Cada momento del día supone un estado de ánimo distinto. Cada día es, respecto a otros, un mundo nuevo de sensaciones y apreciaciones.
Cuando pasas de la monotonía de una habitación y accedes a los parajes hermosos que existen a tu alrededor, la cabeza comienza a experimentar sensaciones a través de la vista y el oído indescriptibles, que hacen que el corazón sienta de otra manera.
Eso me sucedió ayer paseando por el Real Jardín Botánico de Madrid. Paseos en calma, hojas sueltas sobre los setos, indicadoras estas de un invierno que se aproxima, tranquilidad solo rota por el piar de pájaros que salían volando cerca de mí y por las voces sunsurrantes de los que a mi alrededor paseaban.
Y hubo un instante en que me encontré debajo del Carpinus betulus, abedulillo, y mis ojos se quedaron prendados de la hermosura de este árbol, de los contrastes y los colores de sus hojas y del brillo y la luz que aportaban.
Árbol de entre 15 y 25 metros de altura al que le gustan las zonas sombreadas, y que es capaz de compartir con otros árboles, lugares en mitad de los bosques degradados.
Árbol de entre 15 y 25 metros de altura al que le gustan las zonas sombreadas, y que es capaz de compartir con otros árboles, lugares en mitad de los bosques degradados.
Un instante de unos de los muchos instantes que pase ayer andando por los paseos del botánico madrileño; pero eso será ya otra historia, a contar en otro momento.
Sed felices
Antonio
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