El sol caía a plomo. La rosaleda del parque del Buen Retiro de Madrid estaba totalmente desierta a excepción de alguna persona mayor que, inmensa locura, en traje de baño tomaba el sol mientras leía el periódico.
La dureza de la temperatura me hizo temer en un primer golpe de vista que aquello se había acabado y las rosas ya no serian las preciosas flores de principios de mayo. Pero no, aun quedaban hermosos ejemplares, preciosos ejemplares, para saborear con la vista y con el olfato, incluso con el tacto, a muchas flores.
En la Rosaleda del parque cada jardincito tiene una peana en la que unas piezas de azulejo indican el nombre de la rosa, el país de procedencia y de que rama de rosal provienen.
Casi todas las variedades son derivados del rosal del Té y los nombres de las rosas curiosos: Charles Aznavour, Cecile Brunner, Louis de Funes, Quenn Elizabeth, etc. pero en el fondo son solo eso rosas, maravillosas rosas.
Las sombras y las luces eran lo mismo a esa hora. Difícil de discernir cual era cual. El sol, como si fuese un soplete cercano, calentaba y calentaba. ¿Cómo puede vivir una flor expuesta así? La verdad es que unas habían sucumbido ya a estos calores, normales por cierto, del mes de julio, pero otras, las que os voy a mostrar, estaban radiantes y preciosas.
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