Parece mentira como
pasan los años, como cada día se convierte en una sucesión de minutos
desbocados, imposibles de parar incluso para el propio reloj.
Te levantas, haces
cuatro cosas y cuando te quieres dar cuenta estas presenciando otra puesta de
sol, que a su vez corre rauda hacia la noche.
Ayer, estaba tranquilamente
en el prado observando otra puesta de sol. Una sencilla y tranquila puesta de
sol y nuevamente estaba solo mirando, disfrutando. Alguno me dirá: que suerte poder observar algo así sin que
nadie te moleste o interrumpa las emociones que la naturaleza te regala…
Pero lo cierto es que es una tristeza estar como un poste en el campo sin nadie
que te acompañe, que te siga en tus aficiones y que sepa disfrutar contigo de ese
momento maravilloso.
Cuando llegué, el sol colgaba
aun por encima de los montes Escurialenses y era difícil mirar en su dirección.
Cuatro nubes perdidas daban la sensación que aquello iba a ser aburrido y feo,
pero, como mas de una vez me he llevado sorpresas, decidí esperar un rato a que
el sol se pusiera.
Y pensé en el sol. Una
masa ingente de hidrógeno transformándose poco a poco en helio dándonos con
ello su luz y su calor. Una bola inmensa que, a base de quemar infinidad de
reacciones atómicas cada instante, es capaz de crear momentos espectaculares.
Y el hidrogeno está
también presente en esas nubes que comienzan a colorearse, a teñirse de luz de
infinidad de colores. Unas rojas, otras blancas, otras de oro… Y todo porque el
sol está quemando su hidrogeno, y que siga mucho tiempo igual.
La masa de hidrógeno
incandescente ya se ha acostado. Sus rayos no molestan a los ojos. Ha llegado
el momento de poder presenciar el espectáculo sin tapujos, sin escozores en los
ojos.
Un cielo completamente
amarillo ha quedado como recuerdo del sol y de una nube de polvo que despego en
el Sahara y que ahora nos está cubriendo a nosotros. El espectáculo, un
sencillo espectáculo, está servido: comienza la última función del día.
Y en medio de esa
soledad en el límite, allí donde el hombre ya no se adentra porque prefiere el
resguardo del ladrillo y la presencia instructiva de la televisión, ahí,
Soledad, sigo pensando en ti, puesta de sol tras puesta de sol, como aquella
primera vez. En aquella puesta de sol hubo sentimiento… ahora solo hay soledad
en minúscula.
Ha pasado el momento,
otra puesta de sol; otro día. Uno mas. Sencilla, casi tierna, se despide con un
delicioso velo de nubes finas y suaves. Parece como si quisiera rodearse con
una gasa.
El horizonte se apaga,
como se va apagando todo poco a poco. Un día más, un instante mas…
Sed felices.
Antonio
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