Era una fría mañana de
otoño, aunque el sol comenzaba a calentar.
Crisantemos,
margaritas, y un montón mas de plantas multicolores y floridas daban la
bienvenida a los visitantes mañaneros del Real Jardín Botánico de Madrid.
Daba gusto estar al
sol.
En la perspectiva que se presentaba a los ojos,
se apreciaba la lucha constante de los árboles por mantener sus
constantes vitales ante un sueño pesado que comenzaba a apoderase de sus ramas.
Las hojas de
amarilleaban dando cobijo a los últimos alientos antes de sueño invernal.
Y paseando por uno de
los caminos intermedios con fuentecillas, observe, demasiado lejos para
fotografiarlo, a un gorrión que se estaba bañando en una de esos pequeños
surtidores de agua.
El gorrión levanto el
vuelo y vino a posarse en la rama de un árbol a escasos metros de mí, tan
escasos que, visto a través del
teleobjetivo de mi cámara, parecía que iba a cogerlo con la mano.
Le hice tres
fotografías y de repente volvió a volar hacia la fuentecilla.
Y se duchó delante de mí,
sin importarle mi presencia, durante un
buen rato.
Con su ducha os dejo.
Cuando termino de
bañarse y se marchó, con un aleteo vigoroso, me sentí con una paz interior grande.
Aquel pajarillo
había limpiado algo de mi tristeza solitaria. Pero no lavó el amor imposible.
--o0o--
Sed felices, ya sabéis
que lo demás será mucho mas fácil así.
Antonio
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