sábado, 5 de diciembre de 2015

Un capitel del MAN que me emociono: El descendimiento. S.XII o XIII.-

Dentro del maravilloso espacio que es el Museo Nacional Arqueológico, en la segunda planta existe una zona, relativamente pequeña, dedicada al arte románico español en la que se pueden apreciar, pilas bautismales, cruces, sarcófagos, bajorrelieves, vírgenes y sobre todo capiteles provenientes de distintas iglesias y monasterios del norte de España.


Y dentro de todo el conjunto, para mí, es especial un capitel que representa un descendimiento en el que hay cinco personajes: lógicamente un Cristo, José de Arimatea, Nicodemo (o eso me parece a mí), María madre de Jesús y creo que el quinto es San Juan, aunque me hizo dudar.
Proviene del Monasterio de Santa María la Real de Aguilar de Campoo, Palencia.
Según el catalogo del MAN, pertenece al Segundo Maestro que trabajó y labró capiteles para la construcción del convento.
Datado entre los siglos XII y XIII, según indica la ficha, la estructura del mismo es muy concisa, los personajes están muy bien colocados, y las formas y movimientos recuerdan el arte románico primitivo.



Las medidas del capitel son, siempre según el catalogo del MAN, 46 cms de alto, 62 de ancho y treinta y cuatro de fondo.

Ante todo, perdonarme la calidad de las fotos, pero la iluminación de esta sala es bastante oscura y hacerlas a pulso y sin flas se nota algo.

Si os parece bien, podríamos entrar en las disquisiciones que a esta cabeza mía y al corazón se le han ocurrido para relataros mis sensaciones ante la contemplación de esta maravillosa piedra caliza.

REALISMO Y TERNURA.

Me paro delante del capitel. Siento un pequeño escalofrío. Me da la sensación que en cualquier momento los integrantes del mismo comenzarán a moverse. Reacciono. Doy un paso atrás. De momento no me atrevo a usar la máquina de fotos…
Pongámonos en el momento de la Crucifixión. Un viernes ya tarde, casi anocheciendo, y al día siguiente fiesta judía. Jerusalén ha vivido unos días mágicos. Tumultos, regocijos y al final muerte.
Dejemos que sea un testigo quien nos narre los acontecimientos.
Leamos en el Evangelio según San Juan:




“Después de esto, rogó a Pilatos José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, aunque en secreto por temor de los judíos, que le permitiese tomar el cuerpo de Jesús, y Pilatos se lo permitió. Vino, pues, y tomo su cuerpo. Llego Nicodemo, el mismo que había venido a El de noche al principio, y trajo una mezcla de mirra y aloe, como unas cien libras. Tomaron, pues el cuerpo de Jesús y lo fajaron con bandas y aromas, según es costumbre sepultar entre los judíos.” San Juan 19, 38 a 40.

Me quede mirando largo rato el capitel. Una sensación de armonía trasmitía a mi mente aquella piedra caliza tan bellamente labrada.
Ella, me estaba narrando uno de los momentos cumbres del Evangelio: el descendimiento.
Analicemos el capitel paso a paso.
Primeramente si miramos el conjunto podremos observar como el autor del mismo nos ha trasmitido un montón de sensaciones en el mismo.
La muerte en la rigidez del cuerpo de Cristo; el amor en el beso que María madre le da en la mano derecha a su hijo muerto. La desesperación de ¿Juan o Maria Magdalena? a la derecha del capitel que parece preguntarse porque. La ternura con que José de Arimatea sostiene el cuerpo del Cristo mientras que Nicodemo, o un siervo, va retirando con serenidad poco a poco los clavos y los sostiene en su mano derecha.



Cristo está muerto. El maestro escultor ha conseguido trasmitir la sensación de muerte, no de sueño; la rigidez del brazo derecho que no se dobla al desclavarlo, indica un rigor mortis. El hombre ha dejado de sufrir, pero el padecimiento aun está en el rostro.
Fijaros cuando estéis delante de este capitel, en la parte interna de la cara de Jesús. Dala sensación de ver el rostro hinchado, abultado por los golpes.
Hay un detalle muy tonto en el capitel, pero que le da una sensación de realismo increíble: el agujero en la cruz donde ha estado clavado el brazo derecho. Ese agujero es un puente de unión entre los tiempos: esta y fue ahí donde estuvo.
Fijaros en la ejecución de la cruz. No es la cruz realizada a base de troncos o maderos como estamos acostumbrados a ver, no, está moldeado, realzada de alguna forma para, sin quitarle importancia a la escena, incrementar su valor simbólico.
Mis sentimientos mirando al Cristo me hacen reflexionar. ¡Dios! ¿Por qué tanto sufrimiento? Un pequeño sesgo de emoción noto dentro. Me pregunto si la última mirada de Jesús fue a su madre. Cuando lo bajan, la primera mirada muerto es para ella.
Emociona el beso de María en la mano de su hijo muerto. 




Estamos acostumbrados a ver a la Virgen con Cristo en brazos, llorando, sufriendo. Aquí sufre también, cuando vayáis a ver el capitel fijaros, hay dolor en la escena, pero el beso, ese beso de madre a hijo muerto es un detalle impresionante del maestro escultor.
¡Que tétrica y a la vez que armonía en la composición! Dolor y amor están unidos en un detalle fantástico. La madre toma la mano del hijo y la besa. Y es que María, es madre. Aquel cuerpo que José de Arimatea está ayudando a bajar es su hijo, carne de su carne. Y lo besa en un intento desesperado de trasmitir calor a aquel cuerpo de momento muerto.
Me sigo emocionando y cuanto más lo miro más me emociono.
¡Que delicadeza en las posturas y en los actos de las imágenes labradas! Que realismo en la escena en la que no ha hecho falta añadir ningún tipo de ornamento exterior a la gran tragedia.
En la figura de José de Arimatea se dan un montón de circunstancias.






Primero la suavidad con que la mano colocada sobre la espalda sujeta el cuerpo, mientras que su mano derecha intenta mantenerlo en una posición para que puedan desclavarle la mano izquierda.
Las piernas dobladas realizando el esfuerzo de cargar con el cadáver de Cristo. La mirada cerrada en un momento de infinita pena, da la sensación que quisiera oír los latidos del corazón del Maestro apoyando su mejilla en el pecho del crucificado.
José debe estar padeciendo el no haber sido más generoso con Jesús, de haber aceptado públicamente que era seguidor suyo. Pero intenta compensar ahora su falta, solicitándole a Pilatos el cuerpo de Cristo y desclavándolo de la cruz.


Juan (o María Magdalena) está desesperado. Dice el Evangelio que María madre y María Magdalena con otras mujeres estuvieron presentes en el Calvario, por ello no me atrevo a indicar qué esta imagen es ella y no San Juan.

Juan tiene apoyada la palma de su mano derecha contra su mejilla como reflexionando que lo que está viviendo no puede ser, al mismo tiempo que recuerda las palabras del Maestro.
Pero ¿Y si fuese María Magdalena sin el velo? El hombre que la devolvió la serenidad y la esperanza a muerto, se queda sola




Pero ella allí estuvo. Presencio el calvario que sufrió su amigo, su maestro y le acompaño hasta el final. A Él y a su madre, desesperada, pero allí estuvo.
Por fin, la figura que está retirando los clavos: ¿Nicodemo?
Quizás si, quizás un sirviente de José de Arimatea, pero la figura ocupa un lugar esencial dentro del cuadro, esta desclavando a Cristo y se ve que pone un infinito cuidado en ello. Y tanto cuidado pone, y tal alto es el valor que le da a lo que está haciendo, que no tira los clavos que va sacando sino que los conserva en su mano, como si aquello para él fuera un tesoro.



¿Y por que sostiene dos clavos si solo ha desclavado una mano? No lo sé, pues en el madero hay un solo agujero y los pies siguen aun cosidos al madero. Quizá el escultor mas que clavos quiso representar unas tenazas.
Es curioso que en el capitel haya movimiento y quietud en un mismo compás. Las figuras, excepto la de Jesús, demuestran vida. El Maestro está inmóvil, totalmente inmóvil.
Me quede mucho rato mirando el capitel porque a diferencia de los demás de la sala, este trasmitía una emoción increíble, era cercano, real, trágico a la vez y tierno, como ya he dicho antes.
Otros capiteles quizás estén mucho más elaborados, con espadas y soldados, o Pantocrátor ascendiendo al cielo, o niños colgados por los pies para ser sacrificados en nombre de Herodes.



Pero este descendimiento me ha sobrecogido. Y quizás no sea la obra de arte más importante de las reunidas en la sala, seguramente no, pero es con todo la mas real de todas las allí representadas.
Me impongo marcharme. El capitel tira de mí como si quisiese atraparme en su interior, como si quisiera hacerme participe de lo que en él se representa. Doy un paso atrás. Lo miro por última vez y comienzo a descender lenta y pensativamente por las escaleras.
Salgo del MAN muy tranquilo, excesivamente tranquilo de espíritu.
Está claro que el capitel y su historia me han cautivado. Una piedra de hace mil años y una historia de hace dos mil me han atrapado.
El ruido de un autobús me descubre que estoy andando tranquilamente por la calle Serrano, paseando sin saber a dónde me llevan los pasos. ¡Caramba con el capitel!
Sed felices.
Antonio

6 comentarios:

  1. Buenos días Antonio me ha trasmitido mucha emoción este relato, esta detallada descripción del capitel tallado, gracias..

    ResponderEliminar
  2. Buenos días Antonio me ha trasmitido mucha emoción este relato, esta detallada descripción del capitel tallado, gracias..

    ResponderEliminar
  3. Demasiado bien te han salido teniendo en cuenta las condiciones en que las has hecho

    ResponderEliminar
  4. Precioso relato,de esta detallada descripción del capitel
    Gracias por las fotos y la descripción

    ResponderEliminar
  5. Gracias por las fotos y el relato

    ResponderEliminar
  6. Antonio, gracias por el preciso relato y por las fotos. Muy apropiado para el día de Sábado Santo. Saludos, Arcadio.

    ResponderEliminar