Una cosa que me ha impresionado siempre de la mayoría de mis conocidos médicos es la inclinación que tienen estos por el arte y la naturaleza. No sé si será un síntoma que se produce al estar en contacto constante con la parte menos buena de la humanidad: la enfermedad.
Pintores, poetas, literatos, investigadores e incluso especialistas en arte, dominan estas y otras especialidades distintas a su oficio, de tal forma que muchas veces te sientes algo cohibido ante ellos (la mayoría de las veces cuando te tratan) por el conocimiento humanistico que demuestran.
Ayer estuve en el jardín del médico; un jardín hecho a base de ir colocando plantas aquí y allá pensando en las sombras del tórrido verano y dejando que el invierno se encargue el mismo de dar el sol.
Desde fantásticos pinos mediterráneos a pequeñas macetas con gitanillas o pelargonios, van ocupando su lugar, su sitio, en una sinfonía a veces dodecafónica a veces melodiosa cien por cien. Las notas suben en los macizos de hortensias y decrecen lentamente al llegar a los pequeños tiestos.
Y como si un mago hubiese buscado su colocación en distintos rincones pueden aparecer los tocones de arboles ya muertos dando vida a un conjunto de plantas o una balanza acogiendo en su bandeja una maceta de hortensia o, porque no, un arado de doble posición encastrado entre plantas verdes que parecen comérselo.
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