viernes, 26 de octubre de 2018

El reflejo prisionero: paseando por Madrid


Después de una comida genial, solo y acompañado por un televisor mudo y el ruido indiscreto de multitud de conversaciones a mi alrededor, en un pequeño restaurante de la zona de Bilbao, compuesto a base de ensalada y merluza, con la compañía de un vino de la casa y gaseosa, sobre un mantel de papel, de cuadros rojos y blancos de los de toda la vida, casi del siglo pasado, salí a la calle.


Volvía a pasear por Madrid, como muchos días en mi vida.
Tenía un encuentro previsto y tiempo de sobra para andar en una preciosa tarde otoñal, más primaveral que otoñal.
Las maquinas de fotografiar me habían abandonado, o yo a ellas, y solo el teléfono compartía conmigo lo que mis ojos veían. ¡Qué distinto mirar conla cámara que en la pantalla del móvil!
Comencé a pasear, despacio, sin prisa y caí en la cuenta que me volvía a encontrar con la vida al otro lado del vidrio. Los reflejos se daban de bruces con mi vista y me hacían filosofar en silencio con sus imágenes.


La primera sensación vino de la mano de un vidrio que parecía una hoja en la que se reflejaba un sencillo coche rojo. ¿O quizá era al revés? Lo interesante de los reflejos es que nos muestran un mundo simétrico al nuestro, en un mismo tiempo pero en otra dimensión, capaz de hacer desaparecer un objeto, por el mero hecho de darle la realísima gana, cuando nuestra vista sigue viéndolo.
Tan asimétricos son los reflejos que son capaces de perturbar nuestro entendimiento mezclando la realidad con la ficción. Observar la siguiente foto: si un coche pasase de verdad por encima de unas porcelanas puestas en un escaparate, no quedaría ni una de ellas entera. El reflejo es tan cuidadoso que permite que coche y figuras compartan, en un armonioso espejismo, el mismo espacio sin molestarse los unos a los otros. ¿Nos estarán indicando algo para armonizar nuestras vidas y convivencias?


Los reflejos, aunque nosotros no nos demos cuenta, ayudan a aumentar los espacios por donde transitamos, ampliándolos y dándoles y una perspectiva nueva, larga, profunda. Las luces de una oficina convierten el plano sin profundidad de una farola en un enrome y alargado paseo que se desliza por el aire iluminando nuestros razonamientos. Pero ellos sin el reflejo no serian mas que unas luminarias colgadas de un techo de una fría oficina repleta de mesas y ordenadores, quizá con unas pantallas indicándonos el momento en que se debe actuar.


Los reflejos por lo general son limpios, libres, capaces de cambiar la perspectiva en función de tu manera de moverte. Son capaces de mantener el reflejo aunque te acerques al propio soporte. (Claro que en ese caso entras a formar parte del mismo, y en mi caso con la poca belleza de mi cara, puede llegar a romperse el hechizo).


Muchas veces son la mera representación de lo que tenemos a nuestro alrededor y otras demuestran con la mezcla de componentes reales y reflejados situaciones que pueden conducirnos a reflexiones más o menos acertadas.



Es el caso de los reflejos mezclado con un traje de novia. Desde una simple reja a un bosque imaginario desilusiones que podemos colocar en el propio traje. Está deseando ser usado, salir de su escenario y compartir con la novia imaginaria esos momentos maravillosos en la vida de cualquier mujer. Pero en la parte inferior del mismo una reja, las malditas rejas, parece querer cerrar su salida a las ilusiones. ¿Cuántas miradas habrán desfilado mirándolo y deseándolo? Me magino que muchas. En el fondo, el reflejo y el traje son prisioneros el uno del otro y del tiempo; o de una belleza que quiera separarlos para siempre.


Normalmente los reflejos son libres. Aprovechan los grandes vidrios o las pequeñas ventanas para mostrarse al viandante. Unos, como si en una escuela clásica hubiesen sido fabricados, reflejan a la perfección su envolvente. Otros, por el contrario, con ideas modernistas, muchas veces llegando a un cubismo increíble, interpretan nuestro mundo a su manera; toman las líneas arquitectónicas y las transforman en verdaderos artificios inimaginables para el arquitecto que los diseño, llegando en algunos casos, a transformarlos de tal forma que resultan irreconocibles.


Pero hay veces que esa libertad de expresión del reflejo queda amordazada por una simple reja, haciéndonos ver que muchas veces la libertad esta maniatada y que nuestro pensamiento se reduce en ocasiones, en muchas ocasiones, a un reflejo tras una reja. Y si no, que se lo pregunten a ese pobre árbol encerrado tras esa horrible cuadricula metálica de una ventana, colocada ahí por la poca fe en nosotros mismos y en nuestros semejantes.



El final del paseo ha llegado.
Mis razonamientos se detienen, tengo una cita importante..
Mi recuerdo sigue pensando en esa ventana y en el árbol encerrado.
Sed felices
Antonio

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