Hace una mañana tibia, fresca, con una ligera bruma que, sin quitar sol, quita fuerza al día. Es una mañana placida, tranquila, que permite encontrar fuera del bullicio de la ciudad algo de serenidad, de paz interior.
Hace una mañana única, una mañana nueva, distinta a la de ayer y seguro que distinta a la de mañana, es la mañana de hoy; es una mañana perfecta para el primer paseo después de salir del hospital.
El parque está muy solo encerrado tras las verjas centenarias que lo cierran, en eso se parece en algo a mí, encerrado en la verjas de mis sentimientos; sus paseos, aquellos a los que el personal no ha podido llegar aun, se cubren de un manto de hojas que parecen alfombrar el suelo para protegerlo de los rigores del frío. Si, el parque está solo y me acoge a mí en su interior para que en esos paseos compartamos ambos nuestra soledad.
Comienzo el paseo: aquí un olmo casi desnudo, allí un carpinus, un poco más cerca, disimulando como si con el no fuera la cosa, un castaño de indias y entre ellos otros árboles y cantidad de arbustos de todos los colores inimaginables: verdes, rojos, amarillos, cenizos, violetas, etc. contrastan en los paseos a derecha e izquierda de los mismos. Sinfonía de color y de sensaciones que animan al paseante a mirar, a percibir, en fin a sentir.
Incluso a ras de suelo, pequeños lirios crecen entre sus propias hojas y algunos arbustos se colorean de tintes ocres y morados, dejando escapar de vez en cuando una flor tardía a la que le gusta presumir de valiente ante el frío.
Silencio. Mucho silencio en los paseos del Jardín. Sigo avanzando lentamente, quiero llenarme del milagro que a mí alrededor sucede. Cada paso un rincón, cada rincón distinto del anterior. Es como un laberinto de colores y luces del que se puede salir, pero del que no se quiere escapar.
¿Cómo he llegado hasta aquí? ¿Por qué? ¿Para qué? Necesito paz, por eso mis piernas me han acercado hasta el jardín. Busco paz desde hace mucho tiempo y no la encuentro. Aquí está, rodeándome con sus colores, sus formas y sus silencios. Cada vista tiñe el alma de formas distintas, de colores distintos.
Me siento cinco minutos en un banco de piedra. Esta frío. Necesito pararme, reflexionar y serenarme. ¡Que cosas tiene la vida! Un día te levantas con los ánimos encendidos, capaz de comerte el mundo, y al siguiente rumias y rumias porque algo ha torcido tu sueño y tus sentimientos.
Verdades a medias que quedan dichas e insinuadas en el aire o mentiras forzadas para no decir verdades. Sentimientos que se esconden y te van minando poco a poco. Sentimientos que sabes que jamás podrás sacar a flote; sentimientos del silencio. ¡Que complicado! ¡Vivir muerto! Creo que eso es la sensación que produce el sentimiento amarrado al silencio.
Casi no anda nadie a mí alrededor, prácticamente nadie. Tres o cuatro personas emparejadas. Siempre lejos, siempre por paseos distintos. Y no hay posibilidad de enlace entre sus sentimientos y los míos. Cada sentimiento por muy igual que sea, es completamente distinto.
Miradas, recuerdos, frases se agolpan poco a poco en el recuerdo. ¡Tristeza! ¡Dudas! Si, las dudas surgen una detrás de otra, dándole vueltas al tornillo de la desazón, oprimiendo los caminos de escape, cegando las salidas. Dudas y sentimientos; miradas cruzadas, miradas perdidas…
Me levanto del banco. Miro a mí alrededor y no hay nadie. Que belleza la que estoy disfrutando solo.
Los paseos del Real Jardín Botánico están solitarios y silenciosos, como yo.
Los paseos exudan belleza en cada mirada.
Sigo solo, baja la atenta mirada de los árboles que poco a poco van desnudándose, dejando caer poco a poco, una a una, sus hojas.
Me reconforta el andar. ¡Que bellos están los paseos del Real Jardín Botánico!
Me voy animando poco a poco…
Me van animando poco a poco los arboles, las plantas, las flores…
Queda atrás la puerta y la valla. El espíritu sale fortificado; los sentimientos algo más tranquilos.
Bellos estaban los paseos del Real Jardín Botánico…
¡Precioso!
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