La niebla estaba muy
densa y baja esta mañana. Alrededor de las farolas un halo de color naranja
parecía querer imitar al sol. Más allá de ellas solo se intuían oscuras figuras
sin significado ninguno.
Un árbol casi desnudo del todo, mostraba junto a la
ventana la humedad en su tronco, daba sensación de abandono e impotencia. La niebla le envolvia y me envolvía a mi desde fuera y una
sensación de escalofrío recorría mi interior. Mi mente estaba igual que la calle,
extraviada en una niebla densa que me mantenía angustiado.
Hacía falta renovar
el pensamiento y el espíritu y entonces recordé aquellos árboles contra un
cielo luminoso que fotografié no hace mucho.
Era también un día
extraño. El cielo presentaba jirones de nubes que presagiaban un cambio. Nubes
aisladas pero continuas recorrían tranquilamente el cielo, sin prisa,
provocando en el ambiente una lucha constante entre la sombra y la luz.
Recuerdo que decidí
mirar a la luz e intentar comprender algo, quizás el cielo.
Caí en la cuenta que
vivimos, esclavos, prisioneros, dentro de una maravillosa esfera que nos
mantiene alejados de otros mundos, pero vivos. Vagamos por el espacio como una
nave sin rumbo a cientos de miles de kilómetros por hora alrededor del centro
de una galaxia tan cercana como infinitamente lejana.
Cien mil millones de
estrellas la forman, cien mil millones de soles, más o menos como el nuestro,
giran armoniosamente alrededor de ese centro que no somos capaces de
distinguir. Perfecto reloj formado por un engranaje estelar que es incapaz de
retrasarse un solo instante en su cometido.
Las nubes siguen
avanzando perezosas. A través de los árboles, casi vacíos ya de hojas, puedo
seguir extasiado su lento movimiento. De vez en cuando un cielo azul se marca
de forma maravillosa, como si de una mutua compañía se tratase. Cielo y nubes
juegan ambos en un constante coqueteo de ahora te toca a ti, ahora a mí.
Los árboles saben que
tienen que invernar, y se están preparando para ello. Primero sus cambios de
coloración nos indicaban que debíamos ir preparando el refugio y ambientarlo
para los próximos meses. Luego, en un chillido ya angustioso, comenzaron a
cubrir los suelos de alfombras, cada vez más gruesas y sus ramas quedaron vacías,
esperando las nieves que están a punto de llegar.
Entre las ramas de los árboles
y bajo las nubes del cielo volví a descubrir la importancia de elevar de vez en
cuando los ojos al cielo y sentir la inmensidad que nos rodea.
Expandir
nuestros pensamientos y comprender que nuestra grandeza está en poder apreciar, comprender y convivir con las maravillas que nos rodean. Somos infinitamente pequeños en
comparación con cualquiera de las magnitudes del universo, pero lo que nos hace
infinitamente grandes es que somos capaces de entenderlas.
Quizás seamos más
capaces de entender ese maravilloso Universo que nos rodea que a nosotros
mismos. Somos incapaces de comprender y compaginar el Universo Humano,
incapaces de girar todos, con sentido común, en un único esfuerzo alrededor del eje del bienestar. En un momento
en que las nuevas tecnologías se imponen y acercan unos a otros, el hombre se
distancia cada vez mas de sus congéneres e incluso de la tierra donde vive. Se están
alcanzando tasas de bienestar increíbles y a la vez tasas de pobreza nunca
vistas.
Está claro que el
hombre no levanta la vista a los cielos, no mira las nubes entre las ramas de
los árboles y es incapaz siquiera de observar el mundo que le rodea. El hombre,
se ha encerrado tanto en sí mismo, se ha alejado del dialogo y de la
familiaridad, que ni siquiera en capaz de mirar a los ojos o entablar una conversación con un desconocido, a veces con su propia familia o con cualquiera que le acompañe en un medio de transporte,en un ascensor...
Espero, no sé si soy
demasiado optimista, que las futuras generaciones sean capaces de corregir el
rumbo, de apreciar al hermano, y al que no lo es, y luchar por un bien generalizado, aportando, a una sociedad industrializada que fabrica máquinas que cada vez necesitan menos al hombre, capacidad de rellenar el tiempo ocioso, el tiempo libre, en la necesidad primaria que debe seguir teniendo de aprender, saciarse de cultura, de conocimiento disfrutando e incluso mirar al cielo, aunque sea a través de las ramas de los árboles y alcanzar la satisfacción plena al comprender su pequeñez.
Sed felices, mirar al
cielo de vez en cuando, aunque sea a través de las desnudas ramas de los
arboles.
Antonio
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