La noche y el día en un guerrear constante, en una lucha que desde el inicio de los tiempos se viene sucediendo, por ver quién sale victoriosa.
La luz con todo el vigor que le da la conjunción de sus colores aborda sistemáticamente cualquier rincón para introducirse; cualquier resquicio o poro valen para hacer brillar todo aquello que ella quiere y consigue iluminar.
En su lucha diaria, al atardecer, cansada, quizás algo adormecida, lanza un último estertor antes de retirarse ante las sombras que poco a poco le van ganando el terreno. Obligada por estas, retrocede para retomar fuerzas escondida en la propia noche. Mañana volverá con energía a despuntar y a barrer las tinieblas de todos aquellos rincones y oquedades donde las sombras han reinado en la noche.
Las sombras, raudas y sin aprensiones, ocupan rápidamente y ante el menor descuido por parte de la luz su lugar. Luchan a brazo partido con ella a todo lo largo del día pues saben que en unas horas triunfaran totalmente.
Detrás de cada hoja, detrás de cada tronco se infiltran como guerrilleros agazapados esperando el momento de la emboscada.
Cada vez, cada instante en que la tarde va avanzando son más intensas.
Comienzan a convertirse en gigantes sobre las praderas y los árboles, ya de por si altos, se prolongan casi hasta el infinito con ellas.
La luz lucha, intenta filtrarse, pero sabe que al final deberá retirarse. La batalla hoy está a punto de perderse; dentro de unas horas, al amanecer se volverá a conseguir una nueva victoria.
Luz y sombras, vida y muerte, dormir y despertar, sinónimos que nos llevan a buscar un significado de belleza en la luz, la vida y el despertar y que en cambio por una educación de siglos mal entendida hacen que las sombras, la muerte y el dormir se conviertan extrañamente en sentimientos de miedo y desesperanza.