Amanece. Por los agujeritos
entre las lamas de la persiana un rayo de luz, solo penetra hasta el fondo de
la habitación y va corriendo rápidamente desde lo alto hacia abajo buscando las
tablillas del parquet.
Me lo quedo mirando
durante unos instantes y me doy cuenta que aquel haz brillante, donde infinitas
moléculas de polvo se contornean es la luz, el contraste que voy buscando; es
la claridad que ansío para mis ojos y para mi mente. Para mis ojos la he conseguido,
o por lo menos me he acercado a ella. Para mi sentimientos es otra cosa
completamente distinta, esta aun muy, muy, lejano.
Salgo de casa pensando
en ello. Luces, que no colores; contrastes de sombres y zonas claras que en
cada esquina se rompen en polígonos irregulares que reflejan sobre el asfalto
el sol y los edificios. Demasiado esquemático, regular, para el corazón,
demasiado rígido para la vista. Necesito algo mas, algo en lo que luz y
oscuridad se den la mano, en un contraste que ilumine el ojo avizor y anime al alma
a seguir viviendo; en esencia lo que busco es la belleza y la luz lo es.
La luz puede ser
brillante, translucida, encendedor de todas las cosas o por el contrario
representar las más increíble de las negruras. Pero busco una luz que me anime,
que me acerque a la paz, a esa paz que todo mortal desea y que no se llama
felicidad; es sencillamente paz.
Decidido, avanzo hacia
el Real Jardín Botánico de Madrid, sabiendo que aunque fotografié alguna flor,
voy buscando la luz de los contrastes que en esta tarde y en este maravilloso jardín
puedo encontrar.
La luz en las sombras
es como la propia vida. Unas veces la felicidad y la angustia conviven juntas
como la luz y la oscuridad. La oscuridad de los momentos malos, de los reveses
que vienen de aquellos sitios o personas que menos te esperas y la luz de la
amistad, del amor, que surge a la vez espontáneamente o por contagio de
relaciones continuadas.
Pero si una cosa tengo clara
es que, a lo largo de la vida, ambos momentos se superponen y con el tiempo alegría
y pena forman un conjunto maravilloso que no son otra cosa que los recuerdos.
Luz que traspasa la
espesura de las ramas del árbol para calladamente, silenciosa, iluminar un rincón
distinto del parque, como aquel rayo de luz que ilumina un recuerdo maravilloso
en el corazón de cada uno.
¿Por qué hacemos los
hombres tan complicada la vida? Hemos destruido un fin, el cual debía ser
sagrado, y que no es otro qué el estimulo a la belleza, la comprensión del
mundo que nos rodea, el conocimiento de nuestro interior sabiendo que el paso
por aquí es muy, pero que muy corto. Hemos dejado la luz de lado, para
sumergirnos en un mundo de sombras y de tinieblas en el que el hombre cada vez
vale menos.
Luz, solo pido luz,
como la que ven mis ojos en cada rincón del Botánico madrileño.
Luz , solo luz, que
ilumine el corazón y lo llene de felicidad, borrando los oscuros y tenebrosos
recuerdos de la noche, como esa luz que saliendo del sol es capaz de alegrar mi
vista.
Antonio
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