lunes, 7 de marzo de 2016

Como se acostó ayer el sol, Soledad.

Ayer,  estaba sentado en casa intentando escribir algo coherente, igual que hoy, y de vez en cuando el sol entraba por la ventana y calentaba el despacho donde trabajo. 


Los libros parecían tomar una dimensión distinta de la que habitualmente presentan y sus infinitos colores y dorados repujados, resaltaban de forma maravillosa.
Observaba el cielo y veía pasar entre rayo y rayo de sol unas nubes negras que no presagiaban nada bueno. Incluso llegue a pensar que la puesta de sol con tanta nube iba a ser apagada. Pero cuando el sol ya no daba en la ventana, tapado por otro edificio más alto, mire hacia arriba y me di cuenta que algunas nubes presentaban unos colores que indicaban que la puesta se estaba produciendo como a mi me gusta.


Di un salto y cogiendo las dos maquinas salí a la calle corriendo para intentar ver al astro rey acostarse entre las nubes, arrullado por estas, como si de suaves y cálidas mantas se tratasen.



Casi llego tarde. El sol se está poniendo. Hago la primera foto sin llegar al lugar donde quiero aposentarme a ver la puesta.


Las nubes tenían colores entre el negro oscuro y un dorado pobre y pensé por un momento que aquello no iba a llegar a ningún lado.
De improviso, como si el sol y las nubes hubieran leído mi pensamiento, en el horizonte estallo una luz increíble al separarse los nubarrones y dejar paso a los rayos solares.



Me desplace lentamente camino abajo, para intentar que la encina grande de la loma quedara entre el sol y yo; lo conseguí.  Con el tele pude observar que en las hojas en movimiento de la encina se reflejaba el sol, dando la apariencia de un árbol de Navidad.


Un instante después, como si aquello hubiese sido un espontaneo regalo, con la sensación que de niño te quedaba cuando el caramelo se te caía al suelo, volvió a hacerse la oscuridad y el cielo en breves segundos se convirtió en una masa gris de nubes que discurrían tranquilas, sin pausa.


Me di la vuelta, creyendo que aquello había terminado y comencé a retirarme hacia casa tranquilamente, sosegadamente, volviendo los ojos de vez en cuando hacia donde el sol había desaparecido.


De nuevo volvió a producirse el milagro. Suaves coloraciones aparecían en el horizonte.
Allá abajo comenzaba a distinguirse un tono rosado en el cielo. Y de repente, como el estallido de una enorme bomba, el cielo se tiño de tonos dorados y rojos que solo duraron unos instantes.


Luego, poco a poco, dos enormes torres que se habían ido levantando comenzaron a tapar la luz y su tono gris azulado cobijaba ya definitivamente al astro rey.


La oscuridad venia acompañada por las luces de las viviendas, que allá por Valdemorillo, comenzaban a encenderse.


Y como siempre en soledad presenciando el maravilloso espectáculo de la naturaleza.
Cuando llegue a casa era de noche, hacia frío y seguía solo, Soledad.
Sed felices.

Antonio 

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