martes, 12 de mayo de 2020

Meditaciones en el jardín de los campos.


En memoria  de mi amigo Luis Fernández que se fue.
A mi amigo Moli que se ha quedado entre nosotros después de Covi-19

Después de cincuenta días encerrado necesito salir un rato a pasear. Hace un radiante día, luminoso y caluroso para principios de mayo. Pero por mi edad tengo restringidos los horarios y de siete a ocho de la tarde puedo tomar mis maquinas e irme a meditar un rato por los límites del campo y la ciudad donde vivo.


Han pasado tantas cosas desde el uno de enero de dos mil veinte, que aún no hemos tenido tiempo de asimilar lo que realmente ha pasado. No hemos tenido tiempo de darnos cuenta del drama que estamos viviendo, todos, la humanidad entera. Y por eso el paseo en soledad, al que estoy acostumbrado desde hace muchísimos años, ayuda a la meditación al tiempo que puedes gozar de los pequeños detalles que te ofrece el campo cuasi urbano.
El calor aprieta; mi gorra roja con un enorme letrero que dice “España” la voy rotando en todas direcciones de acuerdo a mi posición con el sol. Unas veces parezco un ciclista con cara de velocidad con la visera hacia atrás y otras un muchacho, ya quisiera parecerme a un muchacho, con la visera a un lado e inclinada.


Las pequeñas alondras, salen de los campos cuando me acerco a sus lugares de descanso o de nidificación. A ellas no les incumbe lo que el mundo está pasando, no, más bien estaban disfrutando de una temporada sin ser molestadas. Habíamos desaparecido casi por completo y el campo lo demuestra también, hermoso y florido hasta la saciedad. ¡Ojala llueva pronto! para que la tierra, ahora cubierta por tanta vegetación pueda aguantar la humedad y tengamos flores hasta lo más tarde posible.
Pienso en los veinticinco mil muertos que llevamos sobre nuestras espaldas. Lo mismo que diez atentados como los de las Torres Gemelas o, ciento quince como los atentados de Atocha. ¿Cómo es posible esto? Ando despacio; tantas muertes inútiles pesan sobre mi conciencia. ¿Cómo es posible? Y hasta el momento nosotros somos la décima parte de los muertos en el mundo; la décima parte; que pronto se dice…


Las espigas están soltando sus semillas. La vida volverá con ellas este año si vuelve a llover o el año que viene cuando el invierno permia que arraiguen. Tan pequeñas, tan frágiles al son de la música que el viento impone, llevan en su interior la vida. Que pronto se dice, la vida y que bien suena la palabra vida. Es todo lo contrario a la muerte. Vida, maravillosa vida que ha encontrado mil formas distintas de burlar a la muerte en un constante nacer, en un constante nacer.


En un rincón del jardín del campo, donde las altas hierbas han dejado paso a un cardo de hojas puntiagudas y molestas, la flor de este reluce maravillosa imponiéndose a la vista y a los pensamientos. Es un rincón de belleza natural que surge espontaneo como si un experto paisajista lo hubiese diseñado. Rodeado de viboreas y malvas silvestres el cardo tiene luz y sombra y su flor atraerá en cualquier momento a una pléyade de insectos que se alimentarán de él.
De repente me doy cuenta que mis pensamientos se han desviado, que el campo ha conseguido sacarme de mi confusión y me ha transportado a un mundo idílico de luz, color y olor.
¿Quién nos iba a decir que la humanidad iba a atravesar una crisis como esta? ¿Quien no fue capaz de gritar al aire ante los primeros síntomas que nos protegiésemos? ¿Cómo se puede no prevenir a la gente? ¿Cuál es la misión de los gobernantes? ¿Por qué nos han dejado sufrir?


Las margaritas son la alegría de los herbazales. Allí donde las hierbas altas crecen, allí ellas aprovechan y crean simpáticas alfombras que forman infinitos dibujos llenos de sonrisas. Recuerdo cuando era bastante crio, con aquella primera novieta, la de margaritas que pudimos llegas a deshojar… Si, no, si, no, como han pasado aquellos años románticos llenos de platonismo de los doce a los catorce. Sí, no…lo ves no me quieres. Y la pobre margarita desecha quedaba a los pies preguntándose porque ella debía ser el juez que marcase la veracidad del amor.
Me detengo un momento. Vuelvo a mis pensamientos. Se me ha ido un amigo y a otro he estado a punto de perderlo. Esta enfermedad, que no se quien la ha inventado, ni para que, ha destruido anti natura lo que a base de mucho tiempo hemos ido fundamentando. He podido palpar los sufrimientos y los daños colaterales que han sufrido los que la han pasado.
Angustia de familiares, de esposas y maridos, hijos que no han podido despedirse de sus padres…


La Naturaleza nos muestra su simetría en todo lo que la vista alcanza. Las hierbas de todo tipo giran por regla general alrededor de un eje  todas sus flores. Incluso algunas son capaces de llevar al sumun esto y construyen perfectas esferas transparentes de una belleza increíble que, no están hechas para la admiración, sino para extender por los aires, hasta donde los vientos quieran sus semillas en forma de helicópteros como los que tenía pensado Leonardo. Ligeras aspas que tienen por misión transportar y generar nueva vida, no nueva muerte.
Me está pegando una paliza el sol. No está acostumbrado este cuerpo a él después de tanto tiempo encerrado. Parece mentira como el ser humano es capaz de asimilar el castigo y obedecer. Encerrados en casa como si fuésemos terribles asesinos en serie a la espera de ser juzgados. ¿Por qué no se tomaron las medidas oportunas antes? Porque hacía tiempo que se sabía que venía esto…


Las espigas de la cebada han emprendido su vuelo, el viaje sin retorno a la conquista de nuevos territorios para su especie. Las glumas que las han envuelto mientras maduraban parecen aplaudir al son de la brisa que las hace danzar en una interminable y eterna sinfonía que durara hasta bien entrado los calores estivales. Mientras tanto las otras esperan impacientes que lo que en su interior han protegido durante tanto tiempo emprendan la marcha, al igual que sus hermanas.
Las consecuencias de este ataque brutal y despiadado, impensable hace seis meses, no son solo la enfermedad y la muerte. Ahora llega el momento terrible de la desesperación por la falta de trabajo. Ha llegado con la epidemia otra epidemia terrible, la epidemia del hambre y de la desesperación. Cuanta gente vive con miedo los meses venideros; están buscando la forma de encontrar un trabajo que se les niega por el miedo al contagio. Nos estamos contagiando de egoísmos absurdos, porque somos nosotros los que queremos estar por encima de las penalidades de otros, nos subimos un peldaño para que el barro no nos llegue a manchar los zapatos.


Veo a las abejas compartir una con otras el néctar que les da su vida en las flores de las malvas silvestres. Una a una van recorriendo las flores, cogiendo su polen y engrosando la bola de el que se va torneando en sus patas. Y seguirán así hasta que el peso de la bola les permita volar. Y cuando se llegue al límite volaran raudas hasta su colmena a compartir el alimento con las demás.  Vaya ejemplo nos dan algunos animales de solaridad.
He decidido que no quiero seguir pensando. Necesito que mis pensamientos vuelen en otras direcciones, en otros valles más alegras que ese. Las cifras y las estadísticas de los meses de marzo y abril las veo reflejadas en la curva que las televisiones se empeñan en enseñarnos todos los días como si las muertes se tratasen de una ecuación matemática que al final tendrá una asíntota en el infinito porque tarde o temprano nos tocará el turno a los demás.


Por ello quiero belleza. Quiero presenciar la belleza que cada metro cuadrado de vereda me ofrece para distanciarme del problema, para intentar olvidarme de él, asumiendo, deseando impregnarme del color y las formas que estas hierbas del campo me ofrecen. Y tenemos hierbas tan bellas que quieren asemejarse a pequeñas orquídeas.
Luchemos por vencer nuestro miedo, luchemos por ganar a un virus maldito; luchemos por seguir siendo nosotros y que esto no nos cambie. Estoy deseando poder dar un abrazo a la mujer, al amigo y al hijo y no un encuentro de codos que no llevan a ningún lado. Vivamos y disfrutemos de la belleza que baila a nuestro alrededor Disfrutemos con poco. 


Seamos capaces de  volver a asombrarnos con una amapola. Si conseguimos esto, volveremos a ser de nuevo humanos. Sepamos disfrutar de la que nunca debimos olvidarnos: la Naturaleza.
Sed felices
Antonio

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