Esta tarde llegué a casa después de la puesta de sol, como muchas otras tardes. Ya es de noche. Hace un instante era de día. La puesta de sol ¿ha sido real o me la he imaginado?...
Paseo solo, como casi siempre que salgo con las maquinas de fotografiar, es una mala costumbre. Me estoy acostumbrando a ello, pero por otro lado me sirve para pensar, meditar, relajar el estrés acumulado a lo largo de los días, recordar, recordarte, soñar, admirar, ver, observar. Sobre todo observar lo que a mí alrededor sucede, como me gusta observar unos ojos u otros, o los tuyos; observar a la gente, su verdad o su mentira, su realidad y la mía, que aveces se cruzan y otras caminas por sendas paralelas mas o menos iguales.
Paseo solo, como casi siempre que salgo con las maquinas de fotografiar, es una mala costumbre. Me estoy acostumbrando a ello, pero por otro lado me sirve para pensar, meditar, relajar el estrés acumulado a lo largo de los días, recordar, recordarte, soñar, admirar, ver, observar. Sobre todo observar lo que a mí alrededor sucede, como me gusta observar unos ojos u otros, o los tuyos; observar a la gente, su verdad o su mentira, su realidad y la mía, que aveces se cruzan y otras caminas por sendas paralelas mas o menos iguales.
El campo por donde
piso, esta segado. Bajo mi peso, crujen las pajas protestando ante mi
intromisión. Mi vista está en el horizonte, relativamente cercano.
La luz es aún demasiado
potente y los ojos protestan al mirar hacia donde el sol se está poniendo.
Esperaremos un poco, ya casi no queda día, y mientras tanto, la soledad lo
permite, repaso momentos que me son agradables: una mirada cruzada, un beso
perdido, un taza de té, una discusión, Soledad…
Por la tarde ha habido
un conato de tormenta y en estos momentos aquí, que no en el horizonte, el
cielo se ha ido despejando. Hacia poniente, allí donde las sierras de Ávila y
los montes Escurialenses se dan la mano, dos enormes torres grises se elevan
majestuosas, indicando donde se encuentra en ese momento todo el poder de la
atmósfera.
A su derecha una capa más
fina de nubes; deben ser los restos de las que han pasado durante la tarde.
Justo al costado de una
de esas torres oscuras, una preciosa abertura se abre para dejar pasar por ella
los rayos de sol. Hay dos escenas en la misma imagen: por un lado luz, por el
otro oscuridad como el tiempo y el no tiempo, es decir la vida y la muerte. Todas ellas van siempre cogidas de la mano.
El cielo esta aun demasiado claro. Unas golondrinas revolotean cerca de mí, encima del erial en que se ha convertido el campo, no sé si será porque al andar estoy levantando bichos que salen volando. Pero aparte de esas golondrinas, estoy solo. No hay nadie hasta dónde puedo distinguir a simple vista y me pregunto si el disfrute de la soledad es un privilegio o un castigo.
El cielo esta aun demasiado claro. Unas golondrinas revolotean cerca de mí, encima del erial en que se ha convertido el campo, no sé si será porque al andar estoy levantando bichos que salen volando. Pero aparte de esas golondrinas, estoy solo. No hay nadie hasta dónde puedo distinguir a simple vista y me pregunto si el disfrute de la soledad es un privilegio o un castigo.
Creo que es lo segundo.
La soledad forzada es un castigo. La soledad buscada es un maravilloso elixir
que hay que practicar de vez en cuando. Ni me lo merezco, ni lo he buscado: ha
surgido.
El cielo comienza a
cambiar de color. El agujero en la nube se hace más nítido y el rayo de sol más
potente. Un ojo en el cielo: ¿será el ojo de Dios? La luminosidad que por él
entra supera con creces todo lo que hay a su alrededor. Por un momento, durante
unos segundos que no puedo contar, mis ojos no se apartan de aquella abertura
celestial que parece estar fuera de contexto.
Mis manos, antes que mi
cerebro, reaccionan y cogen una de mis maquinas; están entrenadas para reaccionar solas ante lo imprevisible. Ya no miro a través de mis
ojos la puesta de sol, lo hago a través de los ojos de la electrónica que me
acercan el cielo o me lo alejan infinitamente; miro al instante pasado con ojos de presente y de futuro.
Me recreo en la escena.
Doy gracias porque la existencia me haya dado el don de la observación; observo
todo lo que a mí alrededor transcurre. La belleza está a nuestro alcance, solo
hay que mirarla, disfrutar de ella, saborearla como si de un delicioso manjar
se tratase.
En silencio, va cayendo
poco a poco, también el día. Allí en medio del campo ¡estoy
disfrutando! En este momento mi cabeza es un hervidero de desencuentros y
emociones. Soledad, compañía, belleza, luz, trino… si me repito, ya lo se, pero es que todo es un goce absoluto: soy feliz en este instante porque vivo el tiempo.
La función está en
pleno auge. La música, una música magistral de colores, quizás como el Pájaro
de Fuego de Stravinski, surgen, aparecen y se apagan en instantes de una
cadencia exultante: es el cielo, dibujando en el aire una maravilla de cuadro; un cuadro superrealista, posmoderno; ¿O acaso es un cuadro clásico? No lo sé, el tiempo pasa volando y pinta rápidamente, mucho mas rápido que yo en poder admirarlas pinceladas maravillosas que hay por doquier.
De repente, un cambio
en el ritmo colorea el cielo de tonalidades que van del más brillante de los
blancos a un gris oscuro, tenebroso, de aquellas nubes que por Levante van
perdiendo los rayos del astro rey. La orquesta, con milenios de existencia,
conoce perfectamente los movimientos de cada partitura que interpreta. Hoy toca
la composición del Ojo del Cielo, de un compositor llamado Naturaleza y el director es el cuarto Evo de nuestra existencia.
Hay momentos
sensacionales en los que la partitura alcanza el clímax y los colores se
esparcen por el cielo inundándolo absolutamente todo de pasión. Otros en cambio,
son los dorados lo que se extienden dibujando una joya en el cielo. Y al
final, en una explosión sublime de enojo por tener que acostarse, unos tonos
rojos se dejan ver.
Repentinamente, como si
el director de la orquesta hubiese terminado de leerla partitura y dejado sobre el atril la batuta, cesa la música, se
apagan las luces y los tramoyistas se preparan para organizar el cielo para una
nueva función.
Ya es casi de noche. La
puesta no ha sido lo que yo esperaba, pero aun así ha sido bella. Noto el
fresco que recorre el cuerpo.
Ha llegado el momento
de dejar de pensar en ti, y en ti, Soledad. Debo volver a integrarme en el
mundo, a dejar de soñar y de vivir. Ahora me toca retornar a mi tiempo, al tiempo que, siendo siempre el mismo, siempre es distinto. Una veces se llama pasado o ayer, otras ahora y otras muchas ilusión o mañana. Vuelvo de repente ante el televisor, a los
problemas del país, a mis problemas, a esos telediarios que parecen el Caso y
aun mundo cada vez más frío, más lejano y distante, incapaz de mirar al cielo. Vuelvo a un tiempo que me gustaría que se pudiese modelar, retorcer, convertir en un espacio de infinitas lineas espaciales donde fuese t=0.
Volver... Vuelvo a la vida diaria, adiós cruce de miradas, beso, tiempo perdido,
añoranza…
Vuelvo la vista atrás,
pero de lo que ha sido, si es que ha sido, solo queda la oscuridad. Solo en el agujero del cielo un
tenue resplandor sigue colándose….
Hace un rato que he llegado a casa. El tiempo, recordando y recordándote, parece haber retrocedido. Hace un instante que comencé este recuerdo y hace otro que lo terminé, Soledad. Mañana cuando lo leas habrá pasado un instante mas, pero de futuro.
Hace un rato que he llegado a casa. El tiempo, recordando y recordándote, parece haber retrocedido. Hace un instante que comencé este recuerdo y hace otro que lo terminé, Soledad. Mañana cuando lo leas habrá pasado un instante mas, pero de futuro.
--o0o--
Nada mas por hoy. Sed
felices.
Antonio
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