Son casi las nueve y
media de la tarde.
El sol lleva puesto un
buen rato detrás de la montaña.
La tortuga de piedra
donde solíamos sentarnos está rodeada de agua por todas partes. Quizás huye de nosotros
y se ha escondido en las aguas. No quiere que nos acerquemos a ella separados.
Es otra tarde sin ti,
aunque realmente siempre he estado sin ti.
Me doy cuenta de que
los pinos también crecen hacia abajo. Hace tiempo que mi mundo se vuelve del revés,
no me choca ese pino. Me chocas mucho mas tú fuera de los reflejos.
Son y no son nada. Sin
luz, o con poca, pierden la consistencia que tienen durante el día. Se diluyen
en las sombras profundas del pantano, como tú, que, poco a poco, te hundes en
mi recuerdo.
Es curioso, incluso me
parecen ver fantasmas donde no debieran estar. Un árbol emerge reflejado donde
no lo veo en tierra. Me da la sensación que juega al escondite conmigo.
La otra orilla, por
aquella que tu andas, esta inalcanzable. Has elegido mala orilla. Eso sí, es
bella, como tu recuerdo.
Las sombras se van
adueñando de las aguas. Algunos retazos de cielo azul quedan prendidos de los
reflejos. Hay silencio absoluto en toda la orilla. Estoy totalmente solo.
Cerca de mí, en la
ensenada del arroyo, las sombras se convierten en negrura. Es difícil distinguir
que es cada cosa. En ese lugar se ha perdido el espíritu de la verdad, se ha
cambiado por otro, como ese que fabricaste tu para esconder el desencanto. Un
desencanto que tú misma provocaste.
La orilla al frente
esta desnuda. Palabra mágica la de la desnudez. Nos hemos vestido para
ocultarnos a nosotros mismos la belleza. Me encantaría verte así… como esa
playa que está enfrente, vacía, virgen, desnuda.
Como aquella otra
ribera a la que es imposible acercarse, eres preciosa, lejana, fría, y
sin luz para iluminarme… Soledad.
--o0o--
Sed felices
Antonio
No hay comentarios:
Publicar un comentario