Cojo el sendero que
discurre a cada lado de los campos sembrados de cereales, por los linderos, que, por su
apariencia, probablemente son trigos que tarde o temprano se convertirán en
pan, pero para entonces habrán pasado muchos días y algunas lunas.
Comparado con estos
días de atrás, el día es cálido, y al sol se nota en la espalda, pero cuando
entras en las sombras de las grandes encinas que en algunos lugares bordean el
camino se siente un frescor agradable.
Voy arrastrando mis
pensamientos, mis pesares, mis ausencias y mis pecados entre las flores de un
jardín maravilloso que algún gran jardinero imaginó en su momento. Su visión
ayuda a llevar mis sentimientos encontrados, mis errores, repetidos uno tras
otro hasta la saciedad, como un autómata.
Y sobre el jardín, o en
su interior, una gran cantidad de pequeños animales de seis u ocho patas ayudan
con su visión a perder durante instantes esos agobios que te acompañan durante
el día y a algunas horas de la noche.
Un manojo de margaritas
me distrae de mis pensamientos. Han nacido espontáneamente, seguramente
ocupando un día de viento el lugar de otra planta con unas semillas dispuestas
a enraizar. En el fondo, ese maravilloso jardín, no es mas que una guerra continúa
entre especies por apoderarse de los lugares húmedos y soleados para
reproducirse. Y ello me hace pensar que, al fin y al cabo, el hombre hace lo
mismo: se pelea en su jardín por conseguir el dominio de un terreno mejor, más
rico y productivo, dando igual la supervivencia.
A las flores que estoy
viendo, amapolas, margaritas de todos los colores y tamaños, dientes de león
con sus molinos preparado a recibir la primera brisa fuerte, las viboreas, la sangre
de Cristo y un enorme etc, cubren una pequeña extensión a derecha e izquierda
del camino. Tienen sus límites marcados, como si de una carretera se tratase,
por los sembrados que alternativamente van naciendo a sus costados.
Y es curioso, que
cuando miras esos campos maravillosos de cereales, increíblemente iguales unas
espigas a las otras, no aparecen en ellos rastros de flores como cuando en mi
niñez veías en medio de ellos aquellas amapolas rojas bailando con el trigo o
la avena al compás del viento. Ya no se ven. No, los herbicidas no dejan que en
sus dominios crezcas, amapola: ¿para qué?
Dentro de unos días,
cuando los calores de junio comiencen a apretar irán desapareciendo esos campos
verdes y floridos para dejar espacio a las matas altas del hinojo o los cardos
secos y enormes que con sus flores darán de comer a los insectos que por allí
pululen.
Y en realidad me doy
cuenta que ese vivir y morir de las plantas en como nuestra vida. Crecen, se
reproducen y mueren como morimos nosotros todos los días. Y me pregunto: ¿Cómo medirán
las plantas sus años, sus días de vida, sus instantes de gozo? Y entonces surge
en mi la duda, pues me doy cuenta que mi vida es como una primavera y que
dentro de poco llegará el estío, y con él, la muerte. Hoy las flores me están
gastando una mala pasada. Necesito ánimos y me gustaría ser feliz, pero… el
viento de la vida maneja mis penas como le da la gana y las alegrías las barre
en suspiros que no retornan. Hay Soledad, mi querida Soledad, cuán lejos quedan
aquellos días en los que solo se veía la vida, y solo en el paseo, hoy comienzo
a ver el otoño que se aproxima a increíbles velocidades. Antes el verano con la
guadaña segara la mies de los campos y de paso, arrastrara más de una vida con
ellos.
Sigo andando, hoy la angustia esta clavada muy adentro como si fuese una garrapata cogida al alma, y a cada vuelta el camino cambia su fisonomía. En las zonas soleadas está exuberante de plantas, mientras que en los llanos de tierras pobres y secas solo una pequeña capa de margaritas multicolores cubre los suelos.
Camino en silencio. Voy
observando vida. Aquí una mosca que toma el sol tranquilamente sobre una flor
sin importarle mi presencia. Allá, entre pétalo y pétalo de una efímera
amapola, una araña espera tranquilamente a su presa si prisa. Ya llegará. Un
mariposa cruza rauda por delante mío y se esconde en lo más alejado del
sendero. Una enorme tulipa, de ojos verdes enormes, me mira con desconfianza
presta a echarse a volar.
Bulle vida a mí
alrededor, en cada mata, en cada flor, tan efímera como a la madre naturaleza
le apetezca, con sus ciclos de frío, calor, sequedad.
Continúo el camino,
como llevo tantos años haciéndolo, pero creo que esta vez se me hace mas cuesta
arriba la vida… No quiero seguir el paseo, pero ¿quiero seguir la vida?
Mañana será un nuevo
día, ya veremos cómo están las sendas, como sigue la vida. Esperemos, llevo
tanto tiempo esperando que mañana un rayito de felicidad nos ilumine.
Me despierto. Abro los ojos y me doy cuenta que el camino puede ser aun largo y costoso, pero sigue habiendo camino, sigue habiendo esperanza. Aunque el camino tenga cardos, también tiene flores...
Me despierto. Abro los ojos y me doy cuenta que el camino puede ser aun largo y costoso, pero sigue habiendo camino, sigue habiendo esperanza. Aunque el camino tenga cardos, también tiene flores...
Antonio
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