lunes, 29 de diciembre de 2014

Historias contadas por mi madre: La piara.-

Una de las historias que le gusta contar a mi madre se desarrolla en un viaje de vuelta a la Gerona de la postguerra.
Alrededor de 1941 cuando la Segunda Guerra Mundial estaba en todo su apogeo.
En un viaje a Barcelona, mi madre tenía que ir a examinarse de alguna asignatura y su hermano, como perfecta carabina le acompañaba en esos viajes, ya que estaba muy mal visto que una joven de 21 o 22 años viajase sola.
Tanto era así, que su padre se opuso a que fuera a tomar la plaza de maestra en ALP, pueblo sito en pleno Pirineo muy cerca de Puigcerda, porque “una hija mía no duerme fuera de casa”. (Anda que no han cambiado las cosas)

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Pero dejemos que sea ella quien nos cuente la historia a su manera.

Narración de mi madre:

Los trenes en aquella época, aparte de ir tirados por negras y humeantes máquinas a vapor, tu las llamabas Humo (se refiere a mi), alimentadas a base de carbón, estaban formados por unos vagones de madera.
Los bancos eran como muchos de los que se ven en los parques a base de listones y si el viaje era largo había que prever un almohadón o algo por el estilo si se quería llegar integro.
En aquellos vagones podías encontrarte desde la cesta de mimbre que contenía de todo, eso sí por su orden riguroso, al estraperlista que llevaba debajo de las gruesas faldas de la mujer unas latas de aceite o embutidos, para vender en el mercado negro.
En época veraniega los vagones tenían unas plataformas que la gente utilizaba y en donde se podía charlas a la fresca, eso sí, con el inconveniente de que alguna pavesa de la máquina te quemase la ropa.
Las ventanillas, enormes, podían subirse y bajarse a voluntad y sobre la parte baja de las mismas había un pequeño letrero que indicaba que era peligroso asomar la cabeza. De hecho, en aquella época existía un chiste que decía: “Nene, ¿no has visto lo que pone el cartel? a lo que el niño respondía Si mama, cuidado con los pos... pos... pos...  postes”.
En los vagones de aquellos trenes correo,los cercanías de hoy, que paraban en todas y cada una de las estaciones del recorrido, podía uno encontrarse todo tipo de personajes.
Al militar con sus bigotes cuidados que iba a incorporarse a su nuevo destino, el payes que cargaba con los sudores de su esfuerzo traducidos en cebollas, tomates, algún pollo etc.
Incluso un abogado y un medico que se sentaron enfrente a nosotros intentando darnos conversación y a los que conocíamos por referencias y que resultaron ser amigos de unos amigos nuestros.
Y enfrente un hombre que nos miraba a todos, con traje pañero.
En uno de aquellos interminables y aburridos diálogos, hay que tener en cuenta que en aquella época los temas de conversación en lugares públicos había que cogerlos con pinzas, el médico indico que él pesaba 63 kilos, a lo que el hombre con el vestido de pana le comento que no, que pesaba sesenta y cinco. 
El médico se puso algo colorado y no rechistó. 
Pero el abogado le hizo gracia el tema y le pregunto: Y yo, ¿cuanto cree ud. que peso?
El hombre le miro de arriba abajo y sonriendo le dijo: Ud. Sr. está muy bien alimentado. Su piel es fina y blanca, sin arrugas. Ud. pesa 87 kilos.
El abogado se le quedo perplejo mirándole y confirmó el veredicto visual de su peso.
Mi hermano no pudo contenerse y le pregunto también su peso, a lo que el hombre del traje de pana le dijo que unos 70 kilos, que era el peso exacto de mi hermano.
Todo el mundo se miraba extrañado de que aquella persona adivinase de tal forma el peso de los congéneres que viajaban con él. Cruzó su mirada con la mía y sonriendo me dijo: señorita, con perdón, Ud. pesa cincuenta y un kilos. 
¡De nuevo un acierto!
Nadie comprendía como podía adivinar así los pesos. 
Y cuando íbamos ha preguntarselo, el tren comenzó a aminorar la marcha y el hombre se levantó, y se preparó para apearse.
Antes de hacerlo, el hombre del traje pañero, les repartió unas tarjetas  a mi hermano y los dos nuevos amigos, el medico y el abogado,en el ultimo momento y salió corriendo para bajar al anden, diciendo: Juan, para servirles a Uds. Si preguntan por mí en Caldas, cuando uds. vengan, no tienen perdida.


Según el hombre bajaba mí hermano comenzó a reírse a carcajada limpia así como nuestros dos acompañantes; en la tarjeta ponía:

                            Juan XXXX XXXXX
                            Tratante de cerdos y ganados
                            Caldas de Malavella. (Gerona)
                             

Estaba claro que aquel hombre nos había comparado a todos con una piara de cerdos y nos había pesado como a tales, acostumbrado como debía estar a hacerlo a simple vista con los gorrinos.
Esto fue motivo suficiente para terminar el viaje de forma divertida.
--o0o--
Aquí termina el relato que me ha contado más de una vez mi madre.
Historias curiosas de una época harto difícil, complicada y políticamente imperfecta.
El mundo estaba estallando por todos lados. Menos mal que de vez en cuando un tratante de cerdos alegraba los viajes.
Nada más.
Sed felices.
Antonio

viernes, 26 de diciembre de 2014

Flores con poesia CCXXII.- Dejame que...

Nace nuestro poeta en Valladolid el año mil novecientos trece, trasladándose su familia a Madrid donde el estudiará el bachillerato.

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Dedicado al periodismo al estallar la Guerra Civil española se pone del lado republicano y se integra en las Milicias Vascas y posteriormente en la Sección Motorizada de Chamberí.
José Luis Gallego Fernández, realiza labores de corresponsal de guerra para la revista Ahora y va desarrollando su interés por la poesía.
Era ferviente admirador de Juan Ramón Jiménez y su poesía de algún modo recuerda a la de Miguel Hernández.
Detenido al finalizar la guerra, pasara veinte años en las cárceles franquistas y es allí donde desarrollará su capacidad poética y en donde conocerá a personajes intelectuales también detenidos.
José Luis Gallego Fernández, es un poeta extraordinario que sabe dar a sus estrofas fuerza, intimidad y emoción.
Su obra poética consiguió imprimirse estando el encarcelado y consiguió así mismo algún premio literario en el mismo tiempo.

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Fue puesto en libertad en mil novecientos sesenta y murió en Madrid en mil novecientos ochenta.
Os he colocado un poema que él tituló Déjame que…, espero que os guste


DÉJAME QUE…

Tiene el clavel sus límites de plata
rodeados de ríos y pinares.
¡Déjame cultivarlo en el regazo
de tu acento de estrellas impacientes!

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Déjame ser los limpios azadones
que establezcan contacto con tus tierras.
Quizá crezcan naranjos en sus minas
que ignoren como son los hortelanos.

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Déjame ser los limpios azadones
y te entregue la mía de improviso,
con su viviente océano de campanas.

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¡Y déjame llevarte hasta el vallado
que es preciso saltar cuando el Amante
se le pide la rosa de los vientos!
--o0o--

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Sed felices.
Antonio

martes, 23 de diciembre de 2014

El sarcófago del abad Aparicio.-

 

 El sarcófago del abad Aparicio. Tapa y frente.

El hombre, a través de los tiempos, de alguna forma ha querido dejar constancia de su paso por la tierra y ello, como no, se refleja en los monumentos mortuorios a lo largo de cada una de las distintas civilizaciones que se han ido sucediendo en el tiempo.

Gotico con reminiscencias románicas.

Después de la caída del Imperio romano, la tradición de esculpir los sarcófagos e incluso elevar monumentos mortuorios prácticamente desaparece, no hay trasmisión de tradición durante muchos años, y no volverá a aparecer de forma ya definitiva hasta ya bien entrado el románico y continuará con mas abundancia de detalles en el gótico y tendrá su mayor apogeo con el Renacimiento.

La cabeza del abad descansa sobre tres cojines.

Hay un sarcófago de procedencia romana, el sarcófago de Husillos, que sirve de muestra y de ejemplo para la realización de los distintos sarcófagos que a partir del 1100 se desarrollan en los reinos cristianos de la península, como por ejemplo el magnífico sepulcro de Dª Sancha expuesto en el Real Monasterio de Las Benedictinas de Jaca.
Es en la Baja Edad Media, hacia el siglo XII y con más fuerza a partir del siglo XIII, comenzaran a realizarse magníficos sarcófagos esculpidos donde se enterraran a reyes, obispos, abades y abadesas, generalizándose posteriormente para nobles y gente adinerada.

Tema central: representación de la Santísima Trinidad.

La gente quería ser enterrada en las iglesias y en los claustros de los conventos. Tal relevancia adquirió esto, que el rey Alfonso X el Sabio estableció el Corpus legal en Las Partidas, referente a este tema, en el que indicaba que dichos enterramientos estaban reservados “a reyes, obispo, abades y abadesas y toda aquella gente noble que hubiese realizado nuevas iglesias y conventos…”

San Pablo a la izquierda y a su lado San Pedro.

El sarcófago o sepulcro que hoy nos ocupa es el perteneciente al abad Aparicio, el cual está expuesto en el Museo Arqueológico Nacional en la sala de los reinos medievales cristianos.
Procede del convento de Santa María la Real de Aguilar de Campoo y esta realizado en piedra arenisca labrada con unas dimensiones totales de 207 cm x 77 cm x 104 cts.
Fue traído desde su ubicación original por la expedición arqueológica realizada por los Srs. Sala y Sala Doriga en el año 1871.

Por los restos de las cruces deben tratarse de S. Andrés y S. Felipe.

La tapa del sarcófago es la figura del abad, en posición yacente vestido con los atributos para oficiar la misa. Su cabeza apoya en tres sendos cojines.
Vestido con alba, casulla, estola y manipulo en función a su grado. Su cabeza esta coronada por un bonete del que sobresalen unos pelos cortados en redondo al estilo de los monjes. Remata sus atributos un libro sobre su pecho y se ha perdido el báculo propio de los abades.
No es una posición de oficiante, como ocurre en otros sepulcros, sino que el abad en este caso está representado muerto, seguramente en la posición de cuerpo presente, como demuestran los tres cojines sobre los que apoya su cabeza.
Bajo la tapa esta esculpido el frente que debía quedar a la vista, unica cara trabajada ya que el resto del enterramiento iría empotrado en alguna hornacina del claustro de Santa María la Real.
Entre cenefas floreadas y dragones, animales mitológicos en toda la edad media, está representada una escena de la Trinidad y acompañada a ambos lados por figuras de los apóstoles, decapitados en su mayoría, pero reconocibles algunos por los atributos personales de los mismos.

¿Escudo heráldico del abad o representación del sol?

Existen varios escudos heráldicos a lo largo de la cenefa, seguramente los atributos nobles del abad.



En el centro del frente, incrustada dentro de un círculo existe como eje central, una representación de la Santísima Trinidad, en la que Dios Padre recoge la figura del Hijo crucificado, mientras que el Espíritu Santo está representado en forma de paloma por debajo de la crucifixión.
En las cuatro esquinas del cuadrado que acoge la Trinidad están representados los cuatro tetramorfos de los evangelistas.
Solo este recuadro del enterramiento ya de por si es suficiente para visitar esta pieza en el MAN.




Explicacion del cuadro central. Lo mas dificil de ver la paloma que representa al Espiritu Santo.

A derecha e izquierda del elemento central se pueden observar las figuras decapitadas de los apóstoles si bien es reconocible San Pedro por la llave esculpida en su pecho, San Pablo por el rollo de pairo, San Andrés y San Felipe por los restos de las cruces etc.
Todo ello enmarcado en lo que parece representar un pueblo, según la más clásica representación románica, en la que se ven una serie de ventanucos con caras que observan la escena.
Referencias al abad Aparicio pocas también y los datos encontrados están ya expuestos en esta entrada.
El sepulcro esta dentro del arte gótico. Está claro. Los arcos que acogen las hornacinas de los apóstoles apuntan en este sentido, aunque si bien la cara de Dios Padre recuerda rasgos y elementos románicos; no así el cuerpo del Hijo crucificado que presenta cierto movimiento y complexión más refinada, formando una S con los pies clavados en el mismo clavo.

Dragón de la cenefa comiendose el ornamento floral.

La paloma que representa al Espíritu Santo se encuentra situada entre la barba del Padre y la cabeza del Hijo Crucificado.
Preciosa forma de representar la Trinidad.
Pocas referencias más he encontrado sobre este sarcófago. He buscado a través de la red en distintas páginas y son todas muy escuetas sobre el tema.
Para terminar he querido relacionar con este tema unos versos leídos esta tarde en la red, que ha colocado el  profesor Justo Sotelo:

El cuerpo muere; la belleza del cuerpo vive.
Como mueren las tardes en su verde avanzar,
una ola, fluyendo interminable".


(Wallace Stevens. "Peter Quince at the Clavier")




Espero no haberos aburrido mucho con el tema.
Sed felices.
Antonio.-
--o0o--

Gracias al Museo Arqueológico Nacional por dejar fotografiar sus piezas, aunque sea sin flash.
Agradecimiento en especial a D. Antonio García Omedes, de la Real Academia de Nobles y Bellas Artes de San Luis de Zaragoza, por la amabilidad a las consultas realizadas.
Bibliografía consultada.-
romanicoaragones.com
Boletín del MAN.
MAN: Inventario, clasificación genérica.
Vida y muerte en el monasterio. Fundación Santa María la Real de Aguilar de Campoo. Coordinador D. José Ángel García de Cortázar.
Guía del monasterio de Santa María la Real.
Esculturas tardorománicas en el monasterio de Santa María la Real.

sábado, 20 de diciembre de 2014

La escalera. (Relato corto)




El carrito avanzaba al paso del hombre que iba delante, tirando de él con desgana. Una compra ligera, huevos, ensalada, café, pastillas para el lavavajillas, y algún que otro pequeño articulo y, cómo no, una hermosa y reluciente lechuga que sobresalía en parte por la parte alta del carro.
La soledad del personaje se mostraba manifiesta con su condición de soltero empedernido, viejo y gruñón, carente de amistades fieles y entregado a una rutina diaria que comenzaba por su aseo con una ducha de agua fría, hiciese la temperatura que hiciese en el interior de su vivienda.
D. Paco, que así se llamaba el vecino, tenía una mujer que venía todos los días a su casa un par de horas a media mañana. Le preparaba la comida, le hacia la cama y le arreglaba un poco los papeles que escribiendo había dejado encima de la mesa, desordenados, pero eso si numerados para poder seguirlos al día siguiente.
Los lunes, la mujer descansaba y Paco disfrutaba de su soledad completa durante todo el día. Esta semana la mujer llevaba tres días sin aparecer debido a un inmenso catarro que la tenia postergada en casa. Fue por ello, por lo que él tuvo que ir a la compra para poderse preparar una comida caliente que iba a consistir en una ensalada apetitosa, incluso con cebolla y algunas aceitunas, y un huevo frito con chorizo, su plato favorito que, aunque tenía prohibido, era el manjar seleccionado para los días de completo aislamiento: fácil, bueno y rápido.
El carrito seguía avanzando a su paso, con un ligero traqueteo cada vez que una baldosa de la acera estaba un poco más alta o más baja que el resto, cosa bastante normal por cierto.
Llegó al portal. La llave como siempre se resistía a abrir la cerradura. Había que tantear un buen rato y, con un poco de suerte, se entraba. Si no, no quedaba más remedio que llamar a una de las vecinas. Pero no fue el caso. La puerta cedió a su empuje y Paco se encamino hacia el viejo ascensor.
Sus ojos no daban crédito a lo que veían. De nuevo un cartel de NO FUNCIONA colgaba de la puerta.
Miro el primer peldaño y miro al carrito. Habría que hacer un esfuerzo y subir hasta el tercero. Poco a poco, pensó, sin esfuerzo, descansando en los rellanos o en mitad de un tramo, pero había que subir. Al fin de cuentas no serían más de cincuenta y cuatro escalones.
El carrito que durante todo el camino fue un noble acompañante, se convirtió de repente en un tozudo y pesado enemigo, que no ponía nada de su parte.
Primer tramo de peldaños. Se ha subido relativamente bien. Un pequeño esfuerzo, pero bien.
Segundo tramo de peldaños y estamos a mitad de camino de la primera planta, que es la más alta, pensaba y rumiaba D. Paco.
Unas pequeñas gotas de sudor comenzaban a resbalar por su frente cuando llegó a la primera planta. Decidió pararse; descansó dos minutos deseando que no se abriese ninguna puerta. No tenía ganas de conversación.
Paco, sabía que en esa planta vivía el abogado con una mujer que no estaba muy claro si era su esposa o no. En la puerta del centro, unos estudiantes se hacían notar más por las noches de fines de semana que otros días.
En la tercera puerta, en la de la izquierda, doña Clara, con su moño siempre perfecto, rigurosamente de negro desde la muerte de su marido, subía de vez en cuando a saber cómo estaba y le solía regalar unos bollos o unas galletas. Pero gracias a Dios, pensó D. Paco, jamás entraba en su casa.
Las ruedas del carrito parecían querer trabarse con el vuelo de los peldaños.
Estaba a la altura de la ventana que daba al patio entre el primero y el segundo. Siempre le hacían gracia aquellas ventanas de la escalera. Demasiado altas para ver y para limpiar pero, eso sí, daban algo de luz.
Aquí se detuvo de nuevo. Se relajó unos instantes, inspiro profundamente y se acordó del fabricante del ascensor.
Termino su subida a la segunda planta. Debajo de él, vivía Rosana. Una joven a la que comenzaba a pasarle el tiempo, pero de la que Don Paco estaba profundamente enamorado; un amor que ni el mismo quería reconocer.
Se paró a descansar en la meseta más tiempo del acostumbrado. El silencio era total en el inmueble.
En el centro del segundo vivían unos recién casados que nunca estaban en casa. Los fines de semana, sabía D. Paco, ella esperaba en el portal con una pequeña maleta y salían de viaje. Él, el marido, trabajaba en una gran empresa y debía ganar dinero por el modo de vida y los signos externos.
En el segundo izquierdo, no vivía nadie. Bueno si, pero no. Era de un señor de Valladolid que aparecía por su casa misteriosamente una vez al mes y duraba su estancia como mucho tres días, nunca más. El motivo su mujer. Esta vivía en una silla de ruedas desde un accidente de circulación.
D. Paco alargó su estancia en la segunda planta, pero allí no se movió ninguna puerta. Rosana debía estar en el trabajo y el resto de los pisos vacios.
Se encaminó a la escalera. No quiso mirar a los peldaños. Sabía que había dieciocho peldaños repartidos en tres tramos.
Inició el primero. El carro parecía ya de hormigón y sus ruedas que tuviesen un pegamento que se enganchase a las tabicas. Llegó a la ventana intermedia. Estaba abierta. Un aire frio entraba por ella. Alargo la mano y le dio un empujón a la hoja para que se cerrase, pero la corriente que venía del exterior volvió a abrirla. No se llegaba a la manilla.
Ascendió unos peldaños más para no quedarse debajo de ella y se detuvo a descansar.
Solo quedaban seis peldaños para llegar a su rellano.
De repente escuchó ruidos en el portal. Sonó la puerta del ascensor. Se oían voces dando órdenes y solicitando algo. Luego silencio por un instante.
Decidió D. Paco que era el momento de volver a subir los peldaños. Solo eran seis. Le parecían un mundo. Respiró profundamente y tirando del carrito comenzó a subir lo que le quedaba de escalera.
Frente a él, en el tercero izquierda, vivía el músico. Gracias a Dios no practicaba ningún instrumento horripilante y ruidoso. En verano, cuando todas las ventanas estaban abiertas, se le oía de vez en cuando practicar alguna parte de una partitura que debía interpretar con la orquesta.
Junto a su puerta, en la del centro, vivía el médico. De vez en cuando el doctor se interesaba por él, pasaba a charlar un rato y a saber qué tal se encontraba. Excepcionalmente, cuando D. Paco se sentía predispuesto al contacto social, incluso jugaban alguna partida de ajedrez, que normalmente no se acababa por la llegada de una llamada urgente de algún crio que venía al mundo sin avisar, así de repente. En el tablero se quedaban las fichas colocadas y D. Paco colocaba una moneda para recordar a quien le tocaba jugar.
Estaba poniendo el pie en el rellano del tercero cuando un sonido muy conocido se dejo notar.
El ascensor estaba funcionando.
Su corazón se puso a latir desmesuradamente. Sus ojos parecían que se iban a inyectar de sangre. Decidió llamar al administrador para organizar una reunión de vecinos y cambiar el ascensor.
Saco las llaves de su bolsillo y ya andando tranquilamente se acerco a la puerta de su casa dispuesto a entrar en ella y descansar.
Introdujo la llave en la cerradura y esta como siempre abrió sin la menos dificultad.
D. Paco se sentía ligero, con una sensación de tranquilidad después del penoso subir por la escalera con el carrito detrás.
Dio, la luz. No la volvió a apagar, pues se dio cuenta que no le hacía falta.
En el hall un extraño cuadro de tonos rojizos enmarca la pared frente a la puerta y justo debajo de él un arcón con muchos años soportaba cuatro marcos con sus correspondientes fotos. La de sus padres recién casados a la derecha. Recibiendo el titulo en el centro y dos más pequeñas a la izquierda, las de sus dos grandes amigos ya fallecidos.
Dejo el carro junto a la puerta y se dirigió l salón. Allí en la librería el equipo de música seguía encendido pero no emitía ningún tipo de melodía. D. Paco lo miro extrañado. ¿Se habría estropeado? Se acerco a él y apretó el botón de paro. El aparato no respondía.
Se acerco al ventanal. Una luz cegadora entraba a raudales. Corrió las cortinas y pareció que la calma volvía de nuevo a la vivienda. Se sentó en el sofá unos instantes observando su librería. Le gustaba mirar a sus libros, tocarlos, pasarle la mano por los lomos, como si en ellos tuviese su más preciado tesoro. Se acordó de sus primeros estantes con los libros de la Universidad recién terminada la carrera. Luego aquellos otros comprados en distintas librerías e incluso en los casetones de la Cuesta de Moyano, allí junto al Retiro y el paseo del Prado.
Le gustaba recordar aquellos ratos de inicio de sus nuevos libros en los que contactar con sus hojas, ver el estilo de letra, comprender su significado le llenaban de gozo.

Hizo ademan de ir a coger uno de los libros pero se acordó de su carrito y de su comida.
Se levanto del sofá, y deshaciendo los pasos dados, cogió de nuevo el carro, que ahora le parecía ligerísimo, y se encamino hacia la cocina. Seguía sin dar la luz, no hacía falta, el piso parecía iluminado por una luz impalpable pero fantástica. Pensó que se debía al esfuerzo en subir la escalera. Luego llamaría al médico y que le tomase la tensión.
De repente se dio cuenta que no tenía hambre. ¡Extraño! pensó. A estas horas su cuerpo se quejaba ya de la abstinencia desde el desayuno. Quizás tendría que subir más veces la escalera a pie.
Estando en estos pensamientos y antes de empezar a colocar todo aquello que llevaba en el carro, oyó gritos y ruidos que provenían de la escalera.
Algo tenía que haber pasado en ella para que se diesen aquellas voces. Lo curios, pensó, es que le llamasen a él. ¡Ay D. Paco! se oía repetir constantemente. Nunca las vecinas del cuarto le habían reclamado para nada y le extrañaba sobremanera.
Siguió sacando las cosas del carro y colocándolas en su sitio.
¡Ay D. Paco! se repetía constantemente y decidió entonces salir al rellano a ver qué es lo que pasaba.
Abrió tranquilamente la puerta y vio a las vecinas del cuarto y al doctor alrededor de un cuerpo que estaba delante de su puerta tendido en el suelo. Lo tapaban, no podía verle la cara y en el rellano un poco mas tras había un carrito parecido al suyo, tumbado en el suelo dejando ver parte de su contenido esparcido por las maderas del suelo.
¡Ay, D. Paco! Gritaba desconsolada la del cuarto.
De repente el médico se levanto y cogiendo a la vecina por el brazo la hizo entrar en casa para darle un calmante.
Entonces D. Paco se dio cuenta que el que estaba en el suelo era él. Aterrado quiso huir de la escena pero algo le impedía moverse. Salió de nuevo el doctor y paso rozándole sin darse cuenta de su presencia. Estaba aterrado.
El médico llamaba a los servicios de emergencia: “si, si, ha sido un infarto agudo debido a un gran esfuerzo. Si no hay pulso ni respiración. Hemos intentado reanimarle, pero no ha respondido.”
Entro el doctor en su vivienda y salió a los dos minutos con una sabana con la que tapó el cuerpo de D. Paco. Dentro se oía a la vecina que seguía emitiendo constantemente la misma frase ¡ay, D. Paco!
D. Paco de repente perdió el sentido de su realidad y se desmayo, justo en el momento en que oía al doctor decir: ¡Pobre, pobre D. Paco! Seguro que hoy iba a comer sus huevos fritos con chorizo. Ya no volverá a hacerlo.
La siguiente vez que recobro el sentido D. Paco estaba en un mundo nuevo, desconocido, extraño, donde no había huevos fritos con chorizo... aunque pensó que  ya no le apetecían…
--o0o--
Madrid, 20  diciembre de 2014

viernes, 19 de diciembre de 2014

Monumentos de Madrid: La estatua de José Artigas, héroe uruguayo.

Nuestro personaje de hoy es un héroe independentista Uruguayo. A él se debe la independencia del Uruguay en contra del centralismo que ejercía Buenos Aires después de la separación con España.


Nace José Artigas en Montevideo, dentro del seno de una de las siete familias fundadoras de dicha ciudad.
Su padre le manda a estudiar con los padres franciscanos con los que cursara la educación primaria, pues con la juventud vuelve al campo, a la hacienda de su padre donde conocerá al personal de la tierra.


Le gustan las tareas campestres y el ganado. Durante su juventud se dedicara a la compra venta de ganado, e incluso al contrabando del mismo, recorriendo muchas zonas de la Argentina y sur de Brasil. Ello le dará pie a conocer a sus gentes.


Casó dos veces, primeramente con Dª Isabel Sánchez Velásquez y posteriormente con Dª Rosaline Rafaela Villagran con las que tuvo siete hijos, si bien se le reconocen algún hijo mas con nativos.
Es en 1793 cuando ingresa en el cuerpo de Blandengues de Montevideo para la defensa de la ciudad.
Al entrar Napoleón en España y colocar a José Bonaparte como rey, las naciones americanas comienzan los alzamientos de independencia de España.


En 1810 el pueblo argentino se levanta contra el poder español es entonces cuando José Artigas deserta del cuerpo de Blandengues y se ofrece a la Junta Central de Buenos Aires para la lucha contra el gobernador español que residía en Montevideo.
Poco después, viendo que sus ideas federales y de autonomía para cada una de las provincias eran postergadas por el gobierno centralista de Buenos Aires, lucha por las provincias orientales.
Disputas con otros dirigentes le obligan a aposentarse en la zona de Uruguay, desde donde luchará y peleará contra la Junta Central.



Portugal entra en guerra a favor de España y Artigas es derrotado en 1820 y tiene que desterrarse a Paraguay, donde su presidente le da asilo y donde moriría.
Se le considera un héroe nacional de Uruguay y padre de la Patria uruguaya, si bien el nunca hablo de la independencia de este país. Es reconocido así también en Argentina.


Sus restos descansan en el Panteón Nacional del Cementerio Central de Montevideo.
La estatua que está en Madrid, es una copia de la realizada por el escultor Juan Luis Blanes en 1898 y regalada al ayuntamiento de Madrid en conmemoración del 150 aniversario de la independencia de Uruguay. Fue inaugurada en 1975 y está situada en el Parque del Oeste, justo debajo del Arco del Triunfo.


Nada más, solo desearos felicidad.
Antonio
Madrid, 19 diciembre de 2014


lunes, 15 de diciembre de 2014

La taza de café del bibliotecario.-(Relato corto)

La biblioteca tenía las estanterías llenas; solo de vez en cuando aparecía un resquicio donde se notaba la ausencia de algún volumen.
Era época de bonanza, los estudiantes no empezarían sus exámenes hasta dentro dos meses y medio, las mesas estaban ya vacías y las sillas desocupadas.
En una de las mesas, Harry, el bibliotecario observaba la paz de su reino. Cervantes, Homero, Platón, Dostoievski, Shakespeare y muchos más estaban silenciosos tras las vitrinas. Dentro de unos minutos cerraría las puertas de la biblioteca y entonces dispondría para él de toda ella.
Pensó en la taza de café que tenía en su despacho, encima de la impresora.



Aquellos aparatos modernos le daban pánico. Había tenido que aprender a manejar los ordenadores con programas de base de datos para el almacenamiento de toda la biblioteca. Millares de fichas de sus libros se habían guardado en tres copias distintas, protegidas en la caja fuerte.
Volvió a pensar en su taza de café, le apetecía.
Esa mañana una muchacha le había preguntado por un tema extraño: “Tecnología aplicada a la reproducción de objetos en todas sus facetas”. Harry, se la quedo mirando, perplejo y aunque busco en el ordenador no encontró libro alguno que se relacionase con aquella petición.
Extraño tema ha elegido Ud. señorita, le contesto después de un rato de busqueda. En los archivos de la biblioteca no tenemos nada parecido. ¿Puedo ayudarla en otra cosa?
La muchacha le miro fijamente a los ojos burlones y le dijo: “Es más fácil de lo que Ud. se imagina. No tardara mucho en darse cuenta”
Y con un ademán salió de la biblioteca.
Harry soñaba en tomarse otro café, pero era ya tarde.
Comenzó a recoger algunas hojas que habían quedado sobre las mesas del poco personal que por allí había pasado. Las lámparas encendidas las iba apagando con cuidado, como si pulsar el interruptor fuese un rito sagrado.
De repente, una suave entrada de aire le hizo levantar la cabeza y mirar hacia la puerta.
La muchacha de nuevo entraba en la biblioteca y con aire decidido se dirigió hacia él.
Llevaba en sus manos una especie de volumen semi encuadernado, de extraña apariencia, que puso delante de Harry diciéndole: “Aquí tiene Ud. un ejemplar de Tecnología aplicada al cien por cien. Así ya no tendrá que decir que no dispone de él. Buenas noches”
Antes de que Harry pudiera decir algo la muchacha había salido de la biblioteca.
Harry, apesadumbrado miraba el ejemplar sobre la mesa de lectura. Decidió tomarlo en sus manos y se encamino hacia su despacho a realizar la correspondiente ficha.
La taza de café estaba sobre la impresora. Harry la cogió y dio un sorbo a aquel café frio. Volvió a dejar la taza sobre el aparato.
Encendió el ordenador. Comenzó introduciendo el titulo del volumen en el mismo.
Abrió la primera pagina y se dio cuenta que estaba vacía. Y la siguiente y la otra. ¡Le habían tomado el pelo!
Dejo el volumen en blanco sobre su mesa y sin querer pulso el botón de puesta en marcha de la impresora.
De repente, del libro, ante el asombro de Harry, comenzaron a salir pequeños destellos que vagaban del libro a la impresora. ¿Estaría soñando? No se atrevía a tocar el libro, ni a apagar la impresora.
Se abrió la tapa de la máquina, un rayo de fuerte luz salió de su interior y la taza de café de Harry desapareció al bajarse de nuevo la tapa.
Salió una hoja de la impresora seguida de una taza con humeante café. Un magnifico aroma lleno el despacho.


Harry no daba crédito a lo que estaba viendo. La impresora emitió un pitido de final de impresión y él tomo con sumo cuidado la hoja impresa. En ella se leía “Espero que le haya gustado el volumen aplicado de tecnología reproductiva total. Buen café”
Tomo la taza, olió el aroma del mejor café del mundo y término de hacer la ficha:
Volumen: Tecnología de reproducción total
Autor: Desconocido, mujer.
Uso: Solo para el director de la biblioteca.
Dejo pasar un tiempo; termino su café; se puso el gabán y se coloco su gorra de lana y salió a la calle.
La biblioteca permaneció toda la noche con las luces encendidas…

Dalias. Dahlias spp. Flores maravillosas.

Las dalias son plantas herbáceas perennes, originarias del continente americano, traídas a Europa por las expediciones científicas españolas a México.

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Dalia Apache

 
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Dalia Apricot star


El Real Jardín Botánico de España se encargo a su vez de distribuirlas por los distintos jardines botánicos europeos.

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Dahlia Babylon lila

 
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Dalia Caribbean fantasy
 
Las plantas de las Dahlias spp, su nombre latino, pertenecen a la familia de las Compositae, con hojas opuestas y compuestas, raíces tuberosas y alturas que varían entre escasos centímetros y dos metros y medio de altura como la dahlia Babylon lila, siempre que tenga lugares donde sujetarse.

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Dalia Cristiine

 
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Dahlia El Paso

 
Las flores de las dalias suelen ser de tamaño considerable y sus formas pueden ser diversas, desde las más sencillas a complicadas o en forma de pompo o melenudas, pero siempre bellas y vistosas.

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Dahlia Glory heemstede

 
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Dalia Jamaica
 
Es una planta que necesitas unas temperaturas más bien suaves. No admite las heladas ni los rigores de las altas temperaturas del verano. Cuando estas suben demasiado, la planta deja de florecer, pudiendo florecer de nuevo al bajar estas.

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Dalia Noordwijks glory


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Dalia Pinelands pam

 
Existen hoy en día infinidad de tipos distintos de plantas de dalia, dependiendo de los distintos cruces a los que se dedican sus cultivadores.

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Dalia Pinelands princess
 

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Dalia Procyón

En sus meses, el Real Jardín Botánico de Madrid expone gran cantidad de ellas. De allí son todas las fotos que estáis viendo en esta entrada.


Dahlia Prospero


 
Dalia Red cap


 
Como cualquier otra planta no están exentas de plagas y de enfermedades por lo que hay que cuidarlas, pero suelen ser bastante resistentes y fuertes.



Dalia Requiem

 
Dalia Sandra


Como veréis las fotos que he ido poniendo a lo largo de este trabajo son una mínima representación de las más de 20000 especies distintas que existen en la actualidad en el mundo.


Dalia Smokey


Dalia Uncle hankey

Nada más por hoy. Sed felices.
Antonio

domingo, 14 de diciembre de 2014

Bellos estaban los paseos del Real Jardín Botánico...

Hace una mañana tibia, fresca, con una ligera bruma que, sin quitar sol, quita fuerza al día. Es una mañana placida, tranquila, que permite encontrar fuera del bullicio de la ciudad algo de serenidad, de paz interior.

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Hace una mañana única, una mañana nueva, distinta a la de ayer y seguro que distinta a la de mañana, es la mañana de hoy; es una mañana perfecta para el primer paseo después de salir del hospital.

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El parque está muy solo encerrado tras las verjas centenarias que lo cierran, en eso se parece en algo a mí, encerrado en la verjas de mis sentimientos; sus paseos, aquellos a los que el personal no ha podido llegar aun, se cubren de un manto de hojas que parecen alfombrar el suelo para protegerlo de los rigores del frío. Si, el parque está solo y me acoge a mí en su interior para que en esos paseos compartamos ambos nuestra soledad.

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Comienzo el paseo: aquí un olmo casi desnudo, allí un carpinus, un poco más cerca, disimulando como si con el no fuera la cosa, un castaño de indias y entre ellos otros árboles y cantidad de arbustos de todos los colores inimaginables: verdes, rojos, amarillos, cenizos, violetas, etc. contrastan en los paseos a derecha e izquierda de los mismos. Sinfonía de color y de sensaciones que animan al paseante a mirar, a percibir, en fin a sentir.

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Incluso a ras de suelo, pequeños lirios crecen entre sus propias hojas y algunos arbustos se colorean de tintes ocres y morados, dejando escapar de vez en cuando una flor tardía a la que le gusta presumir de valiente ante el frío.
Silencio. Mucho silencio en los paseos del Jardín. Sigo avanzando lentamente, quiero llenarme del milagro que a mí alrededor sucede. Cada paso un rincón, cada rincón distinto del anterior. Es como un laberinto de colores y luces del que se puede salir, pero del que no se quiere escapar.

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¿Cómo he llegado hasta aquí? ¿Por qué? ¿Para qué? Necesito paz, por eso mis piernas me han acercado hasta el jardín. Busco paz desde hace mucho tiempo y no la encuentro. Aquí está, rodeándome con sus colores, sus formas y sus silencios. Cada vista tiñe el alma de formas distintas, de colores distintos.

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Me siento cinco minutos en un banco de piedra. Esta frío. Necesito pararme, reflexionar y serenarme. ¡Que cosas tiene la vida! Un día te levantas con los ánimos encendidos, capaz de comerte el mundo, y al siguiente rumias y rumias porque algo ha torcido tu sueño y tus sentimientos.

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Verdades a medias que quedan dichas e insinuadas en el aire o mentiras forzadas para no decir verdades. Sentimientos que se esconden y te van minando poco a poco. Sentimientos que sabes que jamás podrás sacar a flote; sentimientos del silencio. ¡Que complicado! ¡Vivir muerto! Creo que eso es la sensación que produce el sentimiento amarrado al silencio.

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Casi no anda nadie a mí alrededor, prácticamente nadie. Tres o cuatro personas emparejadas. Siempre lejos, siempre por paseos distintos. Y no hay posibilidad de enlace entre sus sentimientos y los míos. Cada sentimiento por muy igual que sea, es completamente distinto.
Miradas, recuerdos, frases se agolpan poco a poco en el recuerdo. ¡Tristeza! ¡Dudas! Si, las dudas surgen una detrás de otra, dándole vueltas al tornillo de la desazón, oprimiendo los caminos de escape, cegando las salidas. Dudas y sentimientos; miradas cruzadas, miradas perdidas…

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Me levanto del banco. Miro a mí alrededor y no hay nadie. Que belleza la que estoy disfrutando solo.
Los paseos del Real Jardín Botánico están solitarios y silenciosos, como yo.
Los paseos exudan belleza en cada mirada.
Sigo solo, baja la atenta mirada de los árboles que poco a poco van desnudándose, dejando caer poco a poco, una a una, sus hojas.
Me reconforta el andar. ¡Que bellos están los paseos del Real Jardín Botánico!

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Me voy animando poco a poco…
Me van animando poco a poco los arboles, las plantas, las flores…
Queda atrás la puerta y la valla. El espíritu sale fortificado; los sentimientos algo más tranquilos.

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Bellos estaban los paseos del Real Jardín Botánico…