Las hierbas están altas. Ha sido año de lluvia y temperaturas relativamente suaves y los pastos han sabido aprovecharse de ello.
Pasear por los caminos guadarrameños, en una tarde soleada y no demasiado calurosa, en silencio, solo roto este por el trinar de un jilguero o el graznido de un córvido, es un placer extraño que poco a poco va conquistándote.
La soledad del andar acompañado solo por tu sombra cuando no es por la de los árboles, sensación maravillosa. Observas, miras y te das cuenta de lo poco que sabes.
Ves enormes plantas que se han hecho tan altas como tú crecer en el borde del camino y no saber nombrarlas a veces me desespera. Por otro lado pienso que ello tampoco es tan importante. Mis estudios y trabajo durante toda una vida han ido por otro lado y ahora me tengo que conformar con mirar. Pero a veces poder mirar sin saber te permite buscar la belleza en su conjunto, no es pequeñas partes. Y a la vez eres capaz de sentir lo fantástico de los estambres de la flor o el pequeño insecto que intercepta tu vista hacia cierta flor.
Y en esa soledad en la que hablas contigo mismo, en la que te diriges a ti como maestro y alumno a la vez, encuentras de vez en cuando acompañantes solitarios como las amapolas de hoy.
Solas, esparcidas a lo largo de mil metros de camino estas cuatro amapolas reinan en los pequeños claros que entre hierbas, gramíneas y cardos les permiten alzar sus frágiles tallos y sacar a relucir esos hermosos tonos rojos.
Solitarias porque son solas, como el caminante que habla consigo mismo. Suplicantes de una mirada y una palabra, como el caminante cuando se cruza con alguien en su soledad.
Pensé mientras andaba, caída ya la tarde cuando las fotografié, que había una cierta semejanza entre cada amapola y yo. Y en aquel momento me percaté que esa semejanza no era la belleza, no; era la soledad.
Los campos comienzan a amarillear. Dentro de unos días las hierbas comenzaran a teñir sus colores de amarillos y ocres y con ellas la tierra. Solo posibles tormentas harán reverdecer por unos días los campos y cubrirán de pequeñas flores las praderas, pero solo unos días.
Seguramente, dentro de dos días, cuando vuelva a pasar por el camino ya no estén las amapolas. Se habrán cansado de estar solas.
Sed felices.
Antonio
Preciosas. Mi flor preferida. Un regalo auténtico, Antonio. Un beso.
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