martes, 3 de octubre de 2017

Otra puesta de sol y otras flores, Soledad.

Otro instante de belleza sin compartir. Silencio ante el ocaso que comienza poco a poco a dibujarse en el horizonte.


Que distinta la luz de última hora de la tarde de aquella otra impetuosa que ilumina las flores y los insectos de mi mundo, Soledad, un mundo de belleza que me encantaría compartir contigo y no puedo.


Puedo fotografiar flores, insectos y puestas de sol, pero si no te puedo fotografiar a ti, qué importancia tiene el resto.
Mira que maravilla de flores fotografié pata ti el otro día.


No, no me preguntes como se llaman; ¡que mas da!
Hay belleza en ellas como la hay en ti.
La tarde va avanzando más deprisa de lo que yo quisiera, como avanza la vida rauda hacia su destino final.


El sol se ha colado detrás del montículo lleno de encinas, como lo hace cada día, buscando su descanso, como yo te busco a ti. El encuentra su sitio, yo no.
El cielo va tiñéndose de un fuego; de un fuego casi, casi apagado, todo lo contrario al mio.


Por detrás, ruidosos como siempre, pasan siete u ocho gorriones que van en busca de su techo. ¡Como me gustaría tener un techo contigo, Soledad!


Pasan y pasan los días, como pasan las puestas de sol y sigues sin aparecer.
Sigo esperando. Nunca he perdido la esperanza de que contemples una puesta de sol junto a mí.


Se feliz, Soledad; para mi eso si es importante.
Antonio 

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