El otro día, llegue a la plaza de España cuando ya el sol se colaba por el horizonte.
Había allí, en un rincón de la plaza, apoyado en un banco, un hombre de edad madura, pero no viejo, con una bolsa de pan en su mano izquierda y a su alrededor pululaban enorme cantidad de palomas y multitud ingente de gorriones.
Las primeras, formando una alfombra en constante movimiento, corrían detrás de los trozos de pan cada vez que el hombre aquel lanzaba sobre ellas el alimento desmenuzado.
Los gorriones, colocados sobre un pequeño zócalo metálico esperaban ansiosos que les tocase su turno. Para ellos el hombre lanzaba pan desmigado lejos de las palomas y antes de que estas pudieran llegar una nube de gorriones hambrientos había dado buena cuenta de aquel.
Inquietos, siempre en constante movimiento y alerta, con la luz del momento eran difíciles de fotografiar. Cuando no era un movimiento rotatorio de la cabeza era un esponjamiento súbito de todo su cuerpo. Atentos a cualquier movimiento extraño, inquietos, hasta el ruido del espejo de la máquina los asustaba, no parando de moverse ni un instante.
No hay comentarios:
Publicar un comentario