domingo, 17 de febrero de 2019

Trepadores azules y herrerillos comiendo en el comedero


Hace una tarde maravillosa este sábado de febrero, con unas temperaturas mas de marzo o abril que de principios de este febrero primaveral.
He salido un rato de casa, he dejado de trabajar y con las maquinas al hombro, a la caza de aquello que el día dentro del jardín me permita fotografiar.


Un trepador azul a la boca del nuevo nido. Durante un par de meses se dedicaran a ir cerrando la boca de entrada con barro para que no puedan entrar las urracas ni salirse las crías.

Los arboles del jardín están podados y sin hojas, excepto el pequeño olivo que planto mi madre con cariño hace unos años. Ello, permite observar a los pajarillos que vuelan por allí con mucha mas facilidad que en pleno verano.

Reciben el nombre de trepadores porque tienen una facilidad enorme de moverse y caminar por los troncos.

He descubierto que los trepadores azules, Sitta europaea, se han instalado en el antiguo nido que los tordos tenían en uno de los altos olmos, muy cerca de otro en él que hubo de autillos, otos, esos buhitos pequeños y simpáticos.
Al descubrir a los trepadores, que pensé que se habían marchado, fui corriendo a llenar el comedero. Había en casa nueces y almendrucos y les preparé una sustanciosa comida.

Esta foto es demostrativa de lo que os explico. Fijaros que ya tiene dos trozos entre los picos y si puede cogerá otro para esconderlo.

No tardaron ni cinco minutos en descubrir los trepadores el rico manjar y se lanzaron al comedero sin contemplaciones.
Estos pájaros tienen la costumbre de la comida que van recolectando incrustarla en las hendiduras de los árboles que les interesa, sobre todo de aquellos que tienen cortezas rugosas donde poder almacenar las semillas y gracias a la longitud de su pico a profundidades donde no llegan por ejemplo los herrerillos.
Comenzaron a volar la pareja de trepadores azules de su nido al comedero y de este al gran chopo que hay a la salida del porche. Cogen un trozo de nuez o de almendruco y a la despensa.


El trepador en lo alto de una de las ramas podadas de un olmo. ¿No os recuerda a un pingüino?

Luego, uno de ellos se sube al otero, la parte superior de un olmo, y desde allí vigila su dominio.

Un herrerillo, un Parus major, observa desde el cable de teléfonos.  Ya han visto la comida como los trepadores.

Pasado un rato, los movimientos y el ir y venir de los trepadores, llamó la atención de los herrerillos, Cyanistes caerulens y Parus major, que sin acercarse al comedero otearon y espiaron a los primeros desde los cables del teléfono que discurren por la calle.

A escasos 120 cms del borde del tronco donde está el comedero.

Luego, poco a poco se fueron acercando hasta el olivo, como el que no quiere la cosa.
El trepador azul, al principio, mientras estaban en la lejanía los miraba pero mantenía una sensación de que le importaban nada y menos.
Los herrerillos ante tal poca defensa del territorio se animaron a darse vueltas por el olivo.

El trepador se ha marchado y el herrerillo decide comer. Le dejaran estar muy poco.

Incluso en un momento determinado uno de ellos, ante el abandono del comedero, bajo a comer algún grano.
A diferencia de los trepadores azules, los herrerillos comen sobre la marcha y tienen que aprovechar el momento en que los otros o han llevado comida al nido o están escondiéndola por todos los recovecos de los troncos y ramas de los árboles.

Cogiendo pedazos de almendra y nuez. Calorías tiene la comida.

Pero es solo un instante. Como una centella se lanza el trepador hacia el olivo y el herrerillo busca refugio mas allá. Saben que no tienen nada que hacer contra el pico de su oponente.

El herrerillo al ataque. No cejará, pero los trepadores se lo ponen dificil

Observando desde la puerta peatonal, después de que le hayan echado.

El trepador está enfadado. Eso de que los herrerillos hayan bajado al comedero no le ha gustado nada y cuando los ve entre las ramas del olivo va a por ellos y los echa.

Mirando a su alrededor observando donde están los intrusos en su comedero.

Pero es solo una amenaza pueril, pues a los pocos minutos están de nuevo la pareja alrededor del comedero en las ramas del olivo.

Haciendo tiempo y observando el percal. Tendrá su momento.

Son elegantes los trepadores azules. Me encanta verles de cerca. Es curioso pero me dejan acercarme hasta dos metros del comedero.

Y así seguirán durante toda la temporada.

Otro tipo de herrerillo, el Sitta euroaea, también en el olivo dispuesto a coger su bocado en cuanto haya el mas mínimo descuido.

Tendré que colocar un cebadero para que puedan turnarse unos y otros en distintos sitios del jardín. Y distintas comidas.

Un trepador en una de sus posiciones de oteo.

No hubo tiempo para más. Ya habrá días en los que pueda observarlos. Han cambiado de nido unos y seguro que en al abandonado llegaran otros.
Sed felices
Antonio

miércoles, 6 de febrero de 2019

El hombre de la cabeza gacha.-


En los últimos viajes que he realizado en el metro he observado y mirado descaradamente a mi alrededor y me he dado cuenta de que vivimos en un mundo cada vez mas distanciados los unos de los otros , más lejano para aquellos con los que no mantenemos unas relaciones de amistad o de familia. Surge, cada vez que se toca este tema, la discusión si las técnicas modernas acercan o alejan; si se lee mas ahora con los móviles o las tabletas que con los libros de papel. Pero lo que es cierto es que cuando subes a un vagón de metro solo ves ojos puestos en los aparatos electrónicos y no se desvían de ellos como si mirar a otro lugar  fuese saltarse una norma de urbanidad.


Y hace falta observar para darnos cuenta que no estamos solos; nos rodea un mundo de miseria, de desgracia y desesperación, que aquellos que algo tenemos, no queremos ver y preferimos mirar a nuestros aparatos electrónicos, a nuestro interior.
Un mundo de silencios acompañados de una música celestial que llega a los oídos a través de infinidad distinta de tipos de cascos, pero con oídos sordos a los lastimeros gemidos de aquellos que quieren hablarnos de sus penas, de aquellos que nos suplican su atención. Y nos rodean a cientos, incluso cada uno de nosotros puede ser uno de ellos, porque hay muchas penas distintas en este mundo.
Las más vistas son aquellas que tienen relación con el dinero, el paro y la falta de tener cubiertas las mínimas necesidades, que conducen primero al resquemor, ala vergüenza, luego a ejercitar la mendicidad solicitando unos euros, comida, un cigarrillo, alcohol, luego cualquier cosa. Y esa desesperación que no queremos mirar o ver, conduce a caminos tan dispares como el ostracismo, la desesperación, el robo o el suicidio, esto último de infinidad de maneras distintas que no tienen porque llevar a una muerte física; a veces esta ultima mucho mejor que una muerte psíquica y de desesperación.
¿Por qué escribo esto? Tan sencillo como la presencia de tres indigentes distintos en un espacio de veinte minutos y seguramente rodeado de algunos más que aun no habían atravesado el primer estadio de lo dicho anteriormente.
El que más destacaba, era un hombre al que se le veía desesperado. Doblado sobre si mismo, mirando al suelo; no se atrevía a levantar los hombros como si una terrible carga recayera sobre ellos. Sus zapatos, casi botas, recias, miraban hacia adentro, como señalando el punto a donde sus ojos de se perdían en la desesperación. Ocupaba un asiento al extremo de la fila. Daba la espalda a todo el que se sentaba a su lado. Estaba solo; solo y rodeado de gente. Ni una sola vez levanto la vista hacia mí, ni hacia nadie. Cuando sus manos se desenlazan, abre algo los brazos, como si quisiera aceptar algo, y vuelve a entrelazarlas. Sigue mirando al suelo. Así seis o siete estaciones. ¿Cuál será su problema?
Seguro que la falta de trabajo y de dinero. La desesperación del que desea y no puede dar; desesperación si hay hijos pequeños a los que alimentar.
Sigue sin levantar la cabeza, sigue buscando una solución a su problema. Seguramente estará pensando que la suerte le ha abandonado, que todo está perdido…
Y todos seguimos mirando a nuestros móviles o escuchando música con la mirada perdida como si estuviéramos viendo un recuerdo, como si aquel hombre de la cabeza gacha no existiese.
Y realmente para los que vamos en el metro los hombres de cabeza gacha no existen porque no queremos verlos; no queremos sentir cerca de nosotros la pobreza. Nos asusta, nos da miedo que llegue un momento en el que tengamos que enfrentarnos a lo mismo y no queremos saber nada del hombre de la cabeza gacha, de los hombres de cabeza gacha. En el fondo con tanto transistor, con tanto adelanto, nos hemos convertido en maquinas egoístas que solo nos miramos a nosotros mismo y no queremos ver reflejada en nuestra mente la miseria de los demás.
Sed felices
Antonio