Hace fresco. El cielo está encapotado y un velo gris cubre
los picos altos del Sistema Central en Guadarrama, este sábado del mes de
noviembre.
En las orillas del pantano, otras personas, como yo, buscan
cargar las pilas admirando una naturaleza que el hombre ha creado para su solaz
y a la que la naturaleza le pone un maravilloso decorado.
Dejo la orilla y le doy la espalda al agua.
Busco con mis ojos ese bosque, por llamarlo de alguna
manera, que separa la orilla de la presa del pinar que asciende desde allí a
las cumbres.
Con cada fotografía, tengo la extraña sensación, ya quisiera
yo que fuera verdad, que estoy copiando a aquellos pintores del XIX , de su
segunda mitad, que se encontraban a caballo entre el romanticismo, con sus
cuadros oscuro y detallados y el impresionismo que ya apuntaba fuertemente.
Paisajes de tonos sombríos a veces y otras de una
luminosidad increíble.
Hoy, toca el paisaje triste por la falta de sol. Esos árboles
que son capaces de convivir unos con otros, lo que tenemos que aprender, robles
con fresnos, olmos, chopos y pinos, sin olvidarse de vez en cuando de los
arbustos espinosos que aprovechan un despiste para ocupar su sitio.
Mientras escribo la quinta sinfonía de Mahler me acompaña introduciéndose
conmigo en cada rincón que veo en los temas fotografiados. Pasamos de la
estridencia sonora de los instrumentos de viento al acompasado son de las
cuerdas. Luego de repente, como el paisaje, estalla en un sinfín de notas
sublimes que realzan lo que veo de aquellos instantes del sábado pasado.
Los fresnos, con sus hojas amarillas, sin desmochar han ido
tomando formas a su libre albedrío. Los robles en cambio se yerguen altivos
mirando hacia el cielo e intentando ocupar el sitio. Unas hojas caen llevadas
por el viento, como si la música de Mahler las acompañara.
Pero allí fuera, solo el rumor de mis pisadas sobre las
hojas caídas es lo que escuchaba.
En estos lugares parece que a la gente no le gusta adentrarse, en cambio hay
infinidad de detalles que marcan que dentro de unos días el paisaje habrá
cambiado totalmente. Los restos de las hierbas veraniegas comienzan a tumbarse
por el peso del rocío de la noche y el suelo se nutre de una nueva capa de
hierba.
La pradera esta húmeda. Junto a la encina quedan los restos
de las cabezas del fruto. Seguramente los jabalíes han dado cuenta de sus
bellotas durante las noches pasadas. No queda ni una, solo restos de su boina y si un sin fin de hojas y hocicadas por el suelo.
Tengo que volver y mis pasos se resisten a salir al mundo
real donde he de encontrarme con los problemas, las discusiones, la mierda de
la política y la rareza humana que no se da cuenta que se puede disfrutar sin
tener que tener un teléfono constantemente en uso.
No creo que en los alrededores nadie esté buscando un muñeco
de esos electrónicos que todos intentan cazar por todas partes. Aquí, en mitad
del campo, solo se caza tranquilidad, sosiego y belleza, que creo que son
suficientemente importantes como para no desperdiciarlos.
Miro por ultima vez a mi alrededor y me decido a entrar en
la zona habitada, aquella llena de coches, entre ellos el mío, y donde un
chiringuito llena de satisfacción a los que desean tomarse un buen refrigerio.
Sed felices
Antonio
Ser de alguien para ser de algún modo
ResponderEliminarTus imágenes, Antonio, suscitan mil reflexiones y otras tantas sensaciones. Y también los textos con que las acompañas. Pasamos la vida entera persiguiendo un sosiego, una paz, una plenitud, que la lucha por vivir nos impide alcanzar. Yo no sé decirlo, y por eso recurro a María Zambrano en sus "Claros del bosque":
"(...) Y queda la nada y el vacío que el claro del bosque da como respuesta a lo que se busca. Mas si nada se busca, la ofrenda será imprevisible, ilimitada. Ya que parece que la nada y el vacío -o la nada o el vacío- hayan de estar presentes o latentes de continuo en la vida humana. Y para no ser devorado por la nada o por el vacío haya que hacerlos en uno mismo, haya a lo menos que detenerse, quedar en suspenso, en lo negativo del éxtasis (...) la vida es como sierva dócil a la invocación y a la llamada de quien aparece como dueño. Necesita su dueño, ser de alguien para ser de algún modo y alcanzar de alguna manera la realidad que le falta"