martes, 2 de febrero de 2016

Frutos que animan el invierno y mi vista: los del majuelo o espino albar.

Las caminatas en las tardes de invierno, en Soledad, sin la compañía nada más que del viento y el paisaje son momentos geniales para el pensamiento, el recuerdo y la contemplación.



Me gusta andar por el campo descubriendo la belleza que aportan las distintas plantas con sus variados colores, pero me llaman poderosamente la atención los frutos rojos de los rosales silvestres y de los espinos.





Los primeros son de buen comer para distintas aves que los dejan abiertos tras haber comido su interior dulce una vez que han madurado en condiciones y los segundos pueden alegrar la vista, en un paisaje de tonalidades grises monótono, plano cromaticamente y desprovisto de alegría, con sus fuertes colores encarnados.



Soledad del caminante por lugares donde el común de los mortales no pasa. Fuera del bullicio de la ciudad o del pueblo es raro encontrar a alguien interesado en mirar las plantas invernales. Soledad, bendita soledad que me acompaña y me permite concentrarme en el paisaje que me rodea.



Descubro unos espinos y me fijo en ellos. Como lucecillas de Navidad están los arbustos, los majuelos,  llenos de frutos rojos de un color intenso.



Me encanta mirarlos y verlos a través del visor de la cámara. Te acercas o alejas un poco para buscar el detalle, para comunicarte visualmente con lo que el arbusto te esta ofreciendo.






Unas veces unas sola pieza de la fruta sosa. Otras, ramilletes impresionantes que parecen querer abandonar las ramas a las que están enganchados. Pero todo es color, colores. Colores en un mundo gris, que me rodea, que surge de cada planta ya vieja, de cada tallo de hierba que ha cubierto su ciclo. Y junto a unos prados verdes de tierras mal cultivadas, animan la vista los frutos de espino.



Crecen al borde del camino, perfectamente alineados. Seguro que han sido plantados intencionadamente; aunque unos cientos de metros más adelante, junto al río Guadarrama los veo formando una maraña increíbles.
El invierno se alegra con sus colores y me espíritu se regocija con ellos.
Dentro de unos días, cuando vuelva por estos parajes, seguramente los frutos del espino albar habrán caído al suelo; pero dentro de unos meses, cuando vuelvan a ponerse las hojas amarillas los frutos rojos volverán a alegrar el invierno.



Y alegraran a mi Soledad de nuevo los frutos del majuelo.



Soledad, como se te echa en falta en mitad del bullicio de la ciudad.
Sed felices.

Antonio 

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