo, decidí pasar al ataque y solucionar el problema de una vez.
Una tarde, tenia que ser hacia el diez de agosto pues habia que ir a buscar a la abuela a Tarragona, decidí, como un indio sioux arrastrarme sobre la arena del pinar, sigilosamente, como si no estuviera haciendo nada, rastreando, eligiendo el enemigo apropiado a mi causa.
Y el primero en aparecer fue un maravilloso Mercedes blanco. Me acerque a él con sigilo, disimulando mi reptar, llegue junto a la rueda trasera y poquito a poco, y mirando a otro lado, disimulando, le desenrosque la tapa de la válvula del aire. Luego, mirando para Barcelona como si con eso yo no estuviese allí, puse mi dedito sobre el pequeño punzón interior y empezó un suave zumbido que indicaba que aquella primera rueda comenzaba lentamente a desinflarse. Una vez que conseguí que esta estuviera muy baja, seguí reptando hacia mi próxima víctima como si mi existencia fuese en aquel momento invisible al mundo exterior, como un anima sigilosa evaporándose por el suelo.
Mi corazón palpitaba como si realmente estuviese en un campo de batalla.
Elegí otro coche, creo que un Citroen de aquellos que subían y bajaban; y zas otra rueda. Y después otra.
No recuerdo exactamente el numero de ruedas pero fueron bastantes.
Terminada mi hazaña, me levante del suelo y avance con aire triunfal hacia casa, con la cabeza alta de quien ha conseguido una victoria para el servicio secreto.
Hasta ahí la hazaña. Ahora vienen las consecuencias.
Mi primer fallo como infiltrado en el campo enemigo no fue el volver a colocar los tapones de las válvulas en su sitio y el segundo que turistas del hotel me habían visto rastrear el suelo del pinar cerca de sus coches.
Se ve que por la tarde, serian las seis cuando empecé a oír barullo en la puerta de casa, debieron intentar salir varios coches a la vez y se encontraron las ruedas abajo.
De repente vi a mi padre y mi madre hablando con la gente y me acerque a ver que pasaba como si la cosa no fuese con migo. Y mira por donde una maraña de dedos acusadores me señalaron a mi, a una inocente criatura de diez años que solo luchaba por su campo de fútbol.
Después de tres preguntas y de contestar que si o que no y explicar por que lo habia hecho llego la primera bofetada de mi padre que me puso mirando para Tarragona, y antes de que pudiera poner la otra mejilla, llego la segunda que me giro en redondo mirando hacia Gerona, ante el regocijo de franceses y alemanes que reconsideraron que el castigo era suficiente. Pero para mi padre no y eso fue lo peor.
El entrenador y yo, sobre todo yo, vestido con un mono azul que me estaba grande, tuvimos que ir desmontado las ruedas de cada coche, cargándolas en una "Rubia" americana que teníamos y llevarlas a la gasolinera a hinchar. Luego vuelta a colocar las ruedas ante la mirada seria de los alemanes y las sonrisas de los franceses. Terminada la operación algún turista le dio una propina al entrenador y a mi ni las gracias.
Al llegar a casa, cansado, dolido y humillado, con un hambre de esos que se tienen con nueve años y con una día como el pasado, me encontré sin una gota de pan. El castigo continuaba en lo mas profundo que me podía doler: en mi estomago.
Y así hasta la mañana siguiente que me encontré un cacao, creo que era eso, un trozo de pan y una libreta que al comienzo de cada pagina tenia escrito "No se deshinchan las ruedas de los coches", en todas las paginas, y una orden en la tapa: rellena todas las lineas y cuando termines ven a verme. Papa"
Me tire toda la mañana escribiendo en el cuaderno vigilado por mi madre que sabia, que si me movía de la mesa si no era para ir a hacer un pipí, mi padre aumentaría su cólera y castigo.
A la hora de comer me toco en la cocina. Mis hermanos mayores, sobre todo mi hermana Dolores, se que protestaron pero mi padre fue inflexible y además alargo el castigo a mi hermano pequeño prohibiendonos ir con él a buscar a la abuela a Tarragona.
Mi hermano, con el que habíamos proyectado todo lo necesario para el viaje, pipas, un Bazoka, y cromos para cambiar allí, vino desesperado a contármelo.
Y volvió a surgir en mi el Guillermo Tell de las ruedas y no dude en enfrentarme de nuevo a mi padre y le espete: "Yo me he portado mal, pero mi hermano no tiene la culpa de nada para no poder ir por la abuela".
Ahí termino mi castigo, mi madre decidió que habia sacado una buena acción después de una mala, suavizo a mi padre y a los dos días íbamos caminos de Tarragona a buscar a la abuela a la finca, a trepar a la higuera del pozo, a correr detrás de las gallinas y a montar en bicicleta por el camino.
A la vuelta, coincidiendo con un fin de semana, nos encontramos con el atasco. Entonces no habia autopistas y se organizaban unas caravanas maravillosas e insufribles de kilómetros y kilómetros. Pero mira por donde aquel día íbamos en el Seat 1400 B mi abuela, mi padre conduciendo, mi primo Juan Antón, mi hermano Javier y yo. En una de aquellas paradas interminables, por el arcén y pitando nos adelanto un Biscuter plateado, envidia de todos los niños de la época, haciendo adiós con la mano.
La sonrisa de mi padre se trasformó en sonrisa maligna y al cabo de un rato cuando aquello volvió a andar y vimos que íbamos a adelantar al Biscuter mi padre nos dijo que al pasar le cantásemos la canción de "Cachito cachito mio, pedazo de cielo..." creo que era de Gloria Laso. Los tres tenores que íbamos en el asiento de atrás con gusto, mientras mi padre bajaba la velocidad del Seat, se lo cantamos al conductor del Biscuter que con la mirada nos dijo todo.
Mi abuela estaba roja de vergüenza y cuando llegamos a casa lo primero que hizo fue contárselo a mi madre que como única respuesta dijo "Ya sabes mama, son cosas de Isidro y de los niños"
Yo esperaba que mi padre al día siguiente tuviese una libreta junto al desayuno y me levante rápido para desayunar con ellos, pero por mucho que busque no encontré absolutamente nada donde escribir.
A los pocos días volvíamos a jugar al fútbol en el pinar y algún niño francés se vino con nosotros. Como por un milagro, eso me parecía a mi, nuestra zona quedo limpia de coches, mi apuesta habia dado resultado.
Ahora pasados tantos años desde entonces me doy cuenta que debió pasar la primera quincena de agosto y el hotel se vació algo.
Nada mas esta es una historia real de hace muchos, muchísimos años que ha salido estos días de mi memoria. Espero haberos entretenido un ratito.
Antonio
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