domingo, 6 de julio de 2014

Pensamientos de un filosofo del ladrillo: La piedra caliente de la piscina.-

En la soledad se piensa y se repasa muchas cosas. En este tiempo, que tendría que ser de verano y parece otoño alto, me gusta tumbarme sobre la piedra de la piscina, elevar los ojos al cielo y, observando las constelaciones, repasar el ayer próximo y el lejano. Y te das cuenta de la cantidad de cosas que pasan entre ambos y que están íntimamente ligados.


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Croscomia lucifer

Y es entonces cuando pienso que el hombre tendría que tener una palanquita que le permitiese evolucionar dando marcha atrás en el tiempo para corregir errores. Pero por desgracia, de momento, la evolución de nuestro cerebro no da para dominar el incesante martilleo de los segundos que pasan a velocidades increíbles.
Ayer era yo un crío de cuatro años que dejaba caer desde un cuarto piso los vagones del tren eléctrico de mis hermanos mayores para susto de los transeúntes que pasaban por abajo y regocijo mío que ante los gritos y chillidos me divertía como nadie.

 
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Abeja

Ayer, hace dos días largos, di por primera vez la mano a una chica y el corazón parecía que me iba a estallar dentro del pecho; si fue hace dos días. Y entre ese ayer y este hoy, hay una sucesión increíble de buenos y malos momentos que ya no volverán, como no volverán los tiempos desperdiciados en no hacer nada, en no aprender nada y que ahora tengo que de algún modo esconder de mi mente.
La piedra de la piscina, caliente de recoger el poco sol del día, ayuda a permanecer bajo un mar de estrellas solo enturbiado por una media luna que las apaga, dejando ver solo las más importantes de cada constelación.

 
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Gorrión en un seto del Retiro

Recuerdo aquellos primeros momentos de mi primer paseo en bici, el balonazo que me tiro un futbolista profesional cuando tenía doce años y hacia de portero, aquel perro que me seguía a todas partes, como se de mi sombra se tratase. Y a mi abuela, sentada en el salón de Gerona haciendo ganchillo en aquella butaquita roja, tan pequeña como ella, con sus gafas caídas a media nariz y la mesa de juego, que ahora está en mi casa, que tenía el tabaco de picadura de mi abuelo y que aun sigue oliendo igual.
Y lo curioso de todo ello es que en mi educación los grandes escritores han pasado de lado, como si leerlos fuera pecar, los filósofos solo a hurtadillas y en cambio la Geografía y la Historia fueron más potentes. Y piensas que todo ello ha influido de una manera brutal en tu apreciación y valoración del mundo que te rodea y te das cuenta que las humanidades son mucho más importantes que otras asignaturas.
Me hubiese que alguien me hubiese enseñado a leer a los clásicos y a los modernos. Saber interpretar esas frases que esconden mucho más poder filosófico que el sentido de la frase en si…

 
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Reflejos en un edifico de Madrid


Pero también es cierto que por otro lado esa falta de enseñanza le ha dado a mis instintos básicos y a mis sentidos, quizás, un grado más de percepción y sentimentalidad hacia el mundo que nos rodea. Creo que ello me ha hecho capaz de ver cosas que mucha gente no es capaz de intuir en la Naturaleza, de presenciar momentos fulgurantes que pasan en instantes y disfrutar con ellos.
Tumbado en la piedra, con la constelación del Cisne encima mía y la media luna empezando a ir hacia la cama sigo dándole vueltas a los recuerdos, que no es otra cosa que darle vueltas a la vida.
Murió mi abuelo, luego mi padre, mi abuela, cuatro hermanos y yo sigo aquí, como si de la rifa del tiempo me hubiese tocado un número que nunca termina de salir. Y mirando al Cisne, me digo que tengo que aprovechar cada uno de los instantes que me queden y disfrutar de ellos y aprender con ellos lo que pueda. Cuando me dicen que el hombre está hecho a semejanza del Creador siempre me pregunto lo mismo ¿Entonces por qué morimos? ¿Por qué unos son sanos y otros enfermos? Hay algo que no me cuadra. Hay una imperfección terrible en nuestro sistema creativo ¿Llegara también a evolucionar el hombre con el paso de los siglos para que esto deje de suceder? Dios lo quiera.

 
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San Pedro de la Nave

Tumbado en la piedra de la piscina, recorro con tranquilidad los diecisiete años de mi perra que parece que nos deja. La encontré después de un día de caza, perdida por el campo, asustadiza, miedosa, pero buena a rabiar. La cogí, me la lleve a casa y siempre ha sido algo silencioso, dulce, que ha estado ahí siempre y que lleva ya dos días sin moverse. Y parece mentira el dolor que produce un animal así cuando ves que se va, pero esto ya se veía venir dedo hace un par de meses cuando hubo que empezar a cogerla en brazos para subir los cuatro peldaños del portal.

 
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La tarde que la cogí, la metí en la parte de atrás del todo terreno y la deje diez minutos dentro del coche mientras recogía unas cosas de mi caseta de obra. Cuando volví al coche, me encontré toda una piel de conejo. Tenía unos seis meses y no entiendo cómo pudo meterse todo eso dentro.
Tumbado en la piedra me está entrando el sueño. ¿Soñare esta noche con el pasado? ¿Quizás con el futuro? Sueñe con lo que sueñe que mi alma se serene un poco, que mi espíritu comprenda el misterio del nacer y del morir, y que esa ansiedad por no haber aprendido mas, por haberle sacado mayor rendimiento al tiempo, se calme en la negrura de la noche en la que solo rompe el silencio la orquesta del viento y el tenor de los mochuelos.
Pensamientos tumbados en la piedra caliente de la piscina…
Buenas noches
Antonio

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