domingo, 29 de noviembre de 2015

La sombra del caminante.-



El camino, recto, sin la más ligera curva discurre a lo largo de una meseta en la que pequeños desniveles ora te quitan la visión, ora te colocan por encima del mundo.



Hace frío, un aire recio y seco golpea contra mi pecho como queriendo detener el andar cansino que tengo después de unos días encamado. No me preocupa; avanzo despacio y me protejo con una bufanda, de esas que llaman braga, desde la nariz hasta el cuello. 



Tengo que recuperar el movimiento de mis piernas, luchar contra ese entumecimiento que deja una enfermedad de cama prolongada.
El sol está bajando a marchas agigantadas en busca de su descanso diario. Las luces cada vez mas tumbadas producen sombras alargadas a lo largo de las orillas del camino, en las que pequeñas matas aun dejan entrever alguna flor y las hierbas secas absorben los rayos luminosos del sol, recordando viejos esplendores.
Sigue mi paso cansino, pero continuo, y mis ojos quieren absorber en cada una de sus miradas la belleza que la tarde proporciona.



Las siembras están sacando los tallos verdes que traerán el grano en verano y marcan el campo como si fuese un maravilloso y desordenado tablero de ajedrez en el que las piezas son los viejos y caducos arboles deshojados que aquí y allá aparecen, mientras que los peones, aun jóvenes, dejan entrever sus vestimentas doradas al sol de la tarde.
Andar despacio tiene la ventaja de poder observar con tranquilidad, fijarte en los más mínimos detalles que el mundo pone a tu alcance mientras das tiempo al espíritu a ser capaz de absorber todo ello.



Las sombras discurren largas y sujetas a sus dueños, bailando con ellos una bella danza, armoniosa bajo las notas rítmicas y desordenadas del viejo viento que baja desde la montaña.



Unas veces el ritmo recuerda una cálida y amorosa canción mientras que otras las ráfagas transforman la danza en un loco torbellino de bruscos movimientos.
En el fondo, esas sombras animadas de los árboles son un reflejo de nuestra propia sombra, la sombra del caminante que se mueve al ritmo inconstante de la vida, unas veces envuelta en el loco frenesí de una agitada vida industrial y otras en la calma y la paz de un camino rural, donde la sola compañía del aire te acerca los recuerdos que en ellas se esconden.


Sombras danzantes. Sombras quietas al acecho de cualquier recuerdo que de los oscuros rincones del cerebro se despiertan a cada paso. Rostros que fueron, y que son, asoman poco a poco del interior dormido de un baúl de recuerdos dispuesto a ser abierto con los distintos estímulos que cada paso y cada mirada ofrecen.
Lentamente, pausadamente, paso a paso, los metros del camino discurren.
Las sombras, como pregoneras de la noche, siguen alargándose y el tono de los campos en barbecho es cada vez más rojizo y tenue.
De repente caigo en la cuenta, en un pequeño altozano, que mi sombra se proyecta sobre un campo de mies recién salido. Es la sombra del caminante, pienso, la sombra que me acompaña siempre, la que me recuerda mis andanzas pasadas y la que me alerta de las futuras.



Cuántas veces hemos caído en la cuenta de algo porque la sombra estaba a nuestro alrededor. La caída de una bicicleta, el salto magnifico cuando aun las piernas aguantaban, entre dos peñas. Aquel esconderse inquieto porque la sobra de ella se cruzaba con la tuya y tú te perdías en un montón de colores distintos.



Sombra y yo avanzamos contra el sol que empieza ya a rozar la linea del horizonte. Ella, cada vez mas y mas larga, parece querer desprenderse de mi ya, pero aun no ha llegado el momento, falta llegar a casa y entonces descansará hasta mañana.
La sombra, siempre la sombra que acompaña al caminante.
Como la sombra que durante el día acompaña a todo, al árbol, al ave, al hombre…



La sombra del caminante, realmente la única e incondicional, capaz de acompañarte en la alegría y en la pena, acompasando su paso al tuyo, haciéndote grande cuando es necesario deslizándose delante tuyo por terrenos escabroso marcando y señalando el camino, nunca pidiendo nada a cambio.
Miro a mi alrededor y compruebo que con las luces de la tarde me sigue, inmensamente larga sembrado abajo, inmensamente larga como la vida transcurrida, como el camino andado.  Mi compañera de sendero de toda una vida anda ya igual de lenta que yo, paso a paso, poco a poco...



La sombra del caminante… siempre la sombra.

sábado, 28 de noviembre de 2015

Románico y gótico naciendo a la vez.-

Me imagino las caras de la gente de la Baja Edad Media, cuando se descubrió una imagen de la Virgen en un páramo de la meseta alta castellana, a unos treinta kilómetros de Segovia.

Abside gotico y nave crucero de la iglesia y el convento a la izquierda.

Según la tradición allí apareció, al excavar en el suelo, una imagen enterrada desde la época de la invasión musulmana a la península; a partir de este momento y por expreso deseo de Dª Catalina de Lancaster en el año 1395, y apoyada por su marido el rey de Castilla Enrique III, que necesitaba repoblar las tierras a los pies de la sierra del Guadarrama, se fundó el monasterio que hoy conocemos como Santa María la Real de Nieva o de La Virgen de la  Soterraña.

El claustro y la espadaña de la iglesia desde el suroeste.

Santa María la Real de Nieva es una edificación que podríamos determinar como fuera de contexto en cuanto a las artes empleadas en los años de su construcción. Primeramente se construyó una primera ermita para albergar la imagen de la Virgen de la Soterraña y posteriormente se inicia la construcción del convento iglesia.

Portada gótica 

Se comienza a construir ya entrado el siglo XV, cuando el estilo románico había dejado de ser un arte de construcción hacia muchísimo tiempo, por norma general aunque se seguia practicando en la zona, y el gótico estaba ya camino de sus últimos momentos, si bien en Castilla y el Mediterráneo seguiría hasta bien entrado el siglo XVI, para dejar paso a un renacimiento que se veía llegar con pasos agigantados.

El claustro románico


El claustro románico. Fijaros en el murete sobre el que apoyan las columnas.

Pero quiso el destino que tanto románico como gótico se dieran en este lugar la mano y ambos, a modo de viejos compañeros de fatigas, compartiesen un nuevo lugar de oración y de recogimiento en la iglesia y en el claustro del monasterio que a partir de aquel momento regentarían los frailes perros de Dios, los Dominicos.

Representación de la Palabra. No podia faltar en la orden dominica.

Otra representación de la Palabra.

El claustro, de forma prácticamente cuadrada esta desarrollado en el más puro estilo del románico tardío, debido a que seguramente los artesanos tenían a su alrededor gran cantidad de edificios y escultura donde copiar y tomar referencias para la realización de sus capiteles y no requería de la habilidad de una escultura gótica muchísimo mas desarrollada y perfeccionada en aquellos momentos.

Entrad a la sala capitular.

Los capiteles románicos arcaicos de Santa María la Real representan distintos estadios de la sociedad del momento y temas religiosos. En ellos aparecen desde los escudos nobiliarios de los reyes de Castilla, pasando por escenas de caballeros, escenas guerreras, representación de las estaciones, relatos sobre la orden dominica y logicamente relatos religiosos.

Representación de la siega y el bateo del grano. Calendario agrícola.

Si hay algo que tiene Santa María la Real de Nieva es la capacidad que tiene uno de abstraerse en la soledad de un claustro que entre semana está completamente solo. Puedes admirar cada uno de los sillares labrados coronando esas diminutas y esbeltas columnas que los sostienen descansando sobre un pretil de piedra.
Un día de estos quiero volver, me gusta pasear por ese claustro pensando, meditado, en un silencio que recuerda el que debía existir en las frías tardes de invierno del S.XV.
Al contrario que el claustro, la nueva iglesia es gótica, de ese gótico tardío ya que parece querer buscar otros caminos pero que aún tardará unos años, a la llegada de los Reyes Católicos, para convertirse en un gótico florido, isabelino, majestuoso como demostraría, entre otros edificios, San Juan de los Reyes en Toledo.
Aquí el gótico es mucho más sencillo, más rural si cabe la expresión. Magnifico en la iglesia con sus tres enormes naves, altas, buscando la luz y sobre todo a Dios.







Escudos nobiliarios de los reyes de Castilla Enrique III y Dª. Catalina de Lancaster.

Pero hay un elemento singular, al lado contrario del claustro, la portada principal de la iglesia, que da al norte, engalanada con unas arquivoltas y bajorrelieves fantásticos. Mas adelante hablaremos un poco sobre ella.
Ambos, portada y claustro son monumento nacional desde principios del S XX.
Pero la pregunta que me lleva rondando la cabeza desde que conocí esta maravilla es: ¿Por qué un románico tan tardío en una época en la que el gótico ya comenzaba a sentir el Renacimiento? 

Mientras un sacerdote lee o canta apoyandose en el libro, otros insuflan aire al órgano y tocan.

¿A que es debida esa diferencia de estilos? ¿Por qué en el claustro existe un desorden increíble en la colocación de los temas tratados y solo se respeta la cronología de las estaciones?
Mi amigo albañil, mi compañero de siglos, esta subido encima de un tosco andamio. El gruista, por así llamar al encargado de la garrucha,a la sazón con su uniforme de clérigo, le acerca la mano de ladrillos para que continúe con su tarea. El albañil sostiene en su mano el llaguero con el que tratar las juntas. Por supuesto no existe la mas mínima indicación de medidas de seguridad.

Mi amigo el albañil. Un nexo de unión a través de una ventana entre dos estilos.

Pero hay un detalle que dice mucho de donde está la imaginación del escultor en ese momento: la ventana que se ve detrás. No es una ventana de medio punto, no. Clarisimamente se ve un arco apuntado clásico del gótico. ¿Se dan la mano aquí románico y gótico? 

La Sagrada Familia huye a Egipto. El sol y Venus les acompañan. 

La figura de Jesús en la escena de la huida a Egipto envuelto en unos toscos pañales, de dimensiones más o menos proporcionadas, y un San José que no va ensimismado delante, ausente, sino que por el contrario mira a María, también es otro paso más hacia nuevos conceptos. En esta imagen se ve un padre pendiente de su familia. ¿Avanzamos hacia otro estilo refugiándonos aun en el románico?
Pero dejemos ya el claustro. Habíamos dejada aparcada la portada. Volvamos a ella si os parece.


Al norte del claustro y al otro lado de la iglesia se encuentra la portada gótica que esta en el transepto o nave crucero.

Escena de la Crucifixión de Cristo en el friso de la portada.

En ella se da una descripción fantástica de la Pasión realizada en una serie de grupos escultóricos, dieciséis figurasen total, realizados sobre el friso que discurre bajo el friso que emboca contra el dintel de la puerta.


En el dintel, una representación incompleta del Juicio final y sobre él, en el tímpano un Cristo entronizado, acompañado de dos figuras decapitadas y unos ángeles.


Al tímpano lo envuelven cinco arquivoltas maravillosas.
Quizás, para mí, la más espectacular sea la de la resurrección de los muertos representada por una treintena larga de esculturas. 

Sarcófago sencillo que puede ser de una persona cualquiera.


Este sarcófago en cambio tiene grabados escudos en su tapa lateral

Tumbas de pueblo llano, sarcófagos abriéndose de nobles; en unas la muerte representada, en otros los demonios, en otras ángeles y en todas, absolutamente en todas, hombres y mujeres indistintamente resucitando.

La formación de las cinco arquivoltas.

Escenas terribles pero que en el fondo transmitían la esperanza en una vida nueva mas allá.

No me quiero extender mucho más.
Mi idea era enseñar que, en un momento determinado, en un lugar determinado de Castilla, convivieron dos estilos completamente distintos con un mismo fin. Y no hubo necesidad de destruir a uno para realizar el otro, pues ambos nacieron de las mismas manos: el artista románico - gótico castellano del S.XV.
Hasta pronto.
Sed felices.
Antonio

viernes, 27 de noviembre de 2015

La primera puesta de sol después del hospital.-

Estaba esta tarde escribiendo sobre un tema románico-gótico, cuando al mirar a través de la ventana me he dado cuenta que unas nubes livianas cruzaban el cielo.
He pensado que bien abrigado, protegido contra las miasmas del frío y del viento, quizás valiese la pena ver si ese cielo era capaz, como en tantas otras ocasiones, de darme un maravilloso espectáculo.
Para que os situéis, os diré que las fotos están hechas a unos treinta kilómetros de Madrid en dirección oeste, allí donde la llanura comienza a dejar de serlo, para con suaves lomas irse acercando a las tierras altas de Valdemorillo como antesala de una sierra que se acerca a pasos agigantados.
El terreno, como ya he dicho de suaves lomas, sembrados, encinas que pululan como en toda la meseta donde las dejan, produciendo unas sombras largas de las que otros días os presentaré cuentas gráficas de ellas.



Cuando llego al lugar desde donde quiero hacer las fotos, el sol esta aun alto, demasiado alto, pero no me importa y hago una primera foto de las ciento y pico que he hecho a este atardecer.
El cielo azul impresiona, salpicado de unas nubes que parece que me van a dejar en la estacada.


Espero tranquilamente, un ratito más. El sol aun alto, pero unos tonos comienzan a cambiar en los algodones que inmóviles se dejan moldear por el viento. Formas alargadas y fusiforme, señal que haya arriba los aires son fuertes y las nubes toman su forma aerodinámica para volar en el viento y permanecer largos ratos en el mismo lugar.

Levanto mi vista a lo alto. Me siento pequeño cada vez que, solo, hago esto. Te das cuenta que eres infinitamente pequeño bajo ese cielo enorme que te cubre.
Unas nubes gaseosas, suaves y ligeras contrastan con otras más densas. De momento todo sigue igual. Tengo la sensación que mi espera se va a ver frustrada.



Estoy abrigado como si estuviese en el Polo Norte y la verdad es que no hace excesivo frío. Es más molesto el aire. Pero aun así he tomado mis precauciones y estoy tapado como podéis ver en la foto.


De repente algo comienza a suceder. Primero las nubes se entonan con cálidos y suaves tonos pastel. Adquieren un color que está entre el blanco y un gris marrón. En los bordes parece que, como si fuese un cometa, la nube quiere ir desprendiéndose de parte de sí misma para formar la cola.



El sol se ha colocado detrás de esas nubes que se ven abajo en el horizonte, ya no molesta a los ojos.
Una nube fusiforme, parece brillar como si el sol estuviese dentro de ella.
Algo me dice que he acertado viniendo esta tarde.
Siento gozo y siento miedo. Me pregunto si he hecho bien viniendo, después de tantos días en el hospital. Pero me encuentro bien, estoy disfrutando como un crío, puedo estar de nuevo en contacto con la tierra y el cielo. Soy feliz.



De repente comienza a producirse el milagro.
Una nube me arroja reflejos rojizos mientras el resto del cielo sigue con los tonos pastel.
Si esta, que es la más cercana a mí, se está empezando a poner así, aquí va a pasar algo fantástico.
Las puestas de sol castellanas son espectaculares. Siempre lo son. Veamos a ver qué pasa.



El cielo se convierte de repente en un fuego que va incrementando sus tonos de forma espectacular.
Abajo, en el horizonte el sol se ha escondido definitivamente entre las nubes y sus rayos al atravesar tanta atmósfera se ralentizan y tienden al rojo. La nube fusiforme ha dejado de ser una luminaria y solo sus bordes inferiores reflejan la luz brillante del astro rey. Tras ella una cola al estilo del más puro cometa comienza a dejarse ver.
El horizonte tras las encinas ruge fuego.



Han pasado otro cinco minutos quizás o algo menos, pero está claro que la maravilla del este atardecer se está presentando en toda su fuerza con una explosión de color maravillosa.
Abajo el fuego del crisol que quiere convertir las nubes en oro mientras están intentan en un último y desesperado esfuerzo conservar la luz del astro, la vida.
Los colores parecen estar en una guerra constante. Rojos, dorado, grises y azules combaten por tener un lugar importante.
Y sigo solo. Aquí nadie ha venido a observar esta maravilla. De vez en cuando pasa un coche y me mira. Debe pensar que estoy intentando fotografiar algún bicho, pues me doy cuenta que no son capaces de mirar al cielo infinito.
Y tú no estás conmigo, ni tu tampoco, Soledad.



Me voy hacia casa. Tengo que luchar conmigo mismo para no seguir clavado mirando el cielo.
Hace frío y viento. Tengo que moverme.
Los tonos son ya demasiado escasos. Las nubes comienzan a convertirse en monumentales sacos negros y solo alguna enseña color.
Cada diez pasos me giro a mirar. Cada diez pasos una foto. Luego vuelta a mirar y a disfrutar. Otros diez pasos; otra foto, otro mirar.
Y sigo andando solo hacia casa.
Sed felices.
Antonio

miércoles, 25 de noviembre de 2015

Recuerdos de niñez; sueños grises...

Nubes grises cubren el ocaso, caído ya, oscuras y cada vez más negras. No traen agua. Corren delante de mi ventana y de mis ojos, de norte a sur. Son nubes secas, sin herencia, que han dejado sus lágrimas allá atrás, en las montañas, cubriéndolas de una sábana blanca excesivamente pura.


En los árboles del paseo, cada vez son menos las hojas que quieren cubrir la desnudez del tronco frio. Y las bolas de simiente que cuelgan de sus pequeños rabillos esperando el momento oportuno para reventar dan una triste imagen de soledad. Amarillos y marrones contrastan con el gris del cielo, destacando más si cabe en este atardecer frío y solitario de noviembre.
Una cierta tristeza recorre la avenida. Ya pasó la hora de salida del colegio. Los aparcamientos han vuelto a quedar vacíos de coches. Las luces de las farolas, perezosas, permanecen apagadas, dando más sensación aun de tristeza.
Y de todo ello mi alma y mi sentimiento se contagian. Me pregunto si será la depresión post hospital, que de alguna forma me tiene algo atrapado entre sus tentáculos. Seguro que algo de ello hay, pero seguro estoy también que con un poco de luz solar y un paseo tranquilo al solecito de la mañana, volverán los ánimos al lugar donde deben estar.


Estos días de atrás, en la soledad de la habitación de enfermo, con el acompañamiento del monótono burbujear del oxígeno en el agua humecedora, ha dado tiempo para pensar.
Y cuando estas así, se piensa en tantas cosas, en tantas personas: familiares, amigos, conocidos… e incluso en los enemigos, que al fin y al cabo, lo son porque ellos quieren serlo, pues yo no los tengo como tales. 
Tiempo hay para los recuerdos, aunque sean algo grises.
Estos días los recuerdos de la niñez han llegado: mi padre, las Coca-Colas compartidas a medias con los dos hermanos que venían detrás, una Coca-Cola para tres, junto al estanque del Retiro. Con los patinetes, bajando corriendo por el bulevar, cuando mi calle era un bulevar. Las carreras de chapas, aprovechando los dibujos del suelo de casa, rellenas de plastilina y con la foto de los mejores ciclistas del momento pegados. Aquel helicóptero de Shucco que unido a un cable y mediante una manivela hacías mover las aspas y... ¡volaba!
Todo aquello quedo roto en un instante; desgarrando el sentimiento de un crío de una manera totalmente injusta; ahora, en la distancia del tiempo, me sigue pareciendo injusto.
El traslado a vivir con mi abuela, separado de mis hermanos, a muchos kilómetros de distancia. Aquella primera noche, interno sin saber porque, con once años, en un dormitorio donde podría haber cien camas y yo estaba solo…


Aquella soledad de aquella noche, aun me salen las lágrimas con las que mojé aquella almohada, aquel pánico de un crío en un internado en el que el único alumno era yo, en la primera oscuridad fuera de casa y solo; una imagen que cuando me pongo enfermo es recurrente en mi recuerdo, viene y se queda durante unos días. Luego lentamente, como la propia enfermedad, va desapareciendo, lenta y pausadamente.
Estando allí, murió mi padre. Recuerdo aquel sábado. La abuela sentada en su silloncito. Mis tíos de un luto riguroso, como si hiciese tiempo que esperaban el desenlace. Y lloré.
También allí viví unos años felices con una abuela que me inculco el respeto por los demás, fuesen de la condición social que fuesen y que me enseñó a apreciar el mundo en el que vivimos.
Aquella maravillosa mujer, era en bondad inversamente proporcional a su pequeña estatura. Aquellos pelos blancos, aquellos ojos vivos, que me miraban con ternura, aquellas manos que todas las tardes, sentada en un pequeño silloncito tapizado con terciopelo rojo, realizaban verdaderas filigranas con el ganchillo y el hilo, mientras de sus labios salían una plegaria monótona mientras rezaba su rosario…
¡En el fondo qué tiempos aquellos! Miedos, alegrías, penas, amistad, juegos, amor… Todo se mezcla en una maravillosa batidora de la que de vez en cuando surgen extraños y tristes recuerdo. Solo de vez en cuando.


El hospital me ha retrocedido de nuevo a mis años infantiles. Quizás a la soledad de aquellos años en la que la falta del contacto con tus hermanos y con tu madre, esencial en la pubertad, dejaron una huella en mí: la huella de la soledad y la distancia. Pero aquello también me hizo fuerte, quizás excesivamente fuerte y excesivamente frágil, como el vidrio, capaz de aguantar el más fuerte de los esfuerzo y estallar en mil pedazos ante el más mísero de los ataques.
Y me pregunto ¿Por qué cuento todo esto? La respuesta, querido lector que estés leyendo estos renglones, no es otra que: ¿de qué me sirve no contarlo? Al fin y al cabo, seré así más real, más cercano.
Por hoy ya está bien. Soledad y soledades, tristezas, forman parte también de nuestras vidas, como los momento de euforia y de alegría. ¿Por qué esconder nada? Si solo te muestro mi sonrisa, el día que llore pensaras, que me estoy muriendo.
Y aunque la vida muchas veces tiene colores grises, blanca y negra, en otras, ¿Por qué no mañana?, resplandecerá con todos los colores del arco iris.



Mañana será otro día, mañana…
Necesitaba escribir, trasmitir algo…
Gracias por haberme acompañado un rato
Buenas tardes
Antonio

martes, 24 de noviembre de 2015

Flores con poesía CCLX: Estrofas del Libro de Apolonio S.XIII

Hoy tenemos un poeta anónimo del que solo sabemos que vivió hacia el S.XIII y que posiblemente era de origen aragonés, por algunos giros que se encuentran el los versos del Libro de Apolonio.
El Libro de Apolonio, es uno de los escritos que se conservan en un códice escurialense y que fue dado a conocer por el Sr. Pidal a mediados del S.XIX.


En dicho códice se encuentran otros libros de la época como el Libro dels treis Reys d’Oriente, pero siendo el de Apolonio el que  mayor cantidad de versos presenta, estando si no me equivoco alrededor de los dos mil seiscientos  treinta, aproximadamente.
Los versos de este poema están formados a base de cuartetas de catorce silabas, con rima única en cada una de ellas, es decir monorrimas, si bien en alguna ocasión intercala versos sin  rima y versos más cortos.
¿Qué es el Libro de Apolonio?
Realmente este poema deriva de un poema griego, traducido al latín en el siglo cuarto o quinto de nuestra era.
Apolonio es un rey culto, intelectual, que, muy resumido, emprende un viaje a visitar al emperador Antíoco con el que discute.
El emperador le persigue y Apolonio huye. En la huida muere el emperador y los piratas capturan a la hija de este, a la que Apolonio da por muerta.
Después de mucho tiempo reaparece Tarsiana, la hija de Apolonio y este decide celebrar por todo lo alto una gran fiesta con sus vasallos.


Son las estrofas que os dejo a continuación. Están escritas en castellano antiguo, con algún giro del Alto Aragón, y creo conveniente dejaros los versos tal como fueron escritos sin modernización de ningún tipo.
Os he colocado un pequeño diccionario con los sentidos de algunas palabras, tras la última estrofa.
Espero que os guste.

APOLONIO REENCUENTRA A SU HIJA TARSIANA


Vio bien Apolonio que andava carrera,
entendió bien senes falla que la sua fija era,
selló fuera del lecho luego de la primera,
diciendo : ¡Valme, Dios, que eres vertut vera!




Prisóla en sus braços con muy grant alegría,
diciendo: “ ¡Ay mi fija, que yo por vos muría!
Agora he perdido la cuita que avia.
¡Fija, no amanesció pora mi tan buen día!”




“Nuncua este día no lo cuidé veyer,
nunca en los mios braços yo vos cuidé tener,
ove por vos tristicia, ahora he placer,
siempre avré por ello a Dios que gradecer”




Començó a llamar: “¡Venit los mios vasallos,
sano es Apolonio, ferit palmas e cantos!
¡Echat las coberturas, corret vuestros caballos,
alçat tablados muchos, penssat de quebrantallos!”




“Penssat cómo fagades fiesta grand e complida:
¡Cobrada he la fija que havia perdida!
Buena fue la tempestad, de Dios fué permitida,
por onde nos oviemos a fer esta venida.”
--o0o--



Diccionario:
Avía : Había o tenía
Fagades: Haréis
Ferit: Hacer
Ove: Tuve
Oviemos: Podemos o podamos
Prisolá: La tomó o la cogió
Selló: Saltó
Senes: Sin
Vertut: Virtud
Veyer: Ver

Nada más por hoy.
Sed felices.
Antonio