Querida Soledad:
Te voy a contar los instantes iniciales de mi enfermedad y de como, contigo, salí adelante.
Todo empezó en una noche tranquila, ya en la madrugada de un jueves.
Sentado delante del ordenador, te escribía a ti y a los demás mis fantasías nocturnas diarias, cuando de repente un primer amago de dificultad respiratoria asoma en el pecho. Tosí, tosí fuerte y respire normalmente de nuevo por lo que no le di importancia al incidente.
Era la una de la madrugada. Un sudor frío comenzaba a correr por mi frente y espalda. La respiración cada vez más corta, dificultosa, entrecortada;en cierto momento, parecía que comenzaba a irse la vida.
Entre respiración y respiración tu sonrisa, tu imagen en mi recuerdo, me animaba a seguir. Ahogamiento total, colapso de mis pulmones; la piel cada vez más gris. Y tú sonriendo detrás, diciendo: ¡Animo!
Voy en taxi al hospital y tu Soledad vas a mi lado. Entro en el vestíbulo y tengo la sensación que hay cientos de metros desde la puerta hasta la recepción. Tú me empujas, Soledad. Tu cara sigue apareciendo entre respiración y respiración y me dice: ¡Animo!
Me sientan en una silla y un ayudante de enfermería me lleva a una consulta. Un minuto después entra una Dra. Que tiene tu misma cara. Pienso que estoy salvado.
Entre pregunta y pregunta, respiración y respiración, sigues apareciendo Soledad y me dices: ¡Animo!
De repente una corriente de aire nuevo se introduce en mi cuerpo. Una goma pasa ante mis ojos: oxígeno.
Mis pulmones poco a poco comienzan a funcionar de nuevo. Mi mente se calma. Tú sonríes.
Tu rostro soledad, me acaricia en un ademán infinitamente pequeño. Cierro mis párpados, agotado. Una sala oscura. Rayos. Te veo reflejada en la lámpara, estas a mi lado, Soledad.
Una cama, un equipo, estoy en camisón hospitalario, tubos que cuelgan, pinchazos.
Siento que puedo morirme por asfixia en cualquier momento y entonces aparece de nuevo ante mí tu cara y me dice: ¡Animo, que estoy a tu lado! Y respiro tranquilo. ¡Animo! Entra más aire en mi pecho. Poco a poco la fatiga vence, los medicamentos y tú… Soledad.
Me quedo profundamente dormido y cuando amanece solo un nuevo y desconocido silencio se rompe en la habitación por el sonido del oxígeno al pasar a través del agua que lo humedece. Estoy solo. Pero tú sigues en mi mente, Soledad. Me has acompañado.
Un beso
Antonio
Antonio
Me has emocionado Antonio.
ResponderEliminarTu alma es bella y ahora comprendo porque captas lo mejor en tus fotos y relatos.
Gracias por todo ello.
Ponte muy bueno, brindaremos juntos en la distancia... que no existe.
Un abrazo enorme desde Compostela.