sábado, 26 de marzo de 2016

Disfrutando de la puesta de sol del 25 de marzo.

Estoy sentado en mi mesa y por la ventana luce una extraña luz que me obliga a mirar hacia ella. Descubro que el cielo está comenzando a adquirir los tonos para lo que puede ser una bonita puesta de sol.
Cojo las maquinas y me voy a un pequeño campo que hay delante de casa, al otro lado de unos chalets y un centro comercial, desde donde tengo una relativa buena vista de un horizonte que promete.
Miro al cielo y unas primeras nubes suaves y deliciosas parecen querer invitarme a que las acompañe al espectáculo que va a comenzar. Un espectáculo que, de vez en cuando, en estas tierras castellanas adquiere la grandeza suprema de un adiós increíblemente bello. Me parece que hoy va a ser un día de esos.


El sol está ya detrás del horizonte y mirando al cielo me doy cuenta que la función acaba de comenzar: ¿queréis acompañarme? ¡Vamos a verla! Solo hay que tener el espíritu abierto a presenciar como un astro se acuesta en una escena que es difícil que sea interpretada por  otro actor distinto.


Las primeras nubes comienzan a teñirse de distintos colores. Los efectos luminosos son extraordinarios. Se pasa del dorado a los rojos y de estos de nuevo a los dorados como si de un juego de ida y vuelta se tratase.










De repente las nubes que están encima mío se convierten en oscuras manchas, mientras que las del horizonte alcanzan un grado de brillo tal, que parecen pequeñas láminas de oro que recubren el cielo como si de una maravillosa joya se tratase. Y realmente es una joya.




Luego poco a poco esos dorados dejan paso a unos colores de pasión, rojos, terriblemente fuertes, señal inequívoca que la función está terminando.




Ya solo queda un pequeño resplandor en el horizonte, pero los vidrios del centro comercial son aun capaces de absorbe ese color y reflejarlo como si una hoguera estuviese ardiendo en ellos.


Todo ha terminado y una sensación maravillosa queda dentro del espíritu, dentro del pensamiento. La retina aun esta impregnada de los colores que ha captado tras el objetivo de las maquinas y a simple vista sobre ese horizonte maravilloso.
Me vuelvo a casa pensando que la vida me ha hecho el mejor regalo que podía: hacerme disfrutar sencillamente con toda esa belleza que día a día el mundo pone a nuestro alcance. Y solo, lo único necesario, es la observación y estar atento a las señales que surgen a nuestro alrededor.
Sed felices.

Antonio 

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