Estoy solo en casa.
Solo la música del Mp3
me hace compañía. Se van sucediendo una tras otra las distintas entradas de
música clásica, Haydn, Mozart, Chopin… Son como una especie de reloj, cada una
va marcando las horas, cada una a su ritmo, cada una expresando sentimientos
distintos, pero en el fondo todas, absolutamente todas, son las más bellas
ecuaciones matemáticas que jamás se pudieron escribir.
El romanticismo de
Listzt suena ahora. El piano parece querer transportarte por encima de las olas
en una melodiosa composición dedicada a Venecia y Nápoles.
Mientras esto sucede en
los intrincados laberintos de transistores del aparato, me voy fijando en mí
alrededor.
La librería está algo desordenada, pero me da una pereza enorme
meterme a colocarla en condiciones,
entre otras cosas por el polvo que los libros acumulan y que mis pulmones
rechazan.
Un vagón de tren, sigue
guardado en su caja esperando que mis manos lo coloquen sobre la vía y comience
a andar en su viaje por el país de Liliput.
La Empusa pennata metálica
que me regalo Julio sigue
mirándome con sus patas delanteras alargadas como si quisiera agarrarme como a
cualquier otro insecto.
Un antiguo GPS, de
aquellos primeros que había que meterles el mapa, duerme plácidamente entre los
libros de uno de los estantes haciendo ver que los sujeta.
Las dos brujas que
penden de las estanterías me miran con cara de lo que son. Una navega por los
estantes encima de su escoba y la otra parece danzar un baile macabro. Le iría
fenomenal tener al lado la olla donde preparar los mejunjes mágicos con los que
poder hechizar a todas las bellas Blanca Nieves existentes en el mundo.
La colección de CDs
están ahí, quietos, seguramente celosos que un aparato tan pequeño contenga
tantos de ellos en su memoria. Estan todos juntos, pero cada uno en la soledad
de su caja esperando que llegue el momento de poder vomitar todo lo que llevan
en su interior.
Los abuelos, parecen
querer decirme desde su retrato del día que se casaron, que la soledad que
siento ahora mismo, aquí en la habitación solo, es una cosa temporal. El abuelo
era alto, con bigote, un gran vividor. La abuela era pequeñita, la recuerdo
siempre vestida de negro, con aquellos zapatos grandes, sentada en el
silloncito rojo haciendo ganchillo mientras rezaba un eterno rosario que a mí
me parecía no acabar nunca.
Tengo que arreglar la
estantería del equipo de fotografiar. Es un desastre. Tengo que organizar que
todo este más ordenado, mejor colocado, pero es difícil pues nada es lo
suficientemente recto como para poder sostenerse por si solo.
Hay una estantería que
siempre me da pena mirarla y es la de los grandes libros que se utilizan muy
pocas veces. Tratados de música, de mi mujer, geografías de muchos países del
mundo, la mayoría de las cuales se quedan atrasadas nada más salir de la
imprenta, y que muchas veces son regalos que ya se habían regalado.
Y en lo alto los libros
de arte, de románico, pintura, y aquellos que a mí me gusta ojear de vez en
cuando.
Y encima de todo ello
una enorme hilera de álbumes de fotografía que desde mis orígenes hasta ahora
me han acompañado siempre.
Me quedo un rato
mirando todo ello, la mesa, la habitación y miro por la ventana y veo a la luna, desdibujada en medio de la claridad del firmamento, allí arriba en mitad de un cielo azul y radiante; medito.
Y de repente me doy
cuenta que no estoy tan solo, que infinidad de escritores, músicos y artistas
me acompañan. Que mis hobbys están conmigo y mis antepasado y aquellos que
vienen detrás mío también.
Miro de nuevo por la ventana
y me doy cuenta de que la luna ya no está ahí, pero yo la he inmortalizado en
una foto desde aquí mismo donde estoy escribiendo.
No, no estoy solo, la
biblioteca es mi compañera todos los días, pero tengo añoranzas y quizás por
ello os cuento todo esto, que a lo mejor no le importa a nadie, en un instante de soledad.
Sed felices.
Antonio
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