Cuando era un crío, lo recuerdo perfectamente, iba de pie, en
el SEAT 1400B que tenía mi padre, en los viajes y siempre preguntaba cosas de
los lugares por donde pasábamos.
Al principio las carreteras tenían adoquines y unos grandes árboles
pintados de blanco para que se vieran de noche; con el tiempo fueron
desapareciendo ambos y los sustituyó el asfalto, las medianas y unos carteles
que te iban indicando los accidentes geográficos por donde pasabas.
No teníamos en los coches, como los niños de ahora,
pantallas de televisión para distraernos y la forma de hacerlo era observando
el paisaje que corría a nuestro alrededor. Y mis padres aprovecharon
aquella coyuntura para enseñarnos a mirar el espacio que nos rodeaba.
Montes y montañas, pinares recién plantados de aquellos
planes de reforestación, ríos y sus afluentes y el cielo con sus aves y sus
nubes eran el entretenimiento de aquellos viajes que ahora se hacen en cinco o
seis horas y entonces se tardaba casi doce si es que todo iba bien.
Y de aquellas enseñanzas de lo que a mi
alrededor bullía, ha salido mi afición por fotografiar todo lo que existe a nuestro costado, y, como no, las puestas de sol de Madrid que son increíbles, como
esta que os coloco hoy.
Mi padre murió siendo yo un crío, pero cada vez que veo
cosas como esta me da la sensación de que lo tengo al lado.
Muchas tardes se repiten estos bellos momentos. Unos son más
espectaculares que otros, pero a mí me gusta vivir el de la tarde que consigo
verlo como si fuese el mejor ocaso de mi vida.
Espero que os hayan gustado estas fotos.
Hechas en Villanueva del Pardillo, hoy 26 de abril de 2016
Sed felices.
Antonio
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