Estoy sentado
tranquilamente en el salón leyendo un libro sobre románico catalán.
Tengo las cortinas
echadas y a través de ellas observo que el cielo está cambiando de tono.
Dejo el libro sobre la
mesa de mármol y me acerco a mi cuarto por las máquinas de fotografiar.
Abro las telas que me
quitaban la visión del exterior. Si el cielo comienza a dorarse.
Estoy solo, como
siempre a estas horas, y un recuerdo de ti, Soledad, me viene a la mente y noto
que el corazón late un poco más deprisa.
La casa esta
silenciosa. Solo el ruido de mi respiración suena en el salón. Es un silencio
profundo, como el tuyo. Un sonido lejano interrumpe el momento, era una moto
que sonaba a metralleta; quizás eran tus balas lanzadas a través del
pensamiento.
Los arboles son mis compañeros
de ventana. Hoy están inmóviles; parecen descansar de los vientos de días atrás.
Son silenciosos, como tú, pero a diferencia de ti, muestran orgullosos su
desnudez. Tú eres incapaz de ello porque tienes miedo del mundo que te rodea.
El cielo está convirtiéndose
por momentos en oro. Las nubes aprovechan las paletas de colores del astro rey
para maquillarse. Tú deberías maquillarte también, pero no la cara, si no el
corazón frío y la mente rebuscada.
Y pensar que te quiero;
no sé, quizá debería decir que te quería… Oro eras pero Mercurio te convirtió en
plomo. Si, sigue callada y me das la razón de lo que te estoy diciendo.
Mira a través de las
ramas y aprecia ese maravilloso cielo, limpio que reluce y aprende. Cuando te
miro a los ojos me gustaría encontrar ese reflejo de alegría que veo ahora en
el cielo. Pero aunque se que tu me miras también, eres incapaz de afrontar la
realidad: me quieres.
De repente, como si mis
palabras hubiesen irritado al cielo un tono rojizo de ira comienza a extenderse
por las nubes. No puedo evitarlo y pregunto: ¿pasión o ira? Y el silencio de
siempre y la inmovilidad de los arboles desnudos me dice que son las dos cosas.
Pasión aferrada y reprimida por falsos modales y educación. Ira por ser
incapaces de romper las ataduras que nos mantienen solo con cruce de miradas
fortuitas.
Y el silencio se impone
totalmente. El cielo se ha apagado. De la pasión y la ira ya solo queda el recuerdo en el cielo. Tú sigues apagada como el cielo que aparece ahora
tras la ventana.
Quizá mañana quieras
hablar. Espero que no sea demasiado tarde. Se feliz, Soledad, cuesta muy, muy
poco.
Villanueva del Pardillo
a 16 de febrero de 2017.
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