En memoria de mi amigo Luis Fernández que se fue.
A mi amigo Moli que se ha quedado entre nosotros después de Covi-19
Después de cincuenta días encerrado necesito salir un rato a pasear. Hace un radiante día, luminoso y caluroso para principios de mayo. Pero por mi edad tengo restringidos los horarios y de siete a ocho de la tarde puedo tomar mis maquinas e irme a meditar un rato por los límites del campo y la ciudad donde vivo.
A mi amigo Moli que se ha quedado entre nosotros después de Covi-19
Después de cincuenta días encerrado necesito salir un rato a pasear. Hace un radiante día, luminoso y caluroso para principios de mayo. Pero por mi edad tengo restringidos los horarios y de siete a ocho de la tarde puedo tomar mis maquinas e irme a meditar un rato por los límites del campo y la ciudad donde vivo.
Han
pasado tantas cosas desde el uno de enero de dos mil veinte, que aún no hemos
tenido tiempo de asimilar lo que realmente ha pasado. No hemos tenido tiempo de
darnos cuenta del drama que estamos viviendo, todos, la humanidad entera. Y por
eso el paseo en soledad, al que estoy acostumbrado desde hace muchísimos años,
ayuda a la meditación al tiempo que puedes gozar de los pequeños detalles que
te ofrece el campo cuasi urbano.
El
calor aprieta; mi gorra roja con un enorme letrero que dice “España” la voy
rotando en todas direcciones de acuerdo a mi posición con el sol. Unas veces
parezco un ciclista con cara de velocidad con la visera hacia atrás y otras un
muchacho, ya quisiera parecerme a un muchacho, con la visera a un lado e inclinada.
Las
pequeñas alondras, salen de los campos cuando me acerco a sus lugares de
descanso o de nidificación. A ellas no les incumbe lo que el mundo está
pasando, no, más bien estaban disfrutando de una temporada sin ser molestadas. Habíamos
desaparecido casi por completo y el campo lo demuestra también, hermoso y
florido hasta la saciedad. ¡Ojala llueva pronto! para que la tierra, ahora
cubierta por tanta vegetación pueda aguantar la humedad y tengamos flores hasta
lo más tarde posible.
Pienso
en los veinticinco mil muertos que llevamos sobre nuestras espaldas. Lo mismo
que diez atentados como los de las Torres Gemelas o, ciento quince como los
atentados de Atocha. ¿Cómo es posible esto? Ando despacio; tantas muertes inútiles
pesan sobre mi conciencia. ¿Cómo es posible? Y hasta el momento nosotros somos
la décima parte de los muertos en el mundo; la décima parte; que pronto se dice…
Las
espigas están soltando sus semillas. La vida volverá con ellas este año si
vuelve a llover o el año que viene cuando el invierno permia que arraiguen. Tan
pequeñas, tan frágiles al son de la música que el viento impone, llevan en su
interior la vida. Que pronto se dice, la vida y que bien suena la palabra vida.
Es todo lo contrario a la muerte. Vida, maravillosa vida que ha encontrado mil
formas distintas de burlar a la muerte en un constante nacer, en un constante
nacer.
En
un rincón del jardín del campo, donde las altas hierbas han dejado paso a un
cardo de hojas puntiagudas y molestas, la flor de este reluce maravillosa imponiéndose
a la vista y a los pensamientos. Es un rincón de belleza natural que surge
espontaneo como si un experto paisajista lo hubiese diseñado. Rodeado de
viboreas y malvas silvestres el cardo tiene luz y sombra y su flor atraerá en
cualquier momento a una pléyade de insectos que se alimentarán de él.
De
repente me doy cuenta que mis pensamientos se han desviado, que el campo ha
conseguido sacarme de mi confusión y me ha transportado a un mundo idílico de
luz, color y olor.
¿Quién
nos iba a decir que la humanidad iba a atravesar una crisis como esta? ¿Quien
no fue capaz de gritar al aire ante los primeros síntomas que nos protegiésemos?
¿Cómo se puede no prevenir a la gente? ¿Cuál es la misión de los gobernantes? ¿Por
qué nos han dejado sufrir?
Las
margaritas son la alegría de los herbazales. Allí donde las hierbas altas
crecen, allí ellas aprovechan y crean simpáticas alfombras que forman infinitos
dibujos llenos de sonrisas. Recuerdo cuando era bastante crio, con aquella
primera novieta, la de margaritas que pudimos llegas a deshojar… Si, no, si, no,
como han pasado aquellos años románticos llenos de platonismo de los doce a los
catorce. Sí, no…lo ves no me quieres. Y la pobre margarita desecha quedaba a
los pies preguntándose porque ella debía ser el juez que marcase la veracidad
del amor.
Me
detengo un momento. Vuelvo a mis pensamientos. Se me ha ido un amigo y a otro
he estado a punto de perderlo. Esta enfermedad, que no se quien la ha
inventado, ni para que, ha destruido anti natura lo que a base de mucho tiempo
hemos ido fundamentando. He podido palpar los sufrimientos y los daños
colaterales que han sufrido los que la han pasado.
Angustia
de familiares, de esposas y maridos, hijos que no han podido despedirse de sus
padres…
La
Naturaleza nos muestra su simetría en todo lo que la vista alcanza. Las hierbas
de todo tipo giran por regla general alrededor de un eje todas sus flores. Incluso algunas son capaces
de llevar al sumun esto y construyen perfectas esferas transparentes de una belleza
increíble que, no están hechas para la admiración, sino para extender por los
aires, hasta donde los vientos quieran sus semillas en forma de helicópteros como
los que tenía pensado Leonardo. Ligeras aspas que tienen por misión transportar
y generar nueva vida, no nueva muerte.
Me
está pegando una paliza el sol. No está acostumbrado este cuerpo a él después de
tanto tiempo encerrado. Parece mentira como el ser humano es capaz de asimilar
el castigo y obedecer. Encerrados en casa como si fuésemos terribles asesinos
en serie a la espera de ser juzgados. ¿Por qué no se tomaron las medidas
oportunas antes? Porque hacía tiempo que se sabía que venía esto…
Las
espigas de la cebada han emprendido su vuelo, el viaje sin retorno a la
conquista de nuevos territorios para su especie. Las glumas que las han
envuelto mientras maduraban parecen aplaudir al son de la brisa que las hace
danzar en una interminable y eterna sinfonía que durara hasta bien entrado los
calores estivales. Mientras tanto las otras esperan impacientes que lo que en
su interior han protegido durante tanto tiempo emprendan la marcha, al igual
que sus hermanas.
Las
consecuencias de este ataque brutal y despiadado, impensable hace seis meses,
no son solo la enfermedad y la muerte. Ahora llega el momento terrible de la desesperación
por la falta de trabajo. Ha llegado con la epidemia otra epidemia terrible, la
epidemia del hambre y de la desesperación. Cuanta gente vive con miedo los
meses venideros; están buscando la forma de encontrar un trabajo que se les
niega por el miedo al contagio. Nos estamos contagiando de egoísmos absurdos,
porque somos nosotros los que queremos estar por encima de las penalidades de
otros, nos subimos un peldaño para que el barro no nos llegue a manchar los
zapatos.
Veo
a las abejas compartir una con otras el néctar que les da su vida en las flores
de las malvas silvestres. Una a una van recorriendo las flores, cogiendo su
polen y engrosando la bola de el que se va torneando en sus patas. Y seguirán así
hasta que el peso de la bola les permita volar. Y cuando se llegue al límite
volaran raudas hasta su colmena a compartir el alimento con las demás. Vaya ejemplo nos dan algunos animales de
solaridad.
He
decidido que no quiero seguir pensando. Necesito que mis pensamientos vuelen en
otras direcciones, en otros valles más alegras que ese. Las cifras y las estadísticas
de los meses de marzo y abril las veo reflejadas en la curva que las
televisiones se empeñan en enseñarnos todos los días como si las muertes se
tratasen de una ecuación matemática que al final tendrá una asíntota en el
infinito porque tarde o temprano nos tocará el turno a los demás.
Por
ello quiero belleza. Quiero presenciar la belleza que cada metro cuadrado de
vereda me ofrece para distanciarme del problema, para intentar olvidarme de él,
asumiendo, deseando impregnarme del color y las formas que estas hierbas del
campo me ofrecen. Y tenemos hierbas tan bellas que quieren asemejarse a
pequeñas orquídeas.
Luchemos
por vencer nuestro miedo, luchemos por ganar a un virus maldito; luchemos por
seguir siendo nosotros y que esto no nos cambie. Estoy deseando poder dar un
abrazo a la mujer, al amigo y al hijo y no un encuentro de codos que no llevan
a ningún lado. Vivamos y disfrutemos de la belleza que baila a nuestro
alrededor Disfrutemos con poco.
Seamos capaces de volver a asombrarnos con una amapola. Si
conseguimos esto, volveremos a ser de nuevo humanos. Sepamos disfrutar de la
que nunca debimos olvidarnos: la Naturaleza.
Sed
felices
Antonio
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