Paseaba por las dehesas de las Porquerizas, en la zona más al noroeste de Guadarrama, un sábado por la tarde. Otoño subido de tono; frío en el aire y en el paisaje.
Andaba por en medio de los prados para que los posibles cazadores no me confundiesen con un jabalí y ello me dio pie para fijarme en los árboles solitarios que pueblan los prados de dichas dehesas.
Es una zona donde encinas, robles y fresnos luchan por una parcela de terreno cada uno.
Os dejo unas fotos que hice andando por ahí.
Para las encinas la zona ya es demasiado fría y les cuesta progresar; muchas se quedan en chaparros que cuando sacan las hojas frescas el ganado se alimenta de ellas.
Los robles luchan por conquistar un territorio que les viene bien. Frió, luminoso y con agua. Se juntan por lo normal en pequeños grupos, aunque a veces surge alguno aislado.
Y el fresno que en todo el municipio es el rey. Dejando espacio entre unos y otros, desmochados en su momento, son los súper poderosos de las dehesas. Ocupan las mayores extensiones de terreno y sus hojas cuando están a su alcance, son el plato favorito de toros y vacas.
Y a esos árboles se les unió una luz de la tarde que corría más de lo que yo podía. Se hizo la noche sin que la oscuridad llegase a tal; las nubes negras se cerraron sobre la montaña y el frió, como si de un invitado gorrón se tratase, se coló en mitad del prado acompañado de su amigo el viento. Era mejor dejar a los dos solos bailando alrededor de los árboles.
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