lunes, 22 de mayo de 2017

La Empusa pennata y yo

Debían ser las nueve de la mañana cuando, después de haber tomado un suculento desayuno, salí a dar una vuelta observando los muros de la casa en busca de las mariposas nocturnas que, atraídas durante la noche por las farolas, se habían quedado reposando en los muros perfectamente encalados de la casa. 


Y fotografié algunas, unas pequeñas y otras de considerable tamaño, como las que podéis observar.



Todas ellas, quietas, como si de un trozo mas de pared fuesen, pegadas sus alas al encalado las pequeñas y las más grandes y voluminosas esperando que su quietud no fuese pasto de los pájaros y otros bichos.


Y hete aquí, que de repente en lo alto del recercado de una de las grandes ventanas de la casa, ventanales altos, veo a una figura inmóvil, como las mariposas, observarme desde su atalaya.


Fue  una bienvenida genial; el animal que más me gusta, esperándome.
La miro fijamente y parece mantener mi mirada.
Solo un leve balanceo de su cuerpo a mis movimientos alrededor del ventanal.
Parece que esta realizando los rezos matinales. Es un macho adulto de Empusa pennata.
Voy por la máquina de fotografiar, la del zoom, y comienzo a fotografiarlo desde abajo.
Hay poca luz y el blanco de la pared dificulta la foto.
Pasa el capataz de la finca  y le pido una escalera para poder subir más cerca y fotografiar a ese macho.


Pongo la escalera, sigue quieto y me observa. Me da miedo que vaya volando. Pero no. Me deja acercarme y se está quieto, mirando fijamente al enorme ojo del objetivo macro.
Le hago unas cuantas fotos y me bajo de la escalera.
Recogida ya la escalera el macho sigue ahí, impertérrito.
Pasan unos minutos y de repente comienza a volar y viene a posarse a mis pantalones de pana.


Trepa  por mi cuerpo y accede hasta situarse en mi hombro. Es lo último que me podía esperar.
Se queda un rato ahí.
Le tiendo la mano y sube a ella como si fuese la cosa mas natural del mundo.
 La observo. Le doy la maquina a mi sobrino y me hace una foto con ella en la mano.


Quizá el calor de mi cuerpo en una mañana fresca la retiene conmigo.
Luego, tan repentinamente como había llegado se fue volando y la perdí de vista.
Estaba emocionado, era lo mejor que me podía pasar. Había llegado a su territorio y había venido a saludarme y a congeniar un rato conmigo.
Al día siguiente ni rastro de ella.
Y ya el día que nos volvíamos, mientras los demás preparaban sus pertenencias para el viaje, decidí salir a visitar de nuevo los muros de la casa en busca de mariposas, y con la esperanza de que aquel macho de Empusa estuviera por allí. No estaba en la pared.


Estaba tranquilamente descansando en al apoyabrazos del banco de fabrica de una de las terrazas.
Me acerque lentamente y me senté un rato a su lado sin moverme.


La Empusa tampoco se movió.
Estuvimos los dos largo rato despidiéndonos. Yo le daba las gracias por dejarse fotografiar y haber venido a mí en el primer día.


Me levante del banco. Le acerque la máquina de fotografiar y se dejo hacer de nuevo las fotos.
No quise molestarle mas.
No hice intención de  subiese a mi mano. Si él quería, que lo hiciese por sí solo.
Me despedí en silencio, mientras nos observábamos.
Me di la vuelta y no volví la cabeza. Yo volvía a mi territorio y el estaba en el suyo.
Fue un maravilloso encuentro.


Sé que cundo alguna vez vuelva por allí no estará. Ha llegado al fin de su etapa después de unos tres años de vida, pero su descendencia es posible que sí.
Recordare siempre sus antenas emplumadas y sus ojos jovianos, pero sobre todo aquel rato que pasamos juntos…
Sed felices.

Antonio 

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