¿No os ha pasado alguna vez que al ver algo, cualquier objeto de vuestro alrededor, la mente ha retrocedido a la niñez o a los inicios de la juventud?
El otro día cuando recorría con mis cámaras los jardines del Botánico madrileño, mis ojos se encontraron con las hojas de un avellano y mi mente corrió rápida y rauda a 550 Km de distancia y retrocedió entre cincuenta y cincuenta y cinco años en busca de un montón de recuerdos…
Mis padres tuvieron un chofer maravilloso que para nosotros fue de alguna manera un instructor en un montón de cosas de la vida ordinaria, en el inicio de muchos pasos que sin ayuda son más difíciles de realizar.
La finca de mis abuelos en la provincia de Tarragona, estaba situada sobre una meseta con ligera pendiente hacia el mar Mediterráneo y separada del camino natural por el que transitar por el cauce de una riera seca. Bueno seca menos un día, que yo no recuerdo, que cayó una inmensa tormenta y a mis padres les pillo al otro lado y el agua impedía el paso. Aquel día me desteto mi abuela con un magnifico puré de legumbres…
¡Las hojas de un avellano! ¡Recuerdos de niñez y juventud!
Pues bien, aquella riera fue en mi niñez y en mi juventud un eje fundamental en muchas cosas de mi vida.
Allí, Luis, que así se llamaba el chofer, me enseño a montar en bicicleta llevándome cogido del sillín hasta que llegó la cuesta abajo que unía la finca con el camino que atravesaba la riera, y me soltó. Así empecé a mantener el equilibrio sobre las dos ruedas, claro que aquella primera escaramuza duro escasos segundos hasta que me pegue el primer batacazo de mi historia ciclista.
La finca de los abuelos y la de mi padre, estaban plantadas de melocotoneros y avellanos y entre medio de ambos grandes plantaciones de coles, lechugas, habas, judías, incluso patatas para dar de comer a los cerdos y maíz para las gallinas.
Los avellanos sacaban los frutos pronto y a mí me gustaba comerme la avellana cuando aún estaba la cascara tierna y el fruto también.
¡Los recuerdos que trae ver unas hojas de avellano!
Conocí a una chica de mi edad, tendríamos entonces unos ocho años, y dábamos paseos por la riera y bajábamos hasta un enorme pino mediterráneo, inmenso, que aun sigue allí.
Contábamos cosas que veíamos cada uno en su casa y disfrutábamos de la compañía el uno del otro cada vez que nos encontrábamos en la Semana Santa o en los veranos que acudíamos a pasar allí unos días con los abuelos.
Contábamos cosas que veíamos cada uno en su casa y disfrutábamos de la compañía el uno del otro cada vez que nos encontrábamos en la Semana Santa o en los veranos que acudíamos a pasar allí unos días con los abuelos. Un día, en la corteza de aquel inmenso pino, esos dos críos grabaron sus nombres, mas por un gesto de amistad que por otra cosa pues a esa edad la mente era aun demasiado ingenua para pensar en cosas de mayores.
Y ¿queréis que os cuente un secreto? La última vez que estuve por allí, me acerqué al árbol a ver si encontraba los nombres. Logicamente no di con ellos.
¡La de cosas que se recuerdan al ver las hojas de un avellano!
En la riera conocí a un pastor que subía por las tardes por ella con su rebaño de cabras. A mí me encantaba charlar con él y que me contara historia increíbles que le habían pasado con su ganado por aquel rio seco. Y me gustaba, cuando cogía un tarro de latón que llevaba y ordeñando una cabra nos daba a mis hermanos y a mí un trago de aquella leche tibia. Y nunca me sentó mal.
En septiembre, a la vuelta hacia Madrid volvíamos a parar en la finca un par de días. Normalmente era época de lluvias y las avellanas caen al suelo donde había que recogerlas entre la tierra húmeda.
Y la mula, que tiraba del carro y que el masovero me dejaba llevar cuando había que subir al pueblo a buscar las provisiones que la finca no daba, como café, chocolate y butifarras. Lo único que detestaba eran los horribles pedos con que la mula nos bendecía cada cien metros, pero llevar las riendas bien valía un poco de perfume.
¡Lo que me ha hecho recordar entre otras cosas, unas hojas de avellano!
No sé a quién le importara esto, pero a mí me gusta recordarlo y contarlo.
Buen día a todos
Sed felices.
Antonio
Sensible relato, Antonio. No todos sabemos recordar de forma amena y literaria al mismo tiempo. Felicidades. Un abrazo.
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