Es tarde. El sol está ya alto y a mi perra con sus catorce años le cuesta andar, pero a ella y a mí nos viene bien. Que mejor para pasear en Madrid que acercarnos hasta el Parque del Buen Retiro que está a un cuarto de hora de casa.
La primera impresión al traspasar las puertas de Alfonso XII es un contraste increíble de luces entre el verde y los rosados de los árboles del amor.
En una semana el Retiro ha cambiado. Ha pasado de estar desnudo a cubrirse con un velo verde, sobre todo de los castaños de indias, que dificulta la entrada de la luz debajo de él.
Luz, sombra y tonos, contrastes maravillosos que acompañan a un día quizás de verano en una primavera que está empezando.
Pasear con la máquina colgada al cuello, admirando las cosas grandes, y las pequeñas, que me rodean.
Momento para en la soledad del paseo: pensar en los que quieres y no están a tu lado, y viven allí en la distancia, quizás sin saber absolutamente nada. Recuerdos para aquellos que están en otra distancia distinta, que nos precedieron en un viaje por el que tenemos que pasar todos.
Momentos de recuerdos que van cambiando en función de la luz, de la sombra y del tono.
Aguas esmeraldas, que debían ser turquesas, donde los patos han asentado sus reales. Pequeños gorriones que recordando aun el hambre del invierno siguen acercándose a ti en busca de un bocado.
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