domingo, 10 de julio de 2016

Una puesta de sol al llegar de un viaje: nuestro tiempo.

Ha sido un día cuasi perfecto.
Un maravilloso viaje, visitando dos lugares ya conocidos, pero no por ello menos ansiados de volver  contemplar,
Los arcos visigóticos y los románicos se han dado durante unas horas las mano en nuestra cabeza, en  nuestros pensamientos y en la devoción que siento por el románico. Ha sido un día perfecto y lo hubiese sido más si tu, mi querida Soledad, me hubieses acompañado. Pero…


Llego a casa y unas pequeñas nubes me indican que algo está a punto de suceder.
Un silencio envuelve el piso, solo roto por el sonido de una televisión encendida para que el aire y el ventilador del techo del salón que lo produce, no se aburran.
Vuelvo a sacarlas maquinas de su cartera y emprendo el camino de mis observaciones celestes.
Cuando llego al prado, el sol acaba decolarse por detrás aun de Abantos, pero ya le quedan pocos días para que esto suceda. Dentro de poco, en su lento descenso hacia el solsticio de invierno, ira recorriendo el horizonte hacia el sur.


Y seguiré mirando solo los ocasos del astro rey, de la misma manera que observo, poco a poco, mi ocaso hacia mi solsticio de invierno. Cuan solo te sientes cuando sin compañía ves avanzar el tiempo inexorable en un discurrir continuo de días que pasan como si de meros instantes se tratasen.
El cielo se ha apagado un poco más, pero aun brilla considerablemente.


Me acerco con el teleobjetivo y observo como las nubes adquieren tonalidades que rayan los dorados y los grises. 


Unos tímidos rayos se cuelan vergonzosos entre las nubes y el cielo parece empezar a bostezar, buscando un placentero descanso, merecido después de tantas horas de luz y de calor.


Se ha vuelto a repetir un nuevo atardecer, parecido al de hace unos días, pero distinto.
Hoy mis pensamientos, entre nube y luz, están en aquellos arcos maravillosamente trazados hace unos mil trescientos años y en aquellos otros de unos siglos después y en ti, Soledad.


El cielo comienza a dorarse. Pero no es un dorado limpio, maravilloso como el de otros días, no, sus tintes rojizos le dan un aire de calor, da la sensación que los efluvios de los infiernos eternos quieren apoderarse de él.
Pero eso no quita para que la belleza que despide el cielo que parece inamovible, no sea fantástica.


Como un pequeño cometa un avión deja su estela en el aire, como si quisiese orbitar alrededor del sol. Unos instantes más tarde, ese cometa terrestre está un poco más alejado hacia el sur. Su estela, su corta estela, denota prisa, todo lo contrario de la necesidad que tengo ahora mismo de que el tiempo transcurra plácidamente, tranquilamente.


Las nubes más grandes, me indican que el tiempo del atardecerse está acabando y llega, poco a poco, el tiempo de la noche, de esa noche en la que estoy sumergido desde hace tanto tiempo.


Si, se ve claramente que los tonos alegres que sembraban el cielo están pasando a unos cada vez más grises. Aun se aprecia el resplandor en el horizonte, pero ya ha perdido fuerza. Da la sensación de que cada tarde el astro rey desconecta la bombona de gas, cierra el chiringuito y se va a dormir.
Seria fenomenal parar el tiempo por las noches y volverlo a encender a la mañana siguiente.


Mi tiempo va pasando. Ya ni soy el crio que se comía el chocolate escondido debajo de la mesa del comedor, ni el muchacho que en sus primeros intentos de conquista salió más trasquilado que la mula del campesino, ni el padre recién estrenado… Mi tiempo está pasando, como está mandado; como por desgracia está mandado, porque ¿a caso no es una desgracia que el tiempo este para cada uno de nosotros entre corchetes? Las dudas, Soledad, sobre nuestro tiempo no terminan nunca. La existencia después de la existencia, unas veces la veo posible y otras la mentira mayor que se le ha contado al hombre; pero quiero creérmela, es mucho mas bella la mentira que la realidad de un sueño donde no se sueña nada.


El cielo está coloreado de tonos grises adornados con pequeñas bandas rojas. La luz ha perdido fuerza y el color también. La noche ha llegado ya, ya no es necesario quedarse aquí observando y testificando que lo que debía suceder ha sucedido: el sol se ha acostado. Pero no sé si valdrá mi certificación porque no tengo testigos que acompañen lo presenciado. Ni siquiera tú, Soledad, estabas allí conmigo para ratificar que el sol se había acostado.
Cada vez que te miro a los ojos, como cuando miro al sol, por dentro me ilumino; el problema es que tu estas ciega y no puedes ver mi mirada, aunque a mí me veas. Nadie puede certificar mi mirada, en cambio como cada puesta de sol, está ahí cuando tú estas cerca.
                                      Villanueva del Pardillo, 10 de Julio de 2016

Sed felices.

Antonio 

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