Después de una comida
genial, solo y acompañado por un televisor mudo y el ruido indiscreto de
multitud de conversaciones a mi alrededor, en un pequeño restaurante de la zona
de Bilbao, compuesto a base de ensalada y merluza, con la compañía de un vino
de la casa y gaseosa, sobre un mantel de papel, de cuadros rojos y blancos de
los de toda la vida, casi del siglo pasado, salí a la calle.
Volvía a pasear por Madrid,
como muchos días en mi vida.
Tenía un encuentro
previsto y tiempo de sobra para andar en una preciosa tarde otoñal, más
primaveral que otoñal.
Las maquinas de
fotografiar me habían abandonado, o yo a ellas, y solo el teléfono compartía
conmigo lo que mis ojos veían. ¡Qué distinto mirar conla cámara que en la
pantalla del móvil!
Comencé a pasear,
despacio, sin prisa y caí en la cuenta que me volvía a encontrar con la vida al
otro lado del vidrio. Los reflejos se daban de bruces con mi vista y me hacían
filosofar en silencio con sus imágenes.
La primera sensación
vino de la mano de un vidrio que parecía una hoja en la que se reflejaba un sencillo
coche rojo. ¿O quizá era al revés? Lo interesante de los reflejos es que nos
muestran un mundo simétrico al nuestro, en un mismo tiempo pero en otra
dimensión, capaz de hacer desaparecer un objeto, por el mero hecho de darle la
realísima gana, cuando nuestra vista sigue viéndolo.
Tan asimétricos son los
reflejos que son capaces de perturbar nuestro entendimiento mezclando la
realidad con la ficción. Observar la siguiente foto: si un coche pasase de
verdad por encima de unas porcelanas puestas en un escaparate, no quedaría ni
una de ellas entera. El reflejo es tan cuidadoso que permite que coche y
figuras compartan, en un armonioso espejismo, el mismo espacio sin molestarse
los unos a los otros. ¿Nos estarán indicando algo para armonizar nuestras vidas
y convivencias?
Los reflejos, aunque
nosotros no nos demos cuenta, ayudan a aumentar los espacios por donde
transitamos, ampliándolos y dándoles y una perspectiva nueva, larga, profunda.
Las luces de una oficina convierten el plano sin profundidad de una farola en
un enrome y alargado paseo que se desliza por el aire iluminando nuestros
razonamientos. Pero ellos sin el reflejo no serian mas que unas luminarias
colgadas de un techo de una fría oficina repleta de mesas y ordenadores, quizá
con unas pantallas indicándonos el momento en que se debe actuar.
Los reflejos por lo
general son limpios, libres, capaces de cambiar la perspectiva en función de tu
manera de moverte. Son capaces de mantener el reflejo aunque te acerques al
propio soporte. (Claro que en ese caso entras a formar parte del mismo, y en mi
caso con la poca belleza de mi cara, puede llegar a romperse el hechizo).
Muchas veces son la
mera representación de lo que tenemos a nuestro alrededor y otras demuestran
con la mezcla de componentes reales y reflejados situaciones que pueden
conducirnos a reflexiones más o menos acertadas.
Es el caso de los
reflejos mezclado con un traje de novia. Desde una simple reja a un bosque
imaginario desilusiones que podemos colocar en el propio traje. Está deseando
ser usado, salir de su escenario y compartir con la novia imaginaria esos
momentos maravillosos en la vida de cualquier mujer. Pero en la parte inferior
del mismo una reja, las malditas rejas, parece querer cerrar su salida a las
ilusiones. ¿Cuántas miradas habrán desfilado mirándolo y deseándolo? Me magino
que muchas. En el fondo, el reflejo y el traje son prisioneros el uno del otro
y del tiempo; o de una belleza que quiera separarlos para siempre.
Normalmente los
reflejos son libres. Aprovechan los grandes vidrios o las pequeñas ventanas
para mostrarse al viandante. Unos, como si en una escuela clásica hubiesen sido
fabricados, reflejan a la perfección su envolvente. Otros, por el contrario,
con ideas modernistas, muchas veces llegando a un cubismo increíble,
interpretan nuestro mundo a su manera; toman las líneas arquitectónicas y las
transforman en verdaderos artificios inimaginables para el arquitecto que los
diseño, llegando en algunos casos, a transformarlos de tal forma que resultan
irreconocibles.
Pero hay veces que esa
libertad de expresión del reflejo queda amordazada por una simple reja,
haciéndonos ver que muchas veces la libertad esta maniatada y que nuestro
pensamiento se reduce en ocasiones, en muchas ocasiones, a un reflejo tras una
reja. Y si no, que se lo pregunten a ese pobre árbol encerrado tras esa
horrible cuadricula metálica de una ventana, colocada ahí por la poca fe en
nosotros mismos y en nuestros semejantes.
El final del paseo ha
llegado.
Mis razonamientos se
detienen, tengo una cita importante..
Mi recuerdo sigue
pensando en esa ventana y en el árbol encerrado.
Sed felices
Antonio
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